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The Linguist. Una Guía Personal para el Aprendizaje de Idiomas, 13. UNA AVENTURA LINGÜÍSTICA. París en la Década del ‘60

Mientras disfrutaba de los viajes, mi mayor propósito era estudiar. París era un lugar mágico a comienzos de la década del 60. Vivía en un edificio construido en 1789 en la Rue du Faubourg St. Honoré, en un apartamento pequeño, sin calefacción y bastante incómodo. Yo estaba en el sexto piso y el baño en el tercer piso. Siempre sabía si mi vecino del quinto piso estaba en su casa. Me bañaba en una pequeña tina en la cocina, echándome agua caliente. Era imposible no derramar un poco de agua y que ésta siguiera su camino hacia la casa de mi vecino, quien luego golpeaba el techo con una escoba.

Es sorprendente que un edificio de tan baja categoría estuviera situado en una zona tan exclusiva y elegante de París. Las oficinas centrales de algunas de las compañías líderes en el mundo de la moda y de los perfumes se encuentran en la Rue du Faubourg St. Honoré. Estée Lauder, por ejemplo, estaba en mi edificio. El Palacio Elíseo, residencia del presidente francés, estaba al final de la calle. La Plaza de la Concordia, la plus belle place du monde, estaba en la cuadra siguiente. ¡Y yo vivía en un apartamento sin calefacción que no había cambiado mucho desde la Revolución francesa!

A pocos pasos estaban las tiendas y los lugares de comidas de los ricos: Fauchon: el gran proveedor y tienda de alimentos en la Plaza de la Madeleine, las tiendas sobre los Grands Boulevards y el restaurante Maxim's. Éste era el mundo de La Belle Epoque, que simbolizaba para mí la cima de la influencia cultural de Francia, que precedió los trágicos eventos del siglo XX en Europa.

Los Campos Eliseos estaban a la vuelta de la esquina. A menudo terminaba las noches caminando por este hermoso bulevar. Comenzaba por la Edad Media en la Catedral de Notre Dame, pasaba por el Renacimiento en el Louvre, experimentaba el Antiguo Régimen al caminar por los Jardines de las Tullerías, diseñados por el jardinero de Luis XIV y luego cruzaba la Plaza de la Concordia donde las influencias de los siglos XVIII y XIX confluían en perfecta armonía. Desde allí, es imposible no fijar la mirada en el heroico Arco del Triunfo de Napoleón Bonaparte que desde las alturas mira a la Plaza de L'Etoile. A pesar del propósito de Napoleón de construir este monumento a sus victorias, el poder perdurable de una civilización no es la fuerza de sus armas, sino su contribución a la civilización del mundo.

Mi bicicleta me llevaba a todas partes: a la escuela, a mis trabajos de medio tiempo y de parranda al Barrio Latino. Franquear el tránsito en la Plaza de la Concordia o la Plaza de L'Étoile con mi bicicleta era un desafío diario. Por otra parte, no había mejor forma de poder experimentar la sensación de vivir en París. También era la forma más rápida y sencilla de ir de un lugar a otro sin tener que preocuparse por el estacionamiento.

Tuve varios trabajos de medio tiempo. Uno de ellos, era almorzar con familias francesas ofreciendo a cambio conversación en inglés. Como estudiante pobre, acostumbrado a las comidas sencillas de la universidad, siempre aprovechaba estos almuerzos para comer buena comida, beber unas copas de vino, y terminar con buen café expreso que me mantuviera despierto. En mi segundo trabajo dirigía un laboratorio de idioma inglés en el Instituto Francés de Agricultura. Cada jueves, después de un suculento almuerzo con una “familia burguesa”, con el estómago lleno, cruzaba medio París en mi bicicleta hacia el Instituto Francés de Agricultura. Completamente sudado, llegaba justo a tiempo para encender los controles centrales del laboratorio de idiomas.

Fue en el Instituto de Agricultura que un estudiante salió muy molesto del laboratorio por su falta de habilidad para entender el inglés. Recuerdo que el material que preparábamos para estos estudiantes estaba plagado de vocabulario técnico de agricultura que para nada interesaba a los jóvenes estudiantes. Es imposible aprender sólo vocabulario con la esperanza de que algún día resulte útil.

Estos estudiantes del Instituto de Agricultura no hablaban inglés. ¿Cuál era el sentido de enseñarles tanto vocabulario técnico y complicado que probablemente nunca usarían? Muy a menudo, lo mismo sucede con la enseñanza de los idiomas: se pone mucho énfasis en la gramática y el vocabulario para preparar a los alumnos para los exámenes en lugar de prepararlos para que puedan comunicarse en otro idioma.

Sólo podemos aprender a utilizar un idioma en un contexto interesante y significativo. Deberíamos haberle permitido a los estudiantes elegir temas de su interés y con los que estuvieran familiarizados. Es probable que algunos hubieran elegido la agricultura, pero también es probable que otros hubieran preferido escuchar grabaciones de conversaciones reales en inglés entre gente joven hablando sobre música, o yendo a una fiesta. El objetivo debería haber sido lograr que el inglés fuera significativo para ellos. Una vez que estos estudiantes hubieran podido comunicarse, el vocabulario técnico de agricultura podría haberse aprendido rápidamente cuando fuese necesario.

Mientras disfrutaba de los viajes, mi mayor propósito era estudiar. París era un lugar mágico a comienzos de la década del 60. Vivía en un edificio construido en 1789 en la Rue du Faubourg St. Honoré, en un apartamento pequeño, sin calefacción y bastante incómodo. Yo estaba en el sexto piso y el baño en el tercer piso. Siempre sabía si mi vecino del quinto piso estaba en su casa. Me bañaba en una pequeña tina en la cocina, echándome agua caliente. Era imposible no derramar un poco de agua y que ésta siguiera su camino hacia la casa de mi vecino, quien luego golpeaba el techo con una escoba.

Es sorprendente que un edificio de tan baja categoría estuviera situado en una zona tan exclusiva y elegante de París. Las oficinas centrales de algunas de las compañías líderes en el mundo de la moda y de los perfumes se encuentran en la Rue du Faubourg St. Honoré. Estée Lauder, por ejemplo, estaba en mi edificio. El Palacio Elíseo, residencia del presidente francés, estaba al final de la calle. La Plaza de la Concordia, la plus belle place du monde, estaba en la cuadra siguiente. ¡Y yo vivía en un apartamento sin calefacción que no había cambiado mucho desde la Revolución francesa!

A pocos pasos estaban las tiendas y los lugares de comidas de los ricos: Fauchon: el gran proveedor y tienda de alimentos en la Plaza de la Madeleine, las tiendas sobre los Grands Boulevards y el restaurante Maxim's. Éste era el mundo de La Belle Epoque, que simbolizaba para mí la cima de la influencia cultural de Francia, que precedió los trágicos eventos del siglo XX en Europa.

Los Campos Eliseos estaban a la vuelta de la esquina. A menudo terminaba las noches caminando por este hermoso bulevar. Comenzaba por la Edad Media en la Catedral de Notre Dame, pasaba por el Renacimiento en el Louvre, experimentaba el Antiguo Régimen al caminar por los Jardines de las Tullerías, diseñados por el jardinero de Luis XIV y luego cruzaba la Plaza de la Concordia donde las influencias de los siglos XVIII y XIX confluían en perfecta armonía. Desde allí, es imposible no fijar la mirada en el heroico Arco del Triunfo de Napoleón Bonaparte que desde las alturas mira a la Plaza de L'Etoile. A pesar del propósito de Napoleón de construir este monumento a sus victorias, el poder perdurable de una civilización no es la fuerza de sus armas, sino su contribución a la civilización del mundo.

Mi bicicleta me llevaba a todas partes: a la escuela, a mis trabajos de medio tiempo y de parranda al Barrio Latino. Franquear el tránsito en la Plaza de la Concordia o la Plaza de L'Étoile con mi bicicleta era un desafío diario. Por otra parte, no había mejor forma de poder experimentar la sensación de vivir en París. También era la forma más rápida y sencilla de ir de un lugar a otro sin tener que preocuparse por el estacionamiento.

Tuve varios trabajos de medio tiempo. Uno de ellos, era almorzar con familias francesas ofreciendo a cambio conversación en inglés. Como estudiante pobre, acostumbrado a las comidas sencillas de la universidad, siempre aprovechaba estos almuerzos para comer buena comida, beber unas copas de vino, y terminar con buen café expreso que me mantuviera despierto. En mi segundo trabajo dirigía un laboratorio de idioma inglés en el Instituto Francés de Agricultura. Cada jueves, después de un suculento

almuerzo con una “familia burguesa”, con el estómago lleno, cruzaba medio París en mi bicicleta hacia el Instituto Francés de Agricultura. Completamente sudado, llegaba justo a tiempo para encender los controles centrales del laboratorio de idiomas.

Fue en el Instituto de Agricultura que un estudiante salió muy molesto del laboratorio por su falta de habilidad para entender el inglés. Recuerdo que el material que preparábamos para estos estudiantes estaba plagado de vocabulario técnico de agricultura que para nada interesaba a los jóvenes estudiantes. Es imposible aprender sólo vocabulario con la esperanza de que algún día resulte útil.

Estos estudiantes del Instituto de Agricultura no hablaban inglés. ¿Cuál era el sentido de enseñarles tanto vocabulario técnico y complicado que probablemente nunca usarían? Muy a menudo, lo mismo sucede con la enseñanza de los idiomas: se pone mucho énfasis en la gramática y el vocabulario para preparar a los alumnos para los exámenes en lugar de prepararlos para que puedan comunicarse en otro idioma.

Sólo podemos aprender a utilizar un idioma en un contexto interesante y significativo. Deberíamos haberle permitido a los estudiantes elegir temas de su interés y con los que estuvieran familiarizados. Es probable que algunos hubieran elegido la agricultura, pero también es probable que otros hubieran preferido escuchar grabaciones de conversaciones reales en inglés entre gente joven hablando sobre música, o yendo a una fiesta. El objetivo debería haber sido lograr que el inglés fuera significativo para ellos. Una vez que estos estudiantes hubieran podido comunicarse, el vocabulario técnico de agricultura podría haberse aprendido rápidamente cuando fuese necesario.