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The Linguist. Una Guía Personal para el Aprendizaje de Idiomas, 20. UNA AVENTURA LINGÜÍSTICA. Cruzando a China, Cantón 1969

En el año 1969, finalmente pude ver la China de mis sueños, y usar el mandarín en un entorno donde era el idioma nacional. Crucé a China desde Hong Kong por el puente Lowu cerca de un pequeño pueblo llamado Shen Zhen. Desde la sala de espera de la estación de trenes podía distinguir la hilera de casas bajas y tradicionales de los campesinos, detrás de los carteles con lemas que exhortaban a la gente a realizar esfuerzos revolucionarios mayores. Este tranquilo pueblo se ha convertido en una de las ciudades más grandes de China, un incontrolable crecimiento urbano de modernos rascacielos y próspero capitalismo, líder en alta tecnología, moda y mucho más.

Por ser extranjero, automáticamente me ubicaron en la parte de asientos blandos del tren a Cantón (actualmente Guangzhou). Esto incluía una taza de té de flores, al que la camarera agregaba constantemente agua caliente mientras el tren continuaba su viaje a través de la provincia sureña de Guangdong, con sus colinas de tierra roja y sus arrozales verdes. Me esforzaba por escuchar los continuos mensajes políticos que se difundían por los altavoces del tren.

En Cantón me alojé en el hotel Dong Fang, un hotel de estilo soviético en el que se alojaban los hombres de negocios de Europa y América del Norte. Los japoneses y los chinos del exterior se alojaban en otros lugares, según los arreglos que hicieran las autoridades chinas.

China estaba envuelta en el alboroto de la revolución cultural. Cada mañana los huéspedes del hotel Dong Fang se despertaban con los bulliciosos compases de la patriótica y revolucionaria música china. Las paredes de la ciudad estaban cubiertas de lemas. El aire de esta ciudad del sur estaba cargado de humedad y tensión. Los militares estaban a la vista en todos lados.

Para un extranjero de visita por un corto periodo, Cantón parecía agradable. Había poco tráfico. La vegetación semitropical de sus parques era verde y exuberante. El ritmo de vida parecía relajado, especialmente si se lo comparaba con el ajetreo de Hong Kong. Además, la legendaria cocina del Cantón no decepcionaba. Había una variedad de restaurantes excelentes a precios razonables. Sin embargo, era imposible ignorar la tensión y la sensación de desaliento de gran parte de la gente.

Siendo un diplomático extranjero, me asignaron un guía del Servicio de Viajes de China, cuya tarea era acompañarme.

Hablábamos en chino e intercambiábamos opiniones sobre muchos temas. Un día le pregunté cómo soportaba el constante bombardeo de lemas. Mi guía, producto de la China de Mao y obviamente acreditado por Seguridad para guiar a diplomáticos extranjeros, contestó, “Es como dijo el Dr. Goebbels en la Segunda Guerra Mundial: Una mentira dicha mil veces convence más que la verdad”.

¡No se hable más de estereotipos! Lejos de aceptar la propaganda, esta persona era culta y tenía opinión propia. ¡Quedé atónito!

Durante los años 1969 y 1970, visité regularmente la Feria de Comercio Internacional de Cantón en calidad de Agregado Comercial. Estaba allí para ayudar a los hombres de negocios canadienses en sus conversaciones con los representantes de las corporaciones comerciales chinas. Durante la Revolución Cultural, la discusión era tanto sobre política como sobre negocios, para frustración de los visitantes canadienses. Yo trataba de entender lo que en realidad estaba sucediendo en China pero era bastante difícil. A menudo era invitado a presentaciones de las últimas muestras de la Ópera Revolucionaria China, revisada y aprobada según su contenido ideológico por Jiang Qing (esposa del presidente Mao), líder del Grupo de los Cuatro que regían China en aquellos días.

Por aquel tiempo, en Estocolmo, Canadá estaba en negociaciones con China para establecer relaciones diplomáticas. Supe que Canadá no tenía su propio intérprete presente del lado chino para hacer la interpretación. A pesar de que era un humilde estudiante del idioma, de inmediato le escribí una carta al director del Servicio Exterior de Canadá. Me quejé porque el hecho de no usar nuestro propio intérprete era degradar la imagen de Canadá y desalentar a aquellos que estudiábamos chino para el gobierno. Sugerí que mi colega Martin Collacott, quien había estudiado un año más que yo, debería ser designado para las negociaciones. Pronto, Martin estaba camino a Estocolmo, donde se estaban llevando a cabo las negociaciones.

En el año 1970, Canadá estableció relaciones diplomáticas con la República Popular China. En octubre del mismo año, acompañé a la primera delegación canadiense a Beijing en una visita de diez días para ayudar con la ubicación del edificio para la embajada de Canadá y hacer otros trámites administrativos. La vieja ciudad con sus paredes grises y sus jardines escondidos parecían una enorme ciudad prohibida. El Palacio Imperial (también conocido oficialmente como La Ciudad Prohibida) era majestuoso en su escala. En el laberinto de Hutungs o los caminos que lo rodeaban, recordé la famosa novela de Lao She, El Muchacho de Rickshaw. Me imaginé a la gente viviendo detrás de esas paredes, transmitiendo las eternas tradiciones de la cultura china: la pintura, la caligrafía, la Ópera de Pekín o la poesía, mientras afuera, las autoridades trataban de desprestigiar este legado por razones estrictamente personales. Todas las mañanas desayunábamos caviar del río Ussuri. Almorzábamos pato de Peking y cenábamos en un restaurante mongol de los años 1400. En aquellos días no había edificios modernos y la ciudad se veía como lo había hecho por siglos. Había poco tráfico, excepto por las bicicletas que luchaban contra el fuerte viento de otoño que soplaba desde las estepas de asiáticas centrales.

Disfruté a pleno mis visitas a China, a pesar de que era difícil acercarse a los chinos de manera personal. Visité China en algunas ocasiones en los años setenta y a comienzo de los ochenta, y no volví a ir hasta el año 2002.

Al volver después de tanto tiempo, el crecimiento de la construcción y la transformación de China me parecieron simplemente increíbles. Después de mis esfuerzos para aprender chino, y gracias a los cambios que están teniendo lugar en la China actual, finalmente puedo hablar mandarín con frecuencia y desarrollar negocios y relaciones personales con el común de los chinos. Esto es muy satisfactorio, ya que la meta al estudiar un idioma es comunicarse con la gente.

En el año 1969, finalmente pude ver la China de mis sueños, y usar el mandarín en un entorno donde era el idioma nacional. Crucé a China desde Hong Kong por el puente Lowu cerca de un pequeño pueblo llamado Shen Zhen. Desde la sala de espera de la estación de trenes podía distinguir la hilera de casas bajas y tradicionales de los campesinos, detrás de los carteles con lemas que exhortaban a la gente a realizar esfuerzos revolucionarios mayores. Este tranquilo pueblo se ha convertido en una de las ciudades más grandes de China, un incontrolable crecimiento urbano de modernos rascacielos y próspero capitalismo, líder en alta tecnología, moda y mucho más.

Por ser extranjero, automáticamente me ubicaron en la parte de asientos blandos del tren a Cantón (actualmente Guangzhou). Esto incluía una taza de té de flores, al que la camarera agregaba constantemente agua caliente mientras el tren continuaba su viaje a través de la provincia sureña de Guangdong, con sus colinas de tierra roja y sus arrozales verdes. Me esforzaba por escuchar los continuos mensajes políticos que se difundían por los altavoces del tren.

En Cantón me alojé en el hotel Dong Fang, un hotel de estilo soviético en el que se alojaban los hombres de negocios de Europa y América del Norte. Los japoneses y los chinos del exterior se alojaban en otros lugares, según los arreglos que hicieran las autoridades chinas.

China estaba envuelta en el alboroto de la revolución cultural. Cada mañana los huéspedes del hotel Dong Fang se despertaban con los bulliciosos compases de la patriótica y revolucionaria música china. Las paredes de la ciudad estaban cubiertas de lemas. El aire de esta ciudad del sur estaba cargado de humedad y tensión. Los militares estaban a la vista en todos lados.

Para un extranjero de visita por un corto periodo, Cantón parecía agradable. Había poco tráfico. La vegetación semitropical de sus parques era verde y exuberante. El ritmo de vida parecía relajado, especialmente si se lo comparaba con el ajetreo de Hong Kong. Además, la legendaria cocina del Cantón no decepcionaba. Había una variedad de restaurantes excelentes a precios razonables. Sin embargo, era imposible ignorar la tensión y la sensación de desaliento de gran parte de la gente.

Siendo un diplomático extranjero, me asignaron un guía del Servicio de Viajes de China, cuya tarea era acompañarme.

Hablábamos en chino e intercambiábamos opiniones sobre muchos temas. Un día le pregunté cómo soportaba el constante bombardeo de lemas. Mi guía, producto de la China de Mao y obviamente acreditado por Seguridad para guiar a diplomáticos extranjeros, contestó, “Es como dijo el Dr. Goebbels en la Segunda Guerra Mundial: Una mentira dicha mil veces convence más que la verdad”.

¡No se hable más de estereotipos! Lejos de aceptar la propaganda, esta persona era culta y tenía opinión propia. ¡Quedé atónito!

Durante los años 1969 y 1970, visité regularmente la Feria de Comercio Internacional de Cantón en calidad de Agregado Comercial. Estaba allí para ayudar a los hombres de negocios canadienses en sus conversaciones con los representantes de las corporaciones comerciales chinas. Durante la Revolución Cultural, la discusión era tanto sobre política como sobre negocios, para frustración de los visitantes canadienses. Yo trataba de entender lo que en realidad estaba sucediendo en China pero era bastante difícil. A menudo era invitado a presentaciones de las últimas muestras de la Ópera Revolucionaria China, revisada y aprobada según su contenido ideológico por Jiang Qing (esposa del presidente Mao), líder del Grupo de los Cuatro que regían China en aquellos días.

Por aquel tiempo, en Estocolmo, Canadá estaba en negociaciones con China para establecer relaciones diplomáticas. Supe que Canadá no tenía su propio intérprete presente del lado chino para hacer la interpretación. A pesar de que era un humilde estudiante del idioma, de inmediato le escribí una carta al director del Servicio Exterior de Canadá. Me quejé porque el hecho de no usar nuestro propio intérprete era

degradar la imagen de Canadá y desalentar a aquellos que estudiábamos chino para el gobierno. Sugerí que mi colega Martin Collacott, quien había estudiado un año más que yo, debería ser designado para las negociaciones. Pronto, Martin estaba camino a Estocolmo, donde se estaban llevando a cabo las negociaciones.

En el año 1970, Canadá estableció relaciones diplomáticas con la República Popular China. En octubre del mismo año, acompañé a la primera delegación canadiense a Beijing en una visita de diez días para ayudar con la ubicación del edificio para la embajada de Canadá y hacer otros trámites administrativos. La vieja ciudad con sus paredes grises y sus jardines escondidos parecían una enorme ciudad prohibida. El Palacio Imperial (también conocido oficialmente como La Ciudad Prohibida) era majestuoso en su escala. En el laberinto de Hutungs o los caminos que lo rodeaban, recordé la famosa novela de Lao She, El Muchacho de Rickshaw. Me imaginé a la gente viviendo detrás de esas paredes,

transmitiendo las eternas tradiciones de la cultura china: la pintura, la caligrafía, la Ópera de Pekín o la poesía, mientras afuera, las autoridades trataban de desprestigiar este legado por razones estrictamente personales.

Todas las mañanas desayunábamos caviar del río Ussuri. Almorzábamos pato de Peking y cenábamos en un restaurante mongol de los años 1400. En aquellos días no había edificios modernos y la ciudad se veía como lo había hecho por siglos. Había poco tráfico, excepto por las bicicletas que luchaban contra el fuerte viento de otoño que soplaba desde las estepas de asiáticas centrales.

Disfruté a pleno mis visitas a China, a pesar de que era difícil acercarse a los chinos de manera personal. Visité China en algunas ocasiones en los años setenta y a comienzo de los ochenta, y no volví a ir hasta el año 2002.

Al volver después de tanto tiempo, el crecimiento de la construcción y la transformación de China me parecieron simplemente increíbles. Después de mis esfuerzos para aprender chino, y gracias a los cambios que están teniendo lugar en la China actual, finalmente puedo hablar mandarín con frecuencia y desarrollar negocios y relaciones personales con el común de los chinos. Esto es muy satisfactorio, ya que la meta al estudiar un idioma es comunicarse con la gente.