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The Linguist. Una Guía Personal para el Aprendizaje de Idiomas, 8. UNA AVENTURA LINGÜÍSTICA. Hacia Europa. Comienza mi aventura

El éxito de mis esfuerzos en Montreal hizo que me comprometiera más a dominar el francés y, por lo tanto, decidí viajar a Francia. El compromiso lleva al éxito y el éxito refuerza el compromiso.

En junio de 1962, dejé mi trabajo de verano en la construcción para ir al puerto de Montreal en busca de un viaje de trabajo hacia Europa. Durante tres días, subí a buques de carga transatlánticos para hablar con el capitán y ofrecer mi trabajo a cambio del pasaje a Europa. Al tercer día tuve suerte: un pequeño carguero alemán de servicio irregular, el Gerda Schell, llegado de Flensburg, había perdido un marinero en la ciudad de Quebec y necesitaba un tripulante para su viaje de regreso. Estaba en camino.

Dejando de lado el trabajo duro y las constantes sacudidas del pequeño carguero en el Atlántico Norte, el viaje fue la oportunidad para experimentar cuan erróneos pueden ser los estereotipos culturales. La tripulación era mitad alemana y mitad española. Contrario a lo esperado por mi condicionamiento, los supuestamente laboriosos alemanes pasaban el tiempo echados y ebrios, mientras que los supuestamente temperamentales españoles, eran terriblemente trabajadores y serios. Llegamos a Londres luego de diez días en el mar. En el barco comí cuanta comida gratis pude con la intención de no gastar dinero en comida al día siguiente. Pero la estrategia no resultó muy inteligente y terminé sintiéndome mal.

Londres me pareció un lugar extrañamente exótico ya que todos hablaban inglés y aun así era tan diferente a mi hogar. La Esquina de los Oradores en Hyde Park se ha grabado en mi memoria, como lo ha hecho el viejo sistema monetario de chelines y peniques, y libras y guineas. Recuerdo, también, haber dormido una noche en la acera para conseguir boletos para ver a Laurence Olivier en Otelo de Shakespeare y cómo luego me costó mantenerme despierto durante la función. Pasé una semana en Londres y luego continué hacia el continente en busca de mi aventura de aprendizaje de idiomas.

Tomé el ferry en Dover, Reino Unido, y llegué a Ostende en Bélgica después del anochecer. Un belga flamenco me llevó en su motocicleta a la cuidad medieval de Brujas. Yo era joven e inculto y no había leído la historia de Flandes en la Edad Media. Tampoco había notado que las mismas tensiones lingüísticas que existían en Quebec, estaban candentes en Bélgica entre las personas de habla flamenca y las de habla francesa. Más tarde regresaría a Brujas para explorar la bien preservada atmósfera medieval de aquella ciudad. Pero en ese momento era un joven con prisa y al día siguiente hice autoestop a Francia.

Los franceses tienen fama de ser groseros, pero la gente que conocí era amigable y hospitalaria. En las afueras de Lille, en el norte de Francia, me recogieron dos maestras de escuela y me permitieron pasar la noche en una de las aulas ya que estaban en periodo de vacaciones de verano. Luego me invitaron a almorzar y allí conocí unas personas que me llevaron a París al día siguiente. Todavía recuerdo el sentimiento mientras transitábamos l'Avenue de la Grande Armée hacia el Arc de Triomphe, que había visto en muchas películas. No podía creer que realmente estaba allí.

Los franceses tienen fama de ser groseros, pero la gente que conocí era amigable y hospitalaria. En las afueras de Lille, en el norte de Francia, me recogieron dos maestras de escuela y me permitieron pasar la noche en una de las aulas ya que estaban en periodo de vacaciones de verano. Luego me invitaron a almorzar y allí conocí unas personas que me llevaron a París al día siguiente. Todavía recuerdo el sentimiento mientras transitábamos l'Avenue de la Grande Armée hacia el Arc de Triomphe, que había visto en muchas películas. No podía creer que realmente estaba allí.

Mis amigos franceses me invitaron a pasar dos semanas en su modesto apartamento en el 20º Arrondissement, un distrito obrero de París. Conseguí un trabajo temporal haciendo traducciones en una agencia de viajes. Durante dos maravillosas semanas viví y comí con esta gente. Exploré la ciudad a pie y en el Metro (subterráneo). Mis nuevos amigos me llevaban de picnic a las campiñas en las afueras de París y a otras reuniones sociales. Me sentí triste cuando finalmente decidí seguir hacia el sur.

Pero el secreto para sobrevivir en un país o cultura extranjera es restarle importancia a lo desagradable y centrarse en lo positivo. Mi francés estaba lejos de ser perfecto, y en ocasiones era una lucha desigual contra los más arrogantes e impacientes fonctionnaires (empleados) y comerciantes franceses. Pero en la actualidad no recuerdo demasiados incidentes desagradables porque no les di demasiada importancia. Sí recuerdo, sin embargo, un caso en el que mi pobre francés me trajo problemas.

En un momento, durante mi primer año en Francia, tenía una novia estadounidense cuyos padres trabajaban en Alicante, España. Decidimos hacer autoestop a Alicante durante las Pascuas. Llevé de regalo un disco de Georges Brassens, un popular chansonnier (cantante) francés. Siendo un francófilo convertido, me deleitaba con sus canciones aun cuando no entendía las letras. Lamentablemente, no me di cuenta de que sus letras podían ser bastante atrevidas, por no decir pornográficas. Cuando sus padres escucharon el regalo que había llevado, se conmocionaron. Creo que estaban realmente preocupados por la clase de compañías que tenía su hija.

Permanecí tres años en Francia. Mi primer año lo pasé en Grenoble, una ciudad industrial en los Alpes franceses. Lamentablemente, nunca tuve tiempo para esquiar. Si no estaba estudiando, estaba trabajando. En muchas ocasiones planché pilas de papel de desecho y conduje la camioneta de repartos de una imprenta, fui ayudante de camarero en el Park Hotel, vendí el periódico France Soir en las plazas y cafés más importantes de Grenoble, y enseñé inglés. Hasta logré jugar hockey para el equipo de la Universidad de Grenoble. Un atractivo más de Grenoble era la presencia de un gran contingente de muchachas suecas que estaban estudiando francés, con las que pude recuperar algo del sueco que había aprendido de niño y tenía olvidado.

El éxito de mis esfuerzos en Montreal hizo que me comprometiera más a dominar el francés y, por lo tanto, decidí viajar a Francia. El compromiso lleva al éxito y el éxito refuerza el compromiso.

En junio de 1962, dejé mi trabajo de verano en la construcción para ir al puerto de Montreal en busca de un viaje de trabajo hacia Europa. Durante tres días, subí a buques de carga transatlánticos para hablar con el capitán y ofrecer mi trabajo a cambio del pasaje a Europa. Al tercer día tuve suerte: un pequeño carguero alemán de servicio irregular, el Gerda Schell, llegado de Flensburg, había perdido un marinero en la ciudad de Quebec y necesitaba un tripulante para su viaje de regreso. Estaba en camino.

Dejando de lado el trabajo duro y las constantes sacudidas del pequeño carguero en el Atlántico Norte, el viaje fue la oportunidad para experimentar cuan erróneos pueden ser los estereotipos culturales. La tripulación era mitad alemana y mitad española. Contrario a lo esperado por mi condicionamiento, los supuestamente laboriosos alemanes pasaban el tiempo echados y ebrios, mientras que los supuestamente temperamentales españoles, eran terriblemente trabajadores y serios. Llegamos a Londres luego de diez días en el mar. En el barco comí cuanta comida gratis pude con la intención de no gastar dinero en comida al día siguiente. Pero la estrategia no resultó muy inteligente y terminé sintiéndome mal.

Londres me pareció un lugar extrañamente exótico ya que todos hablaban inglés y aun así era tan diferente a mi hogar. La Esquina de los Oradores en Hyde Park se ha grabado en mi memoria, como lo ha hecho el viejo sistema monetario de chelines y peniques, y libras y guineas. Recuerdo, también, haber dormido una noche en la acera para conseguir boletos para ver a Laurence Olivier en Otelo de Shakespeare y cómo luego me costó mantenerme despierto durante la función. Pasé una semana en Londres y luego continué hacia el continente en busca de mi aventura de aprendizaje de idiomas.

Tomé el ferry en Dover, Reino Unido, y llegué a Ostende en Bélgica después del anochecer. Un belga flamenco me llevó en su motocicleta a la cuidad medieval de Brujas. Yo era joven e inculto y no había leído la historia de Flandes en la Edad Media. Tampoco había notado que las mismas tensiones lingüísticas que existían en Quebec, estaban candentes en Bélgica entre las personas de habla flamenca y las de habla francesa. Más tarde regresaría a Brujas para explorar la bien preservada atmósfera medieval de aquella ciudad. Pero en ese momento era un joven con prisa y al día siguiente hice autoestop a Francia.

Los franceses tienen fama de ser groseros, pero la gente que conocí era amigable y hospitalaria. En las afueras de Lille, en el norte de Francia, me recogieron dos maestras de escuela y me permitieron pasar la noche en una de las aulas ya que estaban en periodo de vacaciones de verano. Luego me invitaron a almorzar y allí conocí unas personas que me llevaron a París al día siguiente. Todavía recuerdo el sentimiento mientras transitábamos l'Avenue de la Grande Armée hacia el Arc de Triomphe, que había visto en muchas películas. No podía creer que realmente estaba allí.

Los franceses tienen fama de ser groseros, pero la gente que conocí era amigable y hospitalaria. En las afueras de Lille, en el norte de Francia, me recogieron dos maestras de escuela y me permitieron pasar la noche en una de las aulas ya que estaban en periodo de vacaciones de verano. Luego me invitaron a almorzar y allí conocí unas personas que me llevaron a París al día siguiente. Todavía recuerdo el sentimiento mientras transitábamos l'Avenue de la Grande Armée hacia el Arc de Triomphe, que había visto en muchas películas. No podía creer que realmente estaba allí.

Mis amigos franceses me invitaron a pasar dos semanas en su modesto apartamento en el 20º Arrondissement, un distrito obrero de París. Conseguí un trabajo temporal haciendo traducciones en una agencia de viajes. Durante dos maravillosas semanas viví y comí con esta gente. Exploré la ciudad a pie y en el Metro (subterráneo). Mis nuevos amigos me llevaban de picnic a las campiñas en las afueras de París y a otras reuniones sociales. Me sentí triste cuando finalmente decidí seguir hacia el sur.

Pero el secreto para sobrevivir en un país o cultura extranjera es restarle importancia a lo desagradable y centrarse en lo positivo. Mi francés estaba lejos de ser perfecto, y en ocasiones era una lucha desigual contra los más arrogantes e impacientes fonctionnaires (empleados) y comerciantes franceses. Pero en la actualidad no recuerdo demasiados incidentes desagradables porque no les di demasiada importancia. Sí recuerdo, sin embargo, un caso en el que mi pobre francés me trajo problemas.

En un momento, durante mi primer año en Francia, tenía una novia estadounidense cuyos padres trabajaban en Alicante, España. Decidimos hacer autoestop a Alicante durante las Pascuas. Llevé de regalo un disco de Georges Brassens, un popular chansonnier (cantante) francés. Siendo un francófilo convertido, me deleitaba con sus canciones aun cuando no entendía las letras. Lamentablemente, no me di cuenta de que sus letras podían ser bastante atrevidas, por no decir pornográficas. Cuando sus padres escucharon el regalo que había llevado, se conmocionaron. Creo que estaban realmente preocupados por la clase de compañías que tenía su hija.

Permanecí tres años en Francia. Mi primer año lo pasé en Grenoble, una ciudad industrial en los Alpes franceses. Lamentablemente, nunca tuve tiempo para esquiar. Si no estaba estudiando, estaba trabajando. En muchas ocasiones planché pilas de papel de desecho y conduje la camioneta de repartos de una imprenta, fui ayudante de camarero en el Park Hotel, vendí el periódico France Soir en las plazas y cafés más importantes de Grenoble, y enseñé inglés. Hasta logré jugar hockey para el equipo de la Universidad de Grenoble. Un atractivo más de Grenoble era la presencia de un gran contingente de muchachas suecas que estaban estudiando francés, con las que pude recuperar algo del sueco que había aprendido de niño y tenía olvidado.