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Historias de nuestra Historia (España), Abd al-Rahman II

La transcripción del podcast está disponible en el sitio historiasdelahistoria.blog, proporcionada por LingQ (L-I-N-G-Q.com), donde se aprenden idiomas utilizando los mejores podcast de la web.

La historia de la península ibérica es sin duda alguna una de las mayores y asombrosas epopeyas que vio la humanidad. En 711 D.C. diversas columnas provenientes de los desiertos arábigos ó del norte de África, tomaban posesión, irrumpían en la península ibérica, ese lugar al que llamaban Al-Andalus, en recuerdo de las invasiones germánicas, los vándalos dieron nombre a esa intuición de los musulmanes. Al-Aldalus, los vándalos, sería su vergel, sería su tierra de provisión, sería el auténtico paraíso, el edén del que enseñorearse, ese paraíso del que ser sus auténticos y legítimos dueños durante setecientos ochenta años.

En aquel tiempo, dominaban los Omeya, que gobernaban todo el oro del musulmán, desde la gran, desde la luminosa capital Damasco, pero sabido es, que los Abásidas de Bagdad tomaron el mando del Islam y ejecutaron a casi todos los Omeya, a casi todos, por que uno sobrevivió, el príncipe errante, Abderramán I. En 756 D.C., este inmenso guerrero, este luminoso guerrero, tomaba posesión de Al-Andalus, y proclamaba el emirato independiente con respecto a Bagdad. Al-Andalus se convertía en un estado, en un estado independiente, solitario, al margen de los designios de los Abásidas, y los Omeya proyectaban su inteligencia, su talento sobre miles y miles de súbditos. Antiguos musulmanes y ahora nuevos habitantes de la península ibérica convertidos al islamismo, convertidos en muladíes.

Los contingentes Omeya se expandían por la península ibérica. Los empobrecidos reinos cristianos del norte resistían a duras penas las acometidas de la media luna. En poco tiempo, los islamistas ponían, establecían sus marcas defensivas en tres puntos esenciales, Mérida al sur, Toledo en el centro, Zaragoza al norte. Eran marcas dominadas por los muladíes que se convertían ahora en puntales del Islam en Europa. Y los gobiernos Omeya fueron ciertamente espectaculares. Leyes de tolerancia religiosa, de convivencia plena, no sé, hasta siempre de… de pequeñas discerciones, de guerras fraticidas y de combates, eternos combates con el enemigo cristiano. Era momento para las racias, era momento para que diversas columnas punitivas entraran en el norte y asaltaran las ciudades. Época de tensión. Y llegamos al momento que nos ocupa. Tras el eficaz gobierno de Hisham I, le tocó el turno a su sucesor Al-Hakam I. Fue en 796. Pronto las medidas adoptadas por este gobernante andalusí se declararon… pues… demasiado duras, demasiado estrictas, las imposiciones, el pago de impuestos, se ejercía una presión brutal sobre los nuevos musulmanes (muladíes) y por supuesto, sobre la población mozárabe, los cristianos que habían quedado en el sector musulmán, en el sector árabe. La verdad es que Al-Hakam I fue un gobernante, un mandatario odiado, temido. Recordamos en 797 la triste jornada del foso, en la que los prebostes, los mandatarios de la ciudad de Toledo fueron pasados a cuchillo por mostrar discrepancia con el poder, con el poder de Córdoba.

Al-Hakam I también fue conocido, y será conocido eternamente por el motín del arrabal. La población muladí que habitaba Secunda, un arrabal próximo a Córdova se rebeló ante los impuestos abusivos. Muchos cristianos vivían en ese arrabal, los mercadillos, las calles, los… provocaban agitación, difundían rumores, y la sedición siempre estaba a la vuelta de la esquina. Al-Hakam II, que había tenido que contratar un ejército de mercenarios eslavos y bereberes, se lanzó con rotunda rabia en 818 D.C. al asalto del arrabal. Más de tres mil muladíes y cristianos fueron pasados a cuchillo ó crucificados. Trescientos crucificados, recordando los tiempos de Roma. Tres mil muertos, y el resto de los habitantes de Secunda, fueron condenados al exilio. Éstos se refugiarían en ciudades como Fez, como Toledo ó como la propia Alejandría. Fue un hecho terrible, Al-Hakam I ordenó que el arrabal de Secunda fuera arrasada hasta los cimientos y que jamás se volviera a construir edificio alguno en aquel terreno que desde entonces se dedicó a los cultivos. Hoy en día ese terreno se conoce como “Campo de la Verdad”, y en Córdova este episodio se rememora, donde fue de triste y fausto recuerdo. Pero Al-Hakam I, con su política agresiva, con su política de rodillo, consiguió pacificar el territorio dominado por él. Al-Andalus quedó sometido, los disidentes fueron ejecutados, Mérida, Toledo, Zaragoza, Córdova, las ciudades de Al-Hakam I desde luego, callaron, callaron por el momento. Y en 822 fallecía Al-Hakam I, dejando un tristísimo recuerdo, muy pocos lloraron su muerte, y le sucedió su hijo, su favorito, Abderramán II.

Tenía treinta y cuatro años, había nacido por tanto en 788. Y este sí, este gobernante andalusí sí que supo entender el ánimo de sus súbditos. Procuraría treinta años de luminosidad, treinta años de cultura, treinta años de paz para sus territorios. Estableció leyes de convivencia, entre etnias, religiones. Fue querido, muy querido por sus súbditos, por sus gobernados. Incrementó el número de funcionarios, y mejoró la jerarquización de las clases dominantes. Además, acuñó moneda de forma regular, lo que permitió un bienestar para los habitantes de Al-Andalus y sobre todo, una mejor proyección del comercio. Pero lo más importante vino de su mano: el mecenazgo que dio a las bellas artes y a la cultura, consiguió de Córdova, pues una ciudad, una ciudad inmensa, una ciudad bella. Decían los que la visitaban que sin duda alguna era la ciudad más importante del mundo. La población se incrementó; los filósofos, los intelectuales, los escritores, los médicos. Se practicaba la mejor medicina del momento. La luz de Córdova se proyectaba sobre todo el occidente europeo. Una ciudad hermosísima, de las mil y una noches. Había foros donde se debatía, y sobre todo, gracias a ese mecenazgo cultural de Abderramán II, se empezaron a traducir los mejores escritos, los mejores textos, la mejor literatura que se había hecho hasta el momento fue traducida al árabe, y empezó a engrosar las abundantes bibliotecas de Córdova. El propio Abderramán II escribiría por su mano unos anales de Hispania, una historia de Al-Andalus.

Un gran erudito, un hombre culto, refinado, además, dicen que bellísimo, que era rubio con ojos azules, propio de los Omeya, éstos eran… siempre parecían más germanos que semitas, y desde luego que los abderramanes dejaron muy buen sabor de boca en Al-Andalus.

Treinta años estaría al frente del gobierno andalusí. Pero ocurrieron hechos curiosos, hechos que merecen ser contados. En el terreno bélico, en el terreno guerrero, Abderramán II ordenó campañas contra los francos de la marca hispánica. También luchó contra el poder Astur-Leonés, cada vez más fuerte. En ese tiempo estaba el inmenso rey Ramiro I. Y luchó también contra los Abásidas de Bagdad, por tanto, había muchos frentes abiertos para las tropas de Abderramán II. Pero jamás se vio en otra circunstancia como en aquel momento de 844 D.C.

Y es que los vikingos, las hordas de Escandinavia llegaron a la península ibérica. Durante más de cincuenta años habían cometido sus invasiones, sus estragos, sobre los territorios de Britania, de la Bretaña Francesa, sobre esas latitudes, pero nunca más allá. Pero en ese año, en ese año superaron toda expectativa, y con una flota tremenda de Drakkars – sus navíos característicos – llegaron a la península ibérica.

El primer punto de atraque para la flota de Drakkars fue La Coruña. Y ahí, fueron repelidos, no pudieron cometer sus habituales tropelías por que las tropas astures y leonesas del rey Ramiro I les supieron dar una buena medida y les expulsaron. El siguiente punto elegido por los vikingos fue Lisboa. Ahí tuvieron mejor suerte, y consiguieron rapiñar, lo que les animó a seguir en la empresa. Los barcos siguieron costeando y finalmente se toparon con la desembocadura del Guadalquivir. Ya sabéis que los Drakkars eran barcos, eran buques muy, muy, muy marineros, y de escaso calado, lo que les permitía remontar ríos. Y una flota de no menos de ochenta Drakkars, remontó el Guadalquivir. Ondeó en una isla próxima a la capital hispalense, a Sevilla. Los ochenta Drakkars tenían una tripulación estimada en más de tres mil hombres, más de tres mil efectivos. Ya sabéis que el Drakkar más utilizado en este tiempo era el de veintiséis pares de remos, por tanto, había unos sesenta hombres en cada buque. Habían tenido bajas en La Coruña, en Lisboa, por tanto, se estiman que entre tres mil, cuatro mil efectivos llegaron a Sevilla. Fueron noches terribles, desasosagantes, la población sevillana fue diezmada, masacrada. Los vikingos no reparaban en hachas, no reparaban en espadas, no reparaban en golpes certeros con tal de conseguir el botín ansiado. Y Sevilla sufrió una auténtica convulsión. Aunque los sevillanos intentaron defenderse, pero aquellos vikingos estaban demasiado fanatizados. Abdecían demasiado de la guerra, y desde luego, comenzaron su época de terror en territorio andaluz. Las noticias de la masacre en Sevilla llegaron a Córdova. Abderramán II ordenó que se reunieran las tropas. Pasó revista a su guardia especial. Los andalusíes eran estupendos, magníficos jinetes. Era una caballería muy eficaz, una caballería ligera, muy, muy, muy eficaz. ¿Pero esto sería suficiente para parar, para frenar el empuje de la horda vikinga?

Nos encontramos en Tablada, un lugar cercano a Sevilla. Ahí tenemos cientos de normandos, cientos de “mayus”, pues así eran denominados por los árabes – “mayus” significaba más ó menos “paganos”, les llamaban “los paganos” – pues tenemos cientos de “mayus” posicionados ante las tropas de Abderramán II. Éstas eran un poco más numerosas, pero no tenían la agresividad en los ojos que mostraban los vikingos – ya sabéis que las formaciones vikingas eran abigarradas – golpeaban sus escudos con las espadas, con sus mazas, con sus hachas de combate, y se acercaban lenta, pausadamente al enemigo. Los guerreros Berserker también esperaban el momento de atacar. Los Berserker eran los más fanáticos de los vikingos. Hoy en día, algunos especialistas identifican a estos guerreros, a estos guerreros “lobo” como eran llamados en algunos lares, los identifican con una especie de enfermedad muy próxima a la epilepsia. Lo cierto es que los Berserker, cada vez que intuían el combate, comenzaban a sufrir tremendas convulsiones, la espuma salía por sus bocas, y como desaforados, se lanzaban al enemigo, parecían poseídos por demonios. Pues llegó, llegó el momento del enfrentamiento. Recordemos: Tablada, en un campo llano, la formación de vikingos – más de tres mil hombres – con sus armas de combate, y su fiereza en la mirada, dirigiéndose lentamente hacia el enemigo árabe. Los hombres de Abderramán II contemplan intrigados la formación vikinga. Nunca habían visto “mayus”. ¿Cómo les atacarían? Los vikingos seguían avanzando. El temor comienza a propagarse por las filas de los musulmanes. Sus armas parecen más débiles que las de los “mayus”. ¿Cuál será la estrategia a seguir? Y lo principal: ¿cuál será la táctica en el momento más decisivo de la batalla? Abderramán no espera más, y ordena un ataque generalizado.

La caballería andalusí comienza a galopar hacia los vikingos. Esa caballería ligera de la que hacían gala, esos estupendos, magníficos jinetes, rodea a los vikingos, los envuelve, mientras que la infantería se adentra ya y comienza el combate. Son minutos terribles, las bajas se multiplican, en uno y otro bando. Los arqueros musulmanes consiguen diezmar las primeras filas de los normandos. Los vikingos no retroceden, están acostumbrados a luchar hasta el último esfuerzo, hasta el último grito, hasta el último hombre, los Berserker han actuado, y han causado muchísima mortandad entre los andalusíes. Pero aún así, Abderramán II ordena una segunda acometida sobre los vikingos. La superioridad numérica de los andalusíes comienza a hacerse notar en el campo de Tablada. Al fin, Abderramán ordena, en el momento más determinante de la batalla, que ataque su guardia personal. Es momento para los mercenarios, y éstos saben perfectamente cómo hay que guerrear a los normandos. Escenas horribles, miembros mutilados, hombres que caen al suelo, cubiertos por las flechas, ó por las lanzas de acometida. Tras más de dos horas de combates extenuantes, la práctica totalidad de la horda vikinga yace en el suelo, muerta ó moribunda. Abderramán II ha suprimido un terrible peligro de su territorio. Los escasos supervivientes escandinavos corren, huyen hacia sus Drakkars, y a duras penas, consiguen escapar de aquel infierno provocado por Abderramán II. Es una terrible derrota para los vikingos, y tardarán mucho, mucho tiempo, en intentarlo de nuevo. Casi todos ellos han fallecido, y regresan con ese mensaje a sus tierras del norte: “Hay que tener cuidado con estos andalusíes. No eran tan débiles como les pintaban”. Un gran éxito para Abderramán II, que por cierto, fue hombre muy precavido, y para evitar futuras incursiones vikingas, ordenó levantar atalayas por toda la costa andaluza. Serían elementos, estructuras fundamentales para la resistencia de Al-Andalus ante futuras invasiones.

Abderramán II, el culto, el erudito, pero también el guerrero, el militar, el implacable con sus enemigos. Falleció con sesenta y cuatro años de edad. Corría el año de 852. Estaba a punto de cumplirse el primer siglo de independencia ante Bagdad. Y Abderramán II había dado treinta años de felicidad a sus súbditos.

Hay también algunos asuntos, algunos puntos negros en esta historia de Al-Andalus, en estos treinta años, es que ya en tiempos de Al-Hakam I había comenzado a asentarse una escuela de religión, una escuela filosófica llamada Maliki. Se llamaba así por que estaba inspirada en Mâlik Ibn Anas. Mâlik Ibn Anas fue discípulo directo de Mahoma. Y los malikíes propugnaban, pues el cumplimiento, el cumplimiento ortodoxo de las unas, de los preceptos coránicos. Y esta situación incomodó muchísimo a la población muladí, a los nuevos musulmanes, a los hispanos convertidos al Islam, a los mozárabes, empezaron a ser hostigados. Los fundamentalistas islámicos comenzaron a hostigar a estas gentes y la convivencia estuvo a punto de… de romperse. De hecho, todavía se recordaba con amargura algunos incidentes como los mencionados del arrabal, ó aquella jornada del foso en Toledo, y se pensaba que en algún momento esta cuestión filo-árabe terminaría por pasar factura a los cristianos convertidos ó a los cristianos residentes en Al-Andalus. Los Malikíes, la verdad es que superaron con creces cualquier expectativa, y llevaron el fundamentalismo a terreno extremo. Y muchos cristianos, optaron decididamente, de una forma abierta, por el martirio, y se lanzaron a las calles de Córdova, de Sevilla, de Málaga, pues insultando, blasfemando contra Mahoma, blasfemando contra el profeta de Alá, esto de facto suponía la pena de muerte, por que en el Corán hay pena de muerte, está establecida la pena de muerte para todo aquel que blasfeme contra Mahoma. Y muchos cristianos que lo sabían, se lanzaron a las calles de estas ciudades, esperando el martirio, esperando ser santos, mártires. La situación fue confusa, Abderramán II no pretendía bajo ningún concepto llevar esto a los extremos de tener cientos de mártires, que además se convertirían en leyendas, para los suyos, para sus correligionarios, y que esto, pues creara núcleos de resistencia, núcleos de sedición, por tanto, hubo que buscar una solución, y está llegó – llegamos aquí, gracias a Dios – en un cónclave cristiano celebrado en Sevilla, bajo el amparo de Abderramán II. Los hombres notables de la iglesia cristiana se reunieron y determinaron que esto de ser mártires por gusto no entraba dentro de los preceptos de la fe católica. Que mártir se era forzosamente si no quedaba más remedio, pero que mártir por propia voluntad no estaba contemplado. Se prohibía por tanto, que las gentes cristianas salieran a las calles a blasfemar contra Mahoma. Fue un momento de entendimiento entre las dos culturas. Abderramán II propició este cónclave y los dirigentes cristianos, yo creo que fueron bastante razonables, por tanto, se pudo de nuevo volver a una cierta estabilidad social, y eso permitió culminar con éxito el gobierno del emir, del gran emir Abderramán II. Falleció como os digo, en 852. Todos le lloraron – así lo dicen las crónicas – todos le lloraron como a un padre perdido. Habían perdido a su gran padre. Abderramán II había sido bueno para todos. Pero no dejó dicho quién debía sucederle de sus hijos, y en consecuencia, los dirigentes, los grandes aristócratas andalusíes se reunieron durante largas jornadas y profundos debates para finalmente determinar que sería Mohammad I, el hijo primogénito de Abderramán quien debería asumir el mando de Al-Andalus. Mohammad I tenía tan sólo diecinueve años, y el muchacho estaba muy convencido sobre su fe islámica. Muy inserto en esa escuela malikí y desde luego, su tiempo de gobierno no pudo – aunque lo intentó – pero no pudo estar a la altura de su padre, del legado que le había dejado su padre. Pero esa es otra historia.

Queda reflejado en este pasaje nuestro reconocimiento y nuestro respeto para un gran hombre de estado, Abderramán II, y sobre todo, gracias a su mecenazgo, a su intuición, a su gusto por las bellas artes, Córdova empezó a brillar como jamás se había visto, la ciudad más importante de todo el occidente europeo, la más luminosa, sus… sus calles se practicaba la mejor medicina. Se hablaba la mejor filosofía, y desde luego, desde luego, los eruditos sembraron esas calles por doquier, con bibliotecas increíbles, que perduraron siglos. Hoy en nuestros pasajes de la historia, el gran Abderramán II.

La transcripción del podcast está disponible en el sitio historiasdelahistoria.blog, proporcionada por LingQ (L-I-N-G-Q.com), donde se aprenden idiomas utilizando los mejores podcast de la web.

 

La historia de la península ibérica es sin duda alguna una de las mayores y asombrosas epopeyas que vio la humanidad. En 711 D.C. diversas columnas provenientes de los desiertos arábigos ó del norte de África, tomaban posesión, irrumpían en la península ibérica, ese lugar al que llamaban Al-Andalus, en recuerdo de las invasiones germánicas, los vándalos dieron nombre a esa intuición de los musulmanes. Al-Aldalus, los vándalos, sería su vergel, sería su tierra de provisión, sería el auténtico paraíso, el edén del que enseñorearse, ese paraíso del que ser sus auténticos y legítimos dueños durante setecientos ochenta años.

 

En aquel tiempo, dominaban los Omeya, que gobernaban todo el oro del musulmán, desde la gran, desde la luminosa capital Damasco, pero sabido es, que los Abásidas de Bagdad tomaron el mando del Islam y ejecutaron a casi todos los Omeya, a casi todos, por que uno sobrevivió, el príncipe errante, Abderramán I.

 

En 756 D.C., este inmenso guerrero, este luminoso guerrero, tomaba posesión de Al-Andalus, y proclamaba el emirato independiente con respecto a Bagdad. Al-Andalus se convertía en un estado, en un estado independiente, solitario, al margen de los designios de los Abásidas, y los Omeya proyectaban su inteligencia, su talento sobre miles y miles de súbditos. Antiguos musulmanes y ahora nuevos habitantes de la península ibérica convertidos al islamismo, convertidos en muladíes.

 

Los contingentes Omeya se expandían por la península ibérica. Los empobrecidos reinos cristianos del norte resistían a duras penas las acometidas de la media luna. En poco tiempo, los islamistas ponían, establecían sus marcas defensivas en tres puntos esenciales, Mérida al sur, Toledo en el centro, Zaragoza al norte. Eran marcas dominadas por los muladíes que se convertían ahora en puntales del Islam en Europa. Y los gobiernos Omeya fueron ciertamente espectaculares. Leyes de tolerancia religiosa, de convivencia plena, no sé, hasta siempre de… de pequeñas discerciones, de guerras fraticidas y de combates, eternos combates con el enemigo cristiano. Era momento para las racias, era momento para que diversas columnas punitivas entraran en el norte y asaltaran las ciudades. Época de tensión. Y llegamos al momento que nos ocupa. Tras el eficaz gobierno de Hisham I, le tocó el turno a su sucesor Al-Hakam I. Fue en 796. Pronto las medidas adoptadas por este gobernante andalusí se declararon… pues… demasiado duras, demasiado estrictas, las imposiciones, el pago de impuestos, se ejercía una presión brutal sobre los nuevos musulmanes (muladíes) y por supuesto, sobre la población mozárabe, los cristianos que habían quedado en el sector musulmán, en el sector árabe. La verdad es que Al-Hakam I fue un gobernante, un mandatario odiado, temido. Recordamos en 797 la triste jornada del foso, en la que los prebostes, los mandatarios de la ciudad de Toledo fueron pasados a cuchillo por mostrar discrepancia con el poder, con el poder de Córdoba.

 

Al-Hakam I también fue conocido, y será conocido eternamente por el motín del arrabal. La población muladí que habitaba Secunda, un arrabal próximo a Córdova se rebeló ante los impuestos abusivos. Muchos cristianos vivían en ese arrabal, los mercadillos, las calles, los… provocaban agitación, difundían rumores, y la sedición siempre estaba a la vuelta de la esquina. Al-Hakam II, que había tenido que contratar un ejército de mercenarios eslavos y bereberes, se lanzó con rotunda rabia en 818 D.C. al asalto del arrabal. Más de tres mil muladíes y cristianos fueron pasados a cuchillo ó crucificados. Trescientos crucificados, recordando los tiempos de Roma. Tres mil muertos, y el resto de los habitantes de Secunda, fueron condenados al exilio. Éstos se refugiarían en ciudades como Fez, como Toledo ó como la propia Alejandría. Fue un hecho terrible, Al-Hakam I ordenó que el arrabal de Secunda fuera arrasada hasta los cimientos y que jamás se volviera a construir edificio alguno en aquel terreno que desde entonces se dedicó a los cultivos. Hoy en día ese terreno se conoce como “Campo de la Verdad”, y en Córdova este episodio se rememora, donde fue de triste y fausto recuerdo. Pero Al-Hakam I, con su política agresiva, con su política de rodillo, consiguió pacificar el territorio dominado por él. Al-Andalus quedó sometido, los disidentes fueron ejecutados, Mérida, Toledo, Zaragoza, Córdova, las ciudades de Al-Hakam I desde luego, callaron, callaron por el momento. Y en 822 fallecía Al-Hakam I, dejando un tristísimo recuerdo, muy pocos lloraron su muerte, y le sucedió su hijo, su favorito, Abderramán II.

 

Tenía treinta y cuatro años, había nacido por tanto en 788. Y este sí, este gobernante andalusí sí que supo entender el ánimo de sus súbditos. Procuraría treinta años de luminosidad, treinta años de cultura, treinta años de paz para sus territorios. Estableció leyes de convivencia, entre etnias, religiones. Fue querido, muy querido por sus súbditos, por sus gobernados. Incrementó el número de funcionarios, y mejoró la jerarquización de las clases dominantes. Además, acuñó moneda de forma regular, lo que permitió un bienestar para los habitantes de Al-Andalus y sobre todo, una mejor proyección del comercio. Pero lo más importante vino de su mano: el mecenazgo que dio a las bellas artes y a la cultura, consiguió de Córdova, pues una ciudad, una ciudad inmensa, una ciudad bella. Decían los que la visitaban que sin duda alguna era la ciudad más importante del mundo. La población se incrementó; los filósofos, los intelectuales, los escritores, los médicos. Se practicaba la mejor medicina del momento. La luz de Córdova se proyectaba sobre todo el occidente europeo. Una ciudad hermosísima, de las mil y una noches. Había foros donde se debatía, y sobre todo, gracias a ese mecenazgo cultural de Abderramán II, se empezaron a traducir los mejores escritos, los mejores textos, la mejor literatura que se había hecho hasta el momento fue traducida al árabe, y empezó a engrosar las abundantes bibliotecas de Córdova. El propio Abderramán II escribiría por su mano unos anales de Hispania, una historia de Al-Andalus.

 

Un gran erudito, un hombre culto, refinado, además, dicen que bellísimo, que era rubio con ojos azules, propio de los Omeya, éstos eran… siempre parecían más germanos que semitas, y desde luego que los abderramanes dejaron muy buen sabor de boca en Al-Andalus.

 

Treinta años estaría al frente del gobierno andalusí. Pero ocurrieron hechos curiosos, hechos que merecen ser contados. En el terreno bélico, en el terreno guerrero, Abderramán II ordenó campañas contra los francos de la marca hispánica. También luchó contra el poder Astur-Leonés, cada vez más fuerte. En ese tiempo estaba el inmenso rey Ramiro I. Y luchó también contra los Abásidas de Bagdad, por tanto, había muchos frentes abiertos para las tropas de Abderramán II. Pero jamás se vio en otra circunstancia como en aquel momento de 844 D.C.

 

Y es que los vikingos, las hordas de Escandinavia llegaron a la península ibérica. Durante más de cincuenta años habían cometido sus invasiones, sus estragos, sobre los territorios de Britania, de la Bretaña Francesa, sobre esas latitudes, pero nunca más allá. Pero en ese año, en ese año superaron toda expectativa, y con una flota tremenda de Drakkars – sus navíos característicos – llegaron a la península ibérica.

 

El primer punto de atraque para la flota de Drakkars fue La Coruña. Y ahí, fueron repelidos, no pudieron cometer sus habituales tropelías por que las tropas astures y leonesas del rey Ramiro I les supieron dar una buena medida y les expulsaron. El siguiente punto elegido por los vikingos fue Lisboa. Ahí tuvieron mejor suerte, y consiguieron rapiñar, lo que les animó a seguir en la empresa. Los barcos siguieron costeando y finalmente se toparon con la desembocadura del Guadalquivir. Ya sabéis que los Drakkars eran barcos, eran buques muy, muy, muy marineros, y de escaso calado, lo que les permitía remontar ríos. Y una flota de no menos de ochenta Drakkars, remontó el Guadalquivir. Ondeó en una isla próxima a la capital hispalense, a Sevilla. Los ochenta Drakkars tenían una tripulación estimada en más de tres mil hombres, más de tres mil efectivos. Ya sabéis que el Drakkar más utilizado en este tiempo era el de veintiséis pares de remos, por tanto, había unos sesenta hombres en cada buque. Habían tenido bajas en La Coruña, en Lisboa, por tanto, se estiman que entre tres mil, cuatro mil efectivos llegaron a Sevilla. Fueron noches terribles, desasosagantes, la población sevillana fue diezmada, masacrada. Los vikingos no reparaban en hachas, no reparaban en espadas, no reparaban en golpes certeros con tal de conseguir el botín ansiado. Y Sevilla sufrió una auténtica convulsión. Aunque los sevillanos intentaron defenderse, pero aquellos vikingos estaban demasiado fanatizados. Abdecían demasiado de la guerra, y desde luego, comenzaron su época de terror en territorio andaluz. Las noticias de la masacre en Sevilla llegaron a Córdova. Abderramán II ordenó que se reunieran las tropas. Pasó revista a su guardia especial. Los andalusíes eran estupendos, magníficos jinetes. Era una caballería muy eficaz, una caballería ligera, muy, muy, muy eficaz. ¿Pero esto sería suficiente para parar, para frenar el empuje de la horda vikinga?

 

Nos encontramos en Tablada, un lugar cercano a Sevilla. Ahí tenemos cientos de normandos, cientos de “mayus”, pues así eran denominados por los árabes – “mayus” significaba más ó menos “paganos”, les llamaban “los paganos” – pues tenemos cientos de “mayus” posicionados ante las tropas de Abderramán II. Éstas eran un poco más numerosas, pero no tenían la agresividad en los ojos que mostraban los vikingos – ya sabéis que las formaciones vikingas eran abigarradas – golpeaban sus escudos con las espadas, con sus mazas, con sus hachas de combate, y se acercaban lenta, pausadamente al enemigo. Los guerreros Berserker también esperaban el momento de atacar. Los Berserker eran los más fanáticos de los vikingos. Hoy en día, algunos especialistas identifican a estos guerreros, a estos guerreros “lobo” como eran llamados en algunos lares, los identifican con una especie de enfermedad muy próxima a la epilepsia. Lo cierto es que los Berserker, cada vez que intuían el combate, comenzaban a sufrir tremendas convulsiones, la espuma salía por sus bocas, y como desaforados, se lanzaban al enemigo, parecían poseídos por demonios. Pues llegó, llegó el momento del enfrentamiento. Recordemos: Tablada, en un campo llano, la formación de vikingos – más de tres mil hombres – con sus armas de combate, y su fiereza en la mirada, dirigiéndose lentamente hacia el enemigo árabe. Los hombres de Abderramán II contemplan intrigados la formación vikinga. Nunca habían visto “mayus”. ¿Cómo les atacarían? Los vikingos seguían avanzando. El temor comienza a propagarse por las filas de los musulmanes. Sus armas parecen más débiles que las de los “mayus”. ¿Cuál será la estrategia a seguir? Y lo principal: ¿cuál será la táctica en el momento más decisivo de la batalla? Abderramán no espera más, y ordena un ataque generalizado.

 

La caballería andalusí comienza a galopar hacia los vikingos. Esa caballería ligera de la que hacían gala, esos estupendos, magníficos jinetes, rodea a los vikingos, los envuelve, mientras que la infantería se adentra ya y comienza el combate. Son minutos terribles, las bajas se multiplican, en uno y otro bando. Los arqueros musulmanes consiguen diezmar las primeras filas de los normandos. Los vikingos no retroceden, están acostumbrados a luchar hasta el último esfuerzo, hasta el último grito, hasta el último hombre, los Berserker han actuado, y han causado muchísima mortandad entre los andalusíes. Pero aún así, Abderramán II ordena una segunda acometida sobre los vikingos. La superioridad numérica de los andalusíes comienza a hacerse notar en el campo de Tablada. Al fin, Abderramán ordena, en el momento más determinante de la batalla, que ataque su guardia personal. Es momento para los mercenarios, y éstos saben perfectamente cómo hay que guerrear a los normandos. Escenas horribles, miembros mutilados, hombres que caen al suelo, cubiertos por las flechas, ó por las lanzas de acometida. Tras más de dos horas de combates extenuantes, la práctica totalidad de la horda vikinga yace en el suelo, muerta ó moribunda. Abderramán II ha suprimido un terrible peligro de su territorio. Los escasos supervivientes escandinavos corren, huyen hacia sus Drakkars, y a duras penas, consiguen escapar de aquel infierno provocado por Abderramán II. Es una terrible derrota para los vikingos, y tardarán mucho, mucho tiempo, en intentarlo de nuevo. Casi todos ellos han fallecido, y regresan con ese mensaje a sus tierras del norte: “Hay que tener cuidado con estos andalusíes. No eran tan débiles como les pintaban”. Un gran éxito para Abderramán II, que por cierto, fue hombre muy precavido, y para evitar futuras incursiones vikingas, ordenó levantar atalayas por toda la costa andaluza. Serían elementos, estructuras fundamentales para la resistencia de Al-Andalus ante futuras invasiones.

 

Abderramán II, el culto, el erudito, pero también el guerrero, el militar, el implacable con sus enemigos. Falleció con sesenta y cuatro años de edad. Corría el año de 852. Estaba a punto de cumplirse el primer siglo de independencia ante Bagdad. Y Abderramán II había dado treinta años de felicidad a sus súbditos.

 

Hay también algunos asuntos, algunos puntos negros en esta historia de Al-Andalus, en estos treinta años, es que ya en tiempos de Al-Hakam I había comenzado a asentarse una escuela de religión, una escuela filosófica llamada Maliki. Se llamaba así por que estaba inspirada en Mâlik Ibn Anas. Mâlik Ibn Anas fue discípulo directo de Mahoma. Y los malikíes propugnaban, pues el cumplimiento, el cumplimiento ortodoxo de las unas, de los preceptos coránicos. Y esta situación incomodó muchísimo a la población muladí, a los nuevos musulmanes, a los hispanos convertidos al Islam, a los mozárabes, empezaron a ser hostigados. Los fundamentalistas islámicos comenzaron a hostigar a estas gentes y la convivencia estuvo a punto de… de romperse. De hecho, todavía se recordaba con amargura algunos incidentes como los mencionados del arrabal, ó aquella jornada del foso en Toledo, y se pensaba que en algún momento esta cuestión filo-árabe terminaría por pasar factura a los cristianos convertidos ó a los cristianos residentes en Al-Andalus. Los Malikíes, la verdad es que superaron con creces cualquier expectativa, y llevaron el fundamentalismo a terreno extremo. Y muchos cristianos, optaron decididamente, de una forma abierta, por el martirio, y se lanzaron a las calles de Córdova, de Sevilla, de Málaga, pues insultando, blasfemando contra Mahoma, blasfemando contra el profeta de Alá, esto de facto suponía la pena de muerte, por que en el Corán hay pena de muerte, está establecida la pena de muerte para todo aquel que blasfeme contra Mahoma. Y muchos cristianos que lo sabían, se lanzaron a las calles de estas ciudades, esperando el martirio, esperando ser santos, mártires. La situación fue confusa, Abderramán II no pretendía bajo ningún concepto llevar esto a los extremos de tener cientos de mártires, que además se convertirían en leyendas, para los suyos, para sus correligionarios, y que esto, pues creara núcleos de resistencia, núcleos de sedición, por tanto, hubo que buscar una solución, y está llegó – llegamos aquí, gracias a Dios – en un cónclave cristiano celebrado en Sevilla, bajo el amparo de Abderramán II. Los hombres notables de la iglesia cristiana se reunieron y determinaron que esto de ser mártires por gusto no entraba dentro de los preceptos de la fe católica. Que mártir se era forzosamente si no quedaba más remedio, pero que mártir por propia voluntad no estaba contemplado. Se prohibía por tanto, que las gentes cristianas salieran a las calles a blasfemar contra Mahoma. Fue un momento de entendimiento entre las dos culturas. Abderramán II propició este cónclave y los dirigentes cristianos, yo creo que fueron bastante razonables, por tanto, se pudo de nuevo volver a una cierta estabilidad social, y eso permitió culminar con éxito el gobierno del emir, del gran emir Abderramán II. Falleció como os digo, en 852. Todos le lloraron – así lo dicen las crónicas – todos le lloraron como a un padre perdido. Habían perdido a su gran padre. Abderramán II había sido bueno para todos. Pero no dejó dicho quién debía sucederle de sus hijos, y en consecuencia, los dirigentes, los grandes aristócratas andalusíes se reunieron durante largas jornadas y profundos debates para finalmente determinar que sería Mohammad I, el hijo primogénito de Abderramán quien debería asumir el mando de Al-Andalus. Mohammad I tenía tan sólo diecinueve años, y el muchacho estaba muy convencido sobre su fe islámica. Muy inserto en esa escuela malikí y desde luego, su tiempo de gobierno no pudo – aunque lo intentó – pero no pudo estar a la altura de su padre, del legado que le había dejado su padre. Pero esa es otra historia.

 

Queda reflejado en este pasaje nuestro reconocimiento y nuestro respeto para un gran hombre de estado, Abderramán II, y sobre todo, gracias a su mecenazgo, a su intuición, a su gusto por las bellas artes, Córdova empezó a brillar como jamás se había visto, la ciudad más importante de todo el occidente europeo, la más luminosa, sus… sus calles se practicaba la mejor medicina. Se hablaba la mejor filosofía, y desde luego, desde luego, los eruditos sembraron esas calles por doquier, con bibliotecas increíbles, que perduraron siglos. Hoy en nuestros pasajes de la historia, el gran Abderramán II.