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Historias de nuestra Historia (España), Atila, rey de los hunos

Sobre el piso firme parecía pequeño, débil, frágil. Aunque su apariencia era musculosa, su cuello ancho como el de un toro – así le gustaba decir a él – un pelo enrevesado, largo, fuerte; una cara marcada por los antiguos y ancestrales rituales de los hunos; ojos oblicuos, mirada profunda y penetrante, y cuando subía al caballo, su figura, regia aumentada, parecía que delante de nosotros se encontraba un gran dios, un gran líder, blandiendo la espada de Marte; su nombre, Atil, aunque su pueblo le llamó Atila, padrecito. Fue el “Azote de Dios”, hostigó al imperio romano, y durante muchos, muchos años, fue la leyenda negra y oscura del continente europeo. Esta noche, en nuestros pasajes de la historia, Atila, rey de los hunos, el imperio efímero, y un hombre aferrado a muy pocas tradiciones, muy pocas costumbres, por que sólo se fiaba de él, y del ardor y del empuje de sus guerreros, sólo se fiaba de lo que podía avanzar su caballo, y hasta donde avanzaba su caballo, avanzaba el poder de Atila.

El origen de los hunos es un origen difícil y oscuro. Muchos piensan que fueron estitas, en la región de Estivia, pues, podemos encontrar a los hunos, pero yo creo que lo más seguro es afirmar que esos hunos venían de las estepas de Siberia, venían del Asia Central, de las grandes llanuras del Asia Central, por tanto, debemos decir que el origen de los hunos era mongol.

Los primeros que sintieron las lanzas, las flechas, las hondas de los hunos fueron los chinos. Y a tal fin, tuvieron que levantar el monumento más maravilloso de la tierra, la gran Muralla China, el único que se puede contemplar desde el espacio. Eso tuvieron que hacer los chinos, para evitar el avance terrible, de aquellos guerreros insaciables, aquellos predadores de la llanura, los hunos. Y la muralla fue efectiva, y los hunos debieron mirar hacia Europa, y con ese fin, se asentaron en el sur de Rusia, en el mar de Azov, y desde ahí, comenzaron sus invasiones, sus incursiones, sus rapiñas sobre Europa. Estamos en el siglo IV después de Cristo, en las llanuras de Rumania, en la región de Panonia, comienzan los asentamientos de los hunos. Aquí nos encontramos a Turda, el gran líder de los hunos, y aquí vemos cómo se subdividen las tribus de los hunos, las tribus únicas, como ellos llamaban. Por un lado, las danubianas – los romanos a éstos les llamaron los “hunos blancos” – y más allá del Danubio, los hunos negros, luego intercambiaron posiciones. Eran tiempos de mucho miedo, eran terribles. El cristianismo se estaba también asentando en el imperio romano, ya dividido entre el imperio de oriente y el de occidente. Los hunos caucasianos avanzaban por su cuenta y los danubianos también, pero les llegó el momento de la muerte de Turda. Turda dejó cuatro hijos; uno de ellos, Mundzuk, padre de Bleda y de Atil. Otro de ellos, Rugila. A la muerte de Turda, Rugila, el más pequeño, el más bravo, el más heroico, el más diplomático también de aquellos hijos varones de Turda, asumió el mando de las tribus. Y comenzó las embestidas contra el imperio romano de oriente, y también contra las tribus bárbaras. Los alanos, los germanos, los estitas, los visigodos, los ostrogodos, supieron cómo era el ardor combativo de los hunos. Rugila fue un estupendo líder. Cuentan que cuando murió Rugila, en las iglesias cristianas de oriente, en las iglesias de Constantinopla, los sacerdotes decían a la feligresía: “ha muerto Rugila, ha muerto el demonio, ha muerto el diablo”. Y sin duda alguna, fue abatido por un rayo. Ese era el temor que infundían los hunos a los cristianos y a los romanos.

Bleda y Atila – Atil en ese momento – crecían felices, claro, eran inocentes, niños que no participan en ninguna de las incursiones de sus padres, de los guerreros hunos. Pero Mundzuk murió, el padre murió, en ese momento, Atil tenía tan sólo seis años, y Bleda tenía diez. Rugila asume la tutela de los dos niños, y aunque los dos eran de su predilección, Atil era sin duda alguna el más favorito, y Rugila empieza a instruir a los niños. Bleda era de naturaleza juerguista, muy aficionado a las fiestas, era grande, gordo, muy orondo, siempre dispuesto a beber, a emborracharse, siempre dispuesto a la fiesta; y le acompañaba siempre un enano, un enano de origen mauritano llamado Zercone, y con él se divertía muchísimo. Atil era más austero, de gesto más sombrío, quizás ya pensando en lo que le esperaba – debemos fijar, como hemos dicho, el nacimiento de… de Atil, a finales del siglo IV, en el trescientos noventa y cinco, aunque otras fuentes nos hablan del cuatrocientos, del cuatrocientos seis, pero es más fiable el trescientos noventa y cinco, cojamos esa fecha como referencia para la narración, para nuestra historia – por lo tanto, Atil queda huérfano en el año cuatrocientos uno, con tan sólo seis años. Pero pronto empieza a recibir instrucción. Los romanos crearon muchas leyendas negras en torno a los hunos, era el enemigo más temible, decían de ellos que eran seres semi-salvajes, que no conocían el fuego, que sólo vivían de la rapiña, pero no era exactamente así, los hunos no utilizaban el fuego, por que sus avances, sus incursiones, muchas veces ni siquiera se lo permitían. Los hunos eran muy buenos jinetes – dicen que podían avanzar cien kilómetros cada día, a lomo de su caballo – y que por eso, incluso comían a caballo, dormían a caballo, pactaban a caballo. Cogían trozos de carne cruda, los envolvían en tela, y los situaban bajo la montura, así, a lo largo de las diferentes jornadas de combate, esa carne se iba macerando, y una vez macerada, era ingerida por los hunos – dicen que era un bocado exquisito – pero también hemos podido averiguar – buscando recetarios, unos que nos hemos encontrado, después de un trabajo muy exhaustivo – recetas tales como por ejemplo, la de la carne de oso, se cogía la carne de oso, el trozo de oso, se guisaba con mucho cariño, se ornamentaba con unas setas silvestres, y una vez conseguido ese guiso, se rociaba todo con leche agria. Dicen que era “Bocatto di Cardinale”. Entonces, sí conocían el fuego, cuando tenían tranquilidad suficiente, conocían el fuego y lo utilizaban. Pero les gustaba muy poco dormir bajo techo. El techo de los hunos eran las estrellas. Dicen que Atila nunca consintió en dormir bajo un techado, buscaba siempre el amparo de su tienda de campaña, ó simplemente, un lecho confeccionado a base de pieles. Y hablando de pieles, la vestimenta de los hunos era muy original. Su traje favorito consistía en las pieles de ratas. Cogían las ratas, les quitaban la piel, luego se comían el… el animal, claro, y con esas ratas, hacían una especie de traje, y ese traje ya les pertenecía de por vida, es decir, hasta que la piel de rata se caía ya, fragmentada por el ardor del combate, por el sol, la lluvia; vamos, el huno y la piel de rata eran una misma cosa. Como no eran muy aficionados a eso de… del baño, a eso de la higiene, también dice la leyenda negra que muchas veces los enemigos huían víctimas del hedor, no el ardor. Cuando unos cuantos miles de hunos se juntaban, se hacía notar, por diferentes maneras. Los hunos eran extraños, no tenían dioses, sólo adoraban a sus muertos. Ellos pensaban – sus shamanes – siempre que hacer un ritual, invocaban a los muertos, pensaban que los espíritus guerreros de los hunos, les orientarían en la futura lucha. Por tanto, no hay dioses en el panteón huno, no había panteón huno. Sólo se fiaban del espíritu de su padre, del espíritu de su abuelo, que desde algún sitio les guiaban en combate.

Año cuatrocientos ocho. Rugila se ha fijado ya decididamente en Atil. Atil tiene trece años, aunque aparenta muchos más, por que el joven Atil es tremendamente musculoso, ya destacado en las artes del combate. Bueno, le habían proporcionado una cierta educación, por que ya sabéis que los hunos tenían la costumbre de tomar prisioneros, y entre esos prisioneros, pues siempre había algún griego, algún romano, alguien que podría instruir a… a los niños, y Atil recibió instrucción tanto latina como griega. Así, debemos contar que dominaba perfectamente además de su idioma, el latín – hablado y escrito – y griego – hablado y escrito – y hablaba latín de forma excelente. Y con trece años, es enviado a Roma, como rehén amistoso, una práctica habitual en aquellos tiempos. Atil llega a Roma, primavera del año cuatrocientos ocho. Es instalado en un palacio, de los muchísimos palacios que dominan la ciudad de las siete colinas. Ahí, se alberga junto con otros jóvenes llegados de otras tribus. Los romanos les cuentan la historia de Roma, les hablan de mil años de dominación romana. Los jóvenes quedan con los ojos abiertos, con la boca abierta, escuchando aquellas aventuras, aquellas batallas jamás perdidas por los romanos, pero Atil desconfía. Atil piensa que les están engañando, que no es posible que un imperio como el romano no perdiera jamás una sola batalla. Se lo cuenta a sus nuevos amigos, y éstos no le creen. Dicen: “no, si lo cuentan ellos que han dominado al mundo, ¿cómo no va a ser verdad?”. Y bueno, eso sí, hace tribu con otros dos ó tres que pensaban como él, esos dos ó tres le nombran su líder, y deciden aprender todo lo que había que aprender sobre los romanos, por tanto, sin querer, los romanos habían metido a un espía, a un futuro líder entre sus filas. Atil, bajo las calles, deambula, come lo de los romanos, viste como los romanos, sabe cómo son los romanos. Y así pasa un tiempecito, más ó menos, cifrado por los historiadores, unos cuatro años, es decir, que con diecisiete, Atil ya estaba formado, militar e intelectualmente. Con dieciocho tiene su primer matrimonio. En el asunto del amor, Atil era muy fogoso. Los hunos le dan mucha importancia al sexo. Llegó a tener cuatro, cinco, seis mujeres oficiales, y un harén de cuatrocientas cincuenta. Hijos oficiales también, cuatro, cinco, innumerables bastardos – las niñas por supuesto, no se contaban, por que las niñas eran poco importantes para los hunos, ellos siempre hablaban de sus varones, de los futuros guerreros, los que seguirían, los que perpetuarían el linaje.

Son momentos inciertos para los imperios romanos de occidente y oriente. En el de oriente tenemos a Teodosio II, en el de occidente llegaría Valenciano III, siempre tutelado por su madre, una estupenda regente, dicen algunos. Pero por fin, sucede algo que marcaría la historia de los hunos. Año cuatrocientos treinta y cinco, Rugila muere. Dicen que en un accidente de casa, vaya usted a saber. La verdad es que los líderes hunos duraban poco, no solían morir de… de muerte natural. Pero claro, a la muerte de Rugila, los sucesores eran claros, lo había dejado él muy claro en su testamento, debían ser Bleda, como hermano mayor, y Atil, su hermano pequeño. Serían co-reyes de los hunos. Y llega el momento de pactar, llega el momento de darse a conocer a las potencias de las zonas, y así, los dos hermanos se presentan ante los enviados especiales de la corte imperial de oriente. Hasta entonces, Rugila había cobrado tributo en oro, entregado por oriente, para evitar ataques, intrigas, traiciones, y ese tributo era de trescientas libras en oro, era el sueldo que tenía cualquier general del imperio romano. Y Rugila lo atajaba gustoso. Pero los dos hermanos querían algo más, sobre todo Atil, y cuando se presentan ante los embajadores …. del imperio romano de oriente, dice que si el imperio romano de oriente no quiere la guerra con los hunos, tendrá que atrever a determinar cuestiones, por ejemplo, no aliarse con las tribus enemigas de los hunos, y lo más importante, deberían pagar, no trescientas, sino setecientas libras en oro. Los romanos de oriente se quedan perplejos. En ese momento, los fondos, las arcas de oriente estaban exiguas, no había nada, pero era eso ó la guerra. Y deciden firmar, cerca de Belgrado, se establece un pacto. Atil queda muy contento, y por primera vez, y envalentonado por lo que estaba consiguiendo en ese tratado, que por supuesto se hizo a caballo, se autoproclama como emperador de los hunos. Ahí realmente comienza la gran historia de Atila. Después de eso, muy contento, inicia una serie de incursiones, una serie de hostigamientos a las tribus, ya pensando que no iban a contar con la lealtad oriente. Y así durante un tiempo, él se va y Bleda se queda, y aunque Atil deja algunos asesores para que custodien a Bleda, Bleda, ya sabéis que es muy juerguista, muy dedicado a la holganza, a vivir bien, y empieza a pensar que realmente, caramba, si él es el mayor, también es cierto que él debe ser el rey de los hunos, y que su hermano Atil ya demasiado tiene con ser el jefe guerrero. Cuando llega Atil de sus últimas aventuras, se encuentra un reino huno un poquito… digamos… displicente, un poquito olvidado, y claro, la situación de Bleda le preocupa muchísimo. Es el año cuatrocientos cuarenta. Cinco años llevaban de co-reyes, y Atil decide tomar una decisión: “Bleda me molesta bastante, por tanto, vamos a hacer que Bleda ya no esté entre nosotros. Yo no seré el que levante la mano contra mi hermano, tampoco serán mis generales, ¿pero qué tal si hacemos que parezca un accidente?” Y así, organizan un día de caza, una jornada de caza, y casualmente, en un momento en el que Bleda está muy distraído, aparece un oso, y el oso se lo carga. Pero había algunos hunos afines a Bleda, y se muestran muy inquietos por lo que estaba ocurriendo. Y en ese momento, ó misterio, ó leyenda, ó casualidad, entra en juego una famosa leyenda de los romanos, la espada de Marte, la Excalibur de los romanos, esa leyenda contada que quien blandiera la espada de Marte, sin duda alguna, tendría el poder y sería invencible. Y justo, justo después de lo de Bleda, se encontró la espada de Marte. Dice la historia que una vaca se topó con ella, y que su pezuña dejó un rastro de sangre, al que fue siguiendo alguien, y se encontró con la espada semi-enterrada. Esa espada le fue entregada a Atil. La reunión debió ser apasionante, imaginad la situación: en la Panonia, en Rumania, una llanura llena de hunos, miles de hunos, venidos de todos los puntos del reino, todos esperando algún mensaje. Atil se dirige a ellos, mirada oblicua y profunda, gesto serio, muy serio, el rostro marcado por las heridas. Siempre que moría alguien – por ejemplo, cuando el caso de Rugila, su tío. Atil, es cierto que quería muchísimo a su tío – pues los hunos, su forma de demostrar el luto, era rasgarse las mejillas. Eran barbilampiños, por eso tenían que adoptar un gesto muy grotesco para sus enemigos. Pues esto de rasgarse las mejillas se lo hacían a los niños cuando nacían y ellos cuando llegaban las situaciones de luto. Bueno, pues estamos en esa reunión. Atil está mirando a la congregación de los hunos, todos están esperando algo, y en ese momento, se dirige a una piel, y de la piel saca una formidable espada. Eleva la espada hacia el cielo, y él también mira hacia el cielo, y dice con voz poderosa a sus guerreros: “esta es la espada del dios Marte, ésta es la espada que nos hará invencibles, ésta es la espada que significa la unión de todos los hunos. Es el momento, no de luchar, sino de unirnos y avanzar hacia la victoria. Grandes tesoros nos esperan. Los hunos – cuentan las crónicas – rugieron en ese momento – imaginaos miles de gargantas vitoreando a Atil.

Pero ya no le llamaban Atil, le llamaban Atila. Atila, rey de los hunos, Atila, padrecito, padre de los hunos. Una de las primeras misiones de Atil – por que así lo había aprendido en su infancia – era que algún día se tenían que unificar todas las tribus, y así, mandó una expedición al Cáucaso, y ahí convocó a las tribus caucásicas, a los hunos negros en ese momento. Los hunos blancos y negros se unieron, y comenzaba la gran historia de Atila. A partir de ahora, avances, tratados, colecciones, espías, creó una pequeña burocracia, a imagen y semejanza de los romanos, él lo había aprendido de joven, también estableció algunos palacios, que bien, asentando sus posiciones, él era emperador de todos los hunos, el imperio huno había nacido. Los romanos de occidente estaban muy preocupados con lo que estaba ocurriendo. Durante mucho tiempo habían conseguido frenar el avance de los bárbaros, aún así, en el cuatrocientos diez, habían entrado en su reino, habían entrado en el imperio. Pero bueno, todavía estaban más ó menos tranquilos, pero Atila ya era un poder demasiado grande. Y aunque a veces pactaba con unos, negociaba con otros, guerrera… guerreaba a éstos, hostigaba a aquellos, nunca se había decidido de forma clara a invadir, pero había llegado el momento. El año cuatrocientos cuarenta y nueve es un año muy triste para Atila, dos de sus principales esposas, dos de sus más queridas esposas mueren, una víctima de la enfermedad, y otra en el parto de uno de sus hijos. También intentan asesinarle – dicen que enviados por el imperio romano de oriente. Y ya decide tomar una decisión, junto a miles de guerreros de tribus vasallas, vamos a dar una gran batida por la pálida. Cuentan las crónicas que logró reunir más de quinientos mil guerreros. Ahí estaban los ostrogodos, estaban los estitas, de innumerables tribus se acercaron para combatir al lado de Atila. La promesa de premios era inmensa. E hicieron incursión en el norte de Italia, Suiza, las galias. Sitiaron muchas ciudades, entre ellas París. En París – habéis hablado… habéis oído hablar todos de Santa Genoveva – pues Santa Genoveva tuvo mucho que ver contra la no invasión de París, por que Atila vio a Genoveva y decidió levantar el sitio. Cosa muy frecuente en la historia de Atila. Pero sí, en cambio, tomó Orleáns. Y así fue, ¿como se llama?… diferentes ciudades. Fue arrasando todas las ciudades, muchas veces, no arrasaba, no tenía necesidad de arrasar, por que el miedo era tal al “Azote de Dios”, que muchas veces se rendían sin presentar batalla. Pero no ocurrió lo mismo en el campo de los Cataláunicos.

Nos encontramos entre la ciudad de Châlons y Troyes. Junio del año cuatrocientos cincuenta y uno. Aquí tenemos al imperio romano de occidente, que ha logrado unificar también algunas tribus. Con ellos están los visigodos, los francos. Y se disponen a presentar batalla a los hunos, que venían con sus aliados ostrogodos y demás. Dicen que el choque fue brutal, pero que los romanos utilizaron una táctica que los hunos no dominaban del todo, y era la del combate a pie. Sí es cierto que los hunos dominaban en número, pero los romanos, con sus legionarios muy curtidos, sus formaciones de tortuga, y sobre todo, el ímpetu y el odio que tenían los visigodos y los francos a los hunos, pues propició que la victoria fuera para los romanos. La última gran victoria de los romanos en los campos de los Cataláunicos, y todo fue por luchar a pie. Aecio, que era el gran general romano – dicen, de origen huno, de hecho, su porte era huno, su guardia imperial, su guardia pretoriana eran hunos – luchó fantásticamente bien. Las crónicas imperiales hablan que entre los hunos y aliados se crearon más de ciento sesenta mil bajas – ciento sesenta y dos mil bajas hemos podido leer – pero bueno, siendo cronistas de la Roma imperial, hay que bajar en algunos miles la cifra. Lo cierto es que Atila, incluso llegó a formar una gran fila para quemarse, para evitar se apresado por los romanos. Pero Aecio, a lo mejor fruto de aquella vieja amistad que tuvieron los dos – por que es cierto que fueron amigos – no persiguió a Atila, le dejó escapar. Y Atila volvió a su colonia a lamerse las heridas. Y en Colonia estaba, cuando pensó en nuevas invasiones, sobre todo pensó en la venganza. Y organizó la expedición definitiva a Italia. Aecio no estaba en Italia en ese momento. Había pocas legiones, había poco que oponer al avance de Atila, y fue tomando una tras otra, diferentes ciudades, en algunas de ellas causó gran mortandad. Incluso propició la invasión de Atila, en este año, cuatrocientos cincuenta y dos, propició que se creara una ciudad, por que después de… haber destruido una ciudad, los supervivientes tuvieron que irse a los pantanos para evitar el avance de Atila, para evitar el castigo de Atila. Y en esos pantanos se asentaron, y no les fue nada mal, por que la ciudad que crearon fue Venecia. Venecia se creó gracias – de forma directa, claro – al avance de los hunos. Pero Atila no quería precisamente fomentar la cultura en esos momentos. 3 de Julio del año cuatrocientos cincuenta y dos. Atila y sus miles de guerreros están frente a las murallas de Roma. Están dispuestos al saqueo, dispuestos a llenar de oro sus arcas, y sobre todo, dispuestos a vengar a sus muertos en los Cataláunicos. Y los romanos están debatiendo si presentan batalla, si… si abandonan la ciudad, ó qué narices hacen con aquellos salvajes que están a punto de… dominar al imperio romano de occidente. Pero a alguien se le ocurre una idea: que vaya el Papa. El Papa era León I, llamado el grande, después sería San León, y claro, méritos más que suficientes para lo de santo. El Papa accede, y con una corte de unos cien cristianos, una comitiva de unos cien cristianos, diez sacerdotes, y una decuria romana – la decuria era un fragmento de la legión romana, unos diez legionarios – se dirige hacia esa reunión con Atila. Atila le está esperando, expectante. 4 de Julio del año cuatrocientos cincuenta y dos. La embajada de León habla con los enviados de Atila. Se propicia una… una reunión, se crea la situación propicia para una reunión. Atila estaba también deseando conocer al Papa. A ese personaje, dicen cristiano, adorador de un solo Dios, tan extraño para él en esos momentos – el cristianismo era muy extraño para todos en esos momentos, aunque ya era la… casi la religión oficial. Y León le habla de cosas, sobre todo, hay un dato que impresiona primero a… a Atila, y es que tiene nombre de animal, y los hunos, eso lo respetan mucho. Los hunos le tienen mucho miedo a las personas que tienen nombre de animal. Entonces, que un Papa, que un líder religioso se llame León, eso le llama la atención, y empiezan a hablar. Y el Papa seguramente le habla de leyendas, le cuenta acerca de los que saqueen Roma llevarán siempre el castigo divino. Y claro, Atila no creía en Dios, pero por si acaso, no se enfrentaba a Él. Y claro, pensar que la leyenda le puede perseguir – era muy supersticioso – pensar que algún mal le puede perseguir, que puede morir a consecuencia de algo oscuro, no en batalla, le preocupa. Y si a eso sumamos que León le lleva una inmensa arca de oro, y que además le promete dar tributo todos los años, pues claro, Atila dice: “bueno, a fin y al cabo están hostigando a mis tribus en la Panonia, y yo aquí estoy perdiendo el tiempo, si me dan el oro que pretendo buscar, pues levantemos el campamento”. Esa puede ser una explicación, pero quién sabe, dejemos que la leyenda corra. El caso es que León I llega a Roma con la buena noticia: los hunos se van. En Roma, la gente salta a la calle, es como si hubiesen ganado la guerra. Atila simplemente los menospreció, y se volvió hacia su reino.

Año cuatrocientos cincuenta y tres. Después de unas campañas, después de… de algunas avanzadas sobre diferentes tribus, después de pacificar aquí y allá, llega a su campamento, llega a su zona, y se encuentra con que los bactrianos – que era una tribu mitad griegos, mitad indios – habían sido apresados después de algunos combates por los hunos. El hijo de Atila le ofrece un príncipe, y es un príncipe bactriano, y Atila dice: “bueno, ¿y éstos qué tienen que ofrecer?”. – “Pues poca cosa, pero este príncipe no quiere trabajar, no quiere cumplir con los trabajos forzados.” Atila desenvaina su espada, y está dispuesto a darle muerte, cuando una voz surge de unos metros más atrás: “¡No, por favor, no lo hagas!” Atila se da la vuelta, y contempla posiblemente la imagen más hermosa que haya visto en su vida: una joven de diecisiete años, rubia, con los ojos azules, cuerpo bien formado, vamos, una belleza. Y dice: “¿Y tú quien eres?” – “Soy Ilico, hija del príncipe al que estás a punto de matar” Rápidamente Atila llama a su hijo, dice: “esta niña ha sido violada, ¿no?” Dice: “pues no, al ser princesa, hija de un príncipe, pues no, he preferido respetarla por que así podemos sacar un mejor rescate.” Y Atila dijo: “ah, muy bien, muy bien, muy bien. ¿Entonces no ha sido violada?” Dice: “no, no”.

Hay un pequeño detalle, es que Atila sabía que para casarse con una niña así, hija de un príncipe, había que matar al príncipe, por que los hunos tenían esa pequeña costumbre, matar al rey, matar al príncipe gobernante, y luego, pues, como gesto de gratitud, se casaban con sus mujeres, ó con las hijas de éstos, y claro, Atila le asesta un mandoble con la espada de Marte al príncipe que lo deja ahí tieso. Pero bueno, Ilico, que se desmaya ante la escena, al final, acepta resignada su suerte, y se organizan las bodas, se organizan los festejos. Los hunos lo pasaban bien, muy bien en una boda, disfrutaban muchísimo – su principal atracción era beber hasta perder el control. Ilico, no soporta que además de su padre, haya matado a sus dos hermanos. Eran pequeños detalles de la época que, pasan desapercibidos casi siempre. Ilico se enfrenta a la noche de bodas, y ahí estaba Atila. Ella estaba con una túnica, y Atila, pues… en fin, estaba pensando en todo, menos en la guerra, estaba pensando en otro tipo de guerra, pero en esos momentos, la enfermedad llega a él. Alguien dijo que fue envenenado, otros que fue traicionado, pero no hay que darle pábulo a esas historias, lo cierto es que Atila arrastraba una tremenda enfermedad desde hace algún tiempo – en ese momento tiene cincuenta y ocho años – él sufría frecuentes hemorragias, hemorragias nasales, que le dejaban casi desvanecido, y justo en esa noche de bodas, después de haber bebido hasta la saciedad, completamente borracho, ebrio, ebrio de alcohol y de gozo, pues sufrió una terrible hemorragia, murió ahogado en su propia sangre, no consumó el matrimonio. A la mañana siguiente, cuando buscaron a buscarle sus generales, encontraron el cuerpo de Atila bañado en su propia sangre, a Ilico la encontraron en un rincón de la estancia, se había parapetado detrás de una piel, ella estaba temerosa, con los ojos muy, muy, muy abiertos. Los generales enseguida quisieron darle muerte, pero alguien les frenó y dijo: “no, ella no ha sido. Yo conocía la enfermedad de Atila. Ella no ha podido ser la causante. Vamos a respetarla como emperatriz del imperio huno”. Y la respetaron, pero ya fue demasiado tarde para el imperio huno. Las tribus, demasiado, demasiado arrasadas por los hunos en los últimos años, demasiado hostigadas, demasiado arruinadas, supieron que Atila, el “Azote de Dios”, el rey de los hunos, había muerto. Rápidamente, los germanos se unieron, y presentaron batalla a los hunos. Los hunos ya muy divididos, al no tener un líder claro – por que el hijo murió enseguida, murió al poco tiempo – pues los hunos se dividieron, se volvieron a dividir como siempre, y después de una serie de fracasos, una serie de estrepitosas pérdidas, los hunos – los escasos hunos que quedaban – se entroncaron con los ostrogodos, y ahí se perdió la pista de los hunos, ahí se perdió el poder de los hunos. Un imperio grande, muy grande, pero efímero, sólo duró el fulgor que pudo proporcionar su líder guerrero Atila. No dejaron legado alguno, lo que sí tenemos es una leyenda preciosa que contar, y es la muerte y el enterramiento de Atila, por que dice la leyenda que Atila fue enterrado en tres ataúdes: uno de hierro, como hombre fuerte y férreo, otro de plata, y otro de oro, con el inmenso oro que había recaudado a lo largo de toda su vida. Algunos soldados se ofrecieron voluntarios para buscar un sitio oculto, escondido, para enterrar a Atila, y los cuatro generales más afamados de Atila fueron a ese lugar. Los cuatro se conjuraron para jamás desvelar el sitio, y los soldados que habían excavado la tumba, aceptaron gustosos el honor de suicidarse para no contar jamás dónde estaba enterrado su líder, se suicidaron para no hablar. Y desde entonces, siempre se ha buscado la tumba de Atila, y jamás se ha encontrado. Es como la tumba de Alejandro, creo que jamás se encontrará. Atila fue un gran estratega, supo ser algo burócrata, supo ser diplomático, era culto, muy culto para la época, ó para lo que le atribuían los romanos. Atila, el rey de los hunos, murió en el cuatrocientos cincuenta y tres, a la edad de cincuenta y ocho años. Y nos quedamos con esa imagen, Atila al frente de sus tropas, avanzando por las llanuras de la Panonia rumana, dicen que por donde pasaba el caballo de Atila nunca volvió a crecer la hierba. Es muy difícil afirmar eso, formaba parte de la leyenda negra creada por los romanos. Lo que sí es cierto, es que claro, si un ejército como el que fue hacia los campos de los Cataláunicos de quinientos mil guerreros pasaba por algún sitio, era difícil que creciera la hierba y algo más durante mucho, mucho tiempo. Pero fue el “Azote de Dios” verdaderamente, fue el azote del imperio romano, de sus dos franjas, la de oriente, y la de occidente. La historia de Atila, una historia fascinante, la historia de los hunos, aquellos que no nos legaron nada.

Sobre el piso firme parecía pequeño, débil, frágil. Aunque su apariencia era musculosa, su cuello ancho como el de un toro – así le gustaba decir a él – un pelo enrevesado, largo, fuerte; una cara marcada por los antiguos y ancestrales rituales de los hunos; ojos oblicuos, mirada profunda y penetrante, y cuando subía al caballo, su figura, regia aumentada, parecía que delante de nosotros se encontraba un gran dios, un gran líder, blandiendo la espada de Marte; su nombre, Atil, aunque su pueblo le llamó Atila, padrecito. Fue el “Azote de Dios”, hostigó al imperio romano, y durante muchos, muchos años, fue la leyenda negra y oscura del continente europeo. Esta noche, en nuestros pasajes de la historia, Atila, rey de los hunos, el imperio efímero, y un hombre aferrado a muy pocas tradiciones, muy pocas costumbres, por que sólo se fiaba de él, y del ardor y del empuje de sus guerreros, sólo se fiaba de lo que podía avanzar su caballo, y hasta donde avanzaba su caballo, avanzaba el poder de Atila.

 

El origen de los hunos es un origen difícil y oscuro. Muchos piensan que fueron estitas, en la región de Estivia, pues, podemos encontrar a los hunos, pero yo creo que lo más seguro es afirmar que esos hunos venían de las estepas de Siberia, venían del Asia Central, de las grandes llanuras del Asia Central, por tanto, debemos decir que el origen de los hunos era mongol.

 

Los primeros que sintieron las lanzas, las flechas, las hondas de los hunos fueron los chinos. Y a tal fin, tuvieron que levantar el monumento más maravilloso de la tierra, la gran Muralla China, el único que se puede contemplar desde el espacio. Eso tuvieron que hacer los chinos, para evitar el avance terrible, de aquellos guerreros insaciables, aquellos predadores de la llanura, los hunos. Y la muralla fue efectiva, y los hunos debieron mirar hacia Europa, y con ese fin, se asentaron en el sur de Rusia, en el mar de Azov, y desde ahí, comenzaron sus invasiones, sus incursiones, sus rapiñas sobre Europa. Estamos en el siglo IV después de Cristo, en las llanuras de Rumania, en la región de Panonia, comienzan los asentamientos de los hunos. Aquí nos encontramos a Turda, el gran líder de los hunos, y aquí vemos cómo se subdividen las tribus de los hunos, las tribus únicas, como ellos llamaban. Por un lado, las danubianas – los romanos a éstos les llamaron los “hunos blancos” – y más allá del Danubio, los hunos negros, luego intercambiaron posiciones. Eran tiempos de mucho miedo, eran terribles. El cristianismo se estaba también asentando en el imperio romano, ya dividido entre el imperio de oriente y el de occidente. Los hunos caucasianos avanzaban por su cuenta y los danubianos también, pero les llegó el momento de la muerte de Turda. Turda dejó cuatro hijos; uno de ellos, Mundzuk, padre de Bleda y de Atil. Otro de ellos, Rugila. A la muerte de Turda, Rugila, el más pequeño, el más bravo, el más heroico, el más diplomático también de aquellos hijos varones de Turda, asumió el mando de las tribus. Y comenzó las embestidas contra el imperio romano de oriente, y también contra las tribus bárbaras. Los alanos, los germanos, los estitas, los visigodos, los ostrogodos, supieron cómo era el ardor combativo de los hunos. Rugila fue un estupendo líder. Cuentan que cuando murió Rugila, en las iglesias cristianas de oriente, en las iglesias de Constantinopla, los sacerdotes decían a la feligresía: “ha muerto Rugila, ha muerto el demonio, ha muerto el diablo”. Y sin duda alguna, fue abatido por un rayo. Ese era el temor que infundían los hunos a los cristianos y a los romanos.

 

Bleda y Atila – Atil en ese momento – crecían felices, claro, eran inocentes, niños que no participan en ninguna de las incursiones de sus padres, de los guerreros hunos. Pero Mundzuk murió, el padre murió, en ese momento, Atil tenía tan sólo seis años, y Bleda tenía diez. Rugila asume la tutela de los dos niños, y aunque los dos eran de su predilección, Atil era sin duda alguna el más favorito, y Rugila empieza a instruir a los niños. Bleda era de naturaleza juerguista, muy aficionado a las fiestas, era grande, gordo, muy orondo, siempre dispuesto a beber, a emborracharse, siempre dispuesto a la fiesta; y le acompañaba siempre un enano, un enano de origen mauritano llamado Zercone, y con él se divertía muchísimo. Atil era más austero, de gesto más sombrío, quizás ya pensando en lo que le esperaba – debemos fijar, como hemos dicho, el nacimiento de… de Atil, a finales del siglo IV, en el trescientos noventa y cinco, aunque otras fuentes nos hablan del cuatrocientos, del cuatrocientos seis, pero es más fiable el trescientos noventa y cinco, cojamos esa fecha como referencia para la narración, para nuestra historia – por lo tanto, Atil queda huérfano en el año cuatrocientos uno, con tan sólo seis años. Pero pronto empieza a recibir instrucción. Los romanos crearon muchas leyendas negras en torno a los hunos, era el enemigo más temible, decían de ellos que eran seres semi-salvajes, que no conocían el fuego, que sólo vivían de la rapiña, pero no era exactamente así, los hunos no utilizaban el fuego, por que sus avances, sus incursiones, muchas veces ni siquiera se lo permitían. Los hunos eran muy buenos jinetes – dicen que podían avanzar cien kilómetros cada día, a lomo de su caballo – y que por eso, incluso comían a caballo, dormían a caballo, pactaban a caballo. Cogían trozos de carne cruda, los envolvían en tela, y los situaban bajo la montura, así, a lo largo de las diferentes jornadas de combate, esa carne se iba macerando, y una vez macerada, era ingerida por los hunos – dicen que era un bocado exquisito – pero también hemos podido averiguar – buscando recetarios, unos que nos hemos encontrado, después de un trabajo muy exhaustivo – recetas tales como por ejemplo, la de la carne de oso, se cogía la carne de oso, el trozo de oso, se guisaba con mucho cariño, se ornamentaba con unas setas silvestres, y una vez conseguido ese guiso, se rociaba todo con leche agria. Dicen que era “Bocatto di Cardinale”. Entonces, sí conocían el fuego, cuando tenían tranquilidad suficiente, conocían el fuego y lo utilizaban. Pero les gustaba muy poco dormir bajo techo. El techo de los hunos eran las estrellas. Dicen que Atila nunca consintió en dormir bajo un techado, buscaba siempre el amparo de su tienda de campaña, ó simplemente, un lecho confeccionado a base de pieles. Y hablando de pieles, la vestimenta de los hunos era muy original. Su traje favorito consistía en las pieles de ratas. Cogían las ratas, les quitaban la piel, luego se comían el… el animal, claro, y con esas ratas, hacían una especie de traje, y ese traje ya les pertenecía de por vida, es decir, hasta que la piel de rata se caía ya, fragmentada por el ardor del combate, por el sol, la lluvia; vamos, el huno y la piel de rata eran una misma cosa. Como no eran muy aficionados a eso de… del baño, a eso de la higiene, también dice la leyenda negra que muchas veces los enemigos huían víctimas del hedor, no el ardor. Cuando unos cuantos miles de hunos se juntaban, se hacía notar, por diferentes maneras. Los hunos eran extraños, no tenían dioses, sólo adoraban a sus muertos. Ellos pensaban – sus shamanes – siempre que hacer un ritual, invocaban a los muertos, pensaban que los espíritus guerreros de los hunos, les orientarían en la futura lucha. Por tanto, no hay dioses en el panteón huno, no había panteón huno. Sólo se fiaban del espíritu de su padre, del espíritu de su abuelo, que desde algún sitio les guiaban en combate.

 

Año cuatrocientos ocho. Rugila se ha fijado ya decididamente en Atil. Atil tiene trece años, aunque aparenta muchos más, por que el joven Atil es tremendamente musculoso, ya destacado en las artes del combate. Bueno, le habían proporcionado una cierta educación, por que ya sabéis que los hunos tenían la costumbre de tomar prisioneros, y entre esos prisioneros, pues siempre había algún griego, algún romano, alguien que podría instruir a… a los niños, y Atil recibió instrucción tanto latina como griega. Así, debemos contar que dominaba perfectamente además de su idioma, el latín – hablado y escrito – y griego – hablado y escrito – y hablaba latín de forma excelente. Y con trece años, es enviado a Roma, como rehén amistoso, una práctica habitual en aquellos tiempos. Atil llega a Roma, primavera del año cuatrocientos ocho. Es instalado en un palacio, de los muchísimos palacios que dominan la ciudad de las siete colinas. Ahí, se alberga junto con otros jóvenes llegados de otras tribus. Los romanos les cuentan la historia de Roma, les hablan de mil años de dominación romana. Los jóvenes quedan con los ojos abiertos, con la boca abierta, escuchando aquellas aventuras, aquellas batallas jamás perdidas por los romanos, pero Atil desconfía. Atil piensa que les están engañando, que no es posible que un imperio como el romano no perdiera jamás una sola batalla. Se lo cuenta a sus nuevos amigos, y éstos no le creen. Dicen: “no, si lo cuentan ellos que han dominado al mundo, ¿cómo no va a ser verdad?”. Y bueno, eso sí, hace tribu con otros dos ó tres que pensaban como él, esos dos ó tres le nombran su líder, y deciden aprender todo lo que había que aprender sobre los romanos, por tanto, sin querer, los romanos habían metido a un espía, a un futuro líder entre sus filas. Atil, bajo las calles, deambula, come lo de los romanos, viste como los romanos, sabe cómo son los romanos. Y así pasa un tiempecito, más ó menos, cifrado por los historiadores, unos cuatro años, es decir, que con diecisiete, Atil ya estaba formado, militar e intelectualmente. Con dieciocho tiene su primer matrimonio. En el asunto del amor, Atil era muy fogoso. Los hunos le dan mucha importancia al sexo. Llegó a tener cuatro, cinco, seis mujeres oficiales, y un harén de cuatrocientas cincuenta. Hijos oficiales también, cuatro, cinco, innumerables bastardos – las niñas por supuesto, no se contaban, por que las niñas eran poco importantes para los hunos, ellos siempre hablaban de sus varones, de los futuros guerreros, los que seguirían, los que perpetuarían el linaje.

 

Son momentos inciertos para los imperios romanos de occidente y oriente. En el de oriente tenemos a Teodosio II, en el de occidente llegaría Valenciano III, siempre tutelado por su madre, una estupenda regente, dicen algunos. Pero por fin, sucede algo que marcaría la historia de los hunos. Año cuatrocientos treinta y cinco, Rugila muere. Dicen que en un accidente de casa, vaya usted a saber. La verdad es que los líderes hunos duraban poco, no solían morir de… de muerte natural. Pero claro, a la muerte de Rugila, los sucesores eran claros, lo había dejado él muy claro en su testamento, debían ser Bleda, como hermano mayor, y Atil, su hermano pequeño. Serían co-reyes de los hunos. Y llega el momento de pactar, llega el momento de darse a conocer a las potencias de las zonas, y así, los dos hermanos se presentan ante los enviados especiales de la corte imperial de oriente. Hasta entonces, Rugila había cobrado tributo en oro, entregado por oriente, para evitar ataques, intrigas, traiciones, y ese tributo era de trescientas libras en oro, era el sueldo que tenía cualquier general del imperio romano. Y Rugila lo atajaba gustoso. Pero los dos hermanos querían algo más, sobre todo Atil, y cuando se presentan ante los embajadores …. del imperio romano de oriente, dice que si el imperio romano de oriente no quiere la guerra con los hunos, tendrá que atrever a determinar cuestiones, por ejemplo, no aliarse con las tribus enemigas de los hunos, y lo más importante, deberían pagar, no trescientas, sino setecientas libras en oro. Los romanos de oriente se quedan perplejos. En ese momento, los fondos, las arcas de oriente estaban exiguas, no había nada, pero era eso ó la guerra. Y deciden firmar, cerca de Belgrado, se establece un pacto. Atil queda muy contento, y por primera vez, y envalentonado por lo que estaba consiguiendo en ese tratado, que por supuesto se hizo a caballo, se autoproclama como emperador de los hunos. Ahí realmente comienza la gran historia de Atila. Después de eso, muy contento, inicia una serie de incursiones, una serie de hostigamientos a las tribus, ya pensando que no iban a contar con la lealtad oriente. Y así durante un tiempo, él se va y Bleda se queda, y aunque Atil deja algunos asesores para que custodien a Bleda, Bleda, ya sabéis que es muy juerguista, muy dedicado a la holganza, a vivir bien, y empieza a pensar que realmente, caramba, si él es el mayor, también es cierto que él debe ser el rey de los hunos, y que su hermano Atil ya demasiado tiene con ser el jefe guerrero. Cuando llega Atil de sus últimas aventuras, se encuentra un reino huno un poquito… digamos… displicente, un poquito olvidado, y claro, la situación de Bleda le preocupa muchísimo. Es el año cuatrocientos cuarenta. Cinco años llevaban de co-reyes, y Atil decide tomar una decisión: “Bleda me molesta bastante, por tanto, vamos a hacer que Bleda ya no esté entre nosotros. Yo no seré el que levante la mano contra mi hermano, tampoco serán mis generales, ¿pero qué tal si hacemos que parezca un accidente?” Y así, organizan un día de caza, una jornada de caza, y casualmente, en un momento en el que Bleda está muy distraído, aparece un oso, y el oso se lo carga. Pero había algunos hunos afines a Bleda, y se muestran muy inquietos por lo que estaba ocurriendo. Y en ese momento, ó misterio, ó leyenda, ó casualidad, entra en juego una famosa leyenda de los romanos, la espada de Marte, la Excalibur de los romanos, esa leyenda contada que quien blandiera la espada de Marte, sin duda alguna, tendría el poder y sería invencible. Y justo, justo después de lo de Bleda, se encontró la espada de Marte. Dice la historia que una vaca se topó con ella, y que su pezuña dejó un rastro de sangre, al que fue siguiendo alguien, y se encontró con la espada semi-enterrada. Esa espada le fue entregada a Atil. La reunión debió ser apasionante, imaginad la situación: en la Panonia, en Rumania, una llanura llena de hunos, miles de hunos, venidos de todos los puntos del reino, todos esperando algún mensaje. Atil se dirige a ellos, mirada oblicua y profunda, gesto serio, muy serio, el rostro marcado por las heridas. Siempre que moría alguien – por ejemplo, cuando el caso de Rugila, su tío. Atil, es cierto que quería muchísimo a su tío – pues los hunos, su forma de demostrar el luto, era rasgarse las mejillas. Eran barbilampiños, por eso tenían que adoptar un gesto muy grotesco para sus enemigos. Pues esto de rasgarse las mejillas se lo hacían a los niños cuando nacían y ellos cuando llegaban las situaciones de luto. Bueno, pues estamos en esa reunión. Atil está mirando a la congregación de los hunos, todos están esperando algo, y en ese momento, se dirige a una piel, y de la piel saca una formidable espada. Eleva la espada hacia el cielo, y él también mira hacia el cielo, y dice con voz poderosa a sus guerreros: “esta es la espada del dios Marte, ésta es la espada que nos hará invencibles, ésta es la espada que significa la unión de todos los hunos. Es el momento, no de luchar, sino de unirnos y avanzar hacia la victoria. Grandes tesoros nos esperan. Los hunos – cuentan las crónicas – rugieron en ese momento – imaginaos miles de gargantas vitoreando a Atil.

 

Pero ya no le llamaban Atil, le llamaban Atila. Atila, rey de los hunos, Atila, padrecito, padre de los hunos. Una de las primeras misiones de Atil – por que así lo había aprendido en su infancia – era que algún día se tenían que unificar todas las tribus, y así, mandó una expedición al Cáucaso, y ahí convocó a las tribus caucásicas, a los hunos negros en ese momento. Los hunos blancos y negros se unieron, y comenzaba la gran historia de Atila. A partir de ahora, avances, tratados, colecciones, espías, creó una pequeña burocracia, a imagen y semejanza de los romanos, él lo había aprendido de joven, también estableció algunos palacios, que bien, asentando sus posiciones, él era emperador de todos los hunos, el imperio huno había nacido. Los romanos de occidente estaban muy preocupados con lo que estaba ocurriendo. Durante mucho tiempo habían conseguido frenar el avance de los bárbaros, aún así, en el cuatrocientos diez, habían entrado en su reino, habían entrado en el imperio. Pero bueno, todavía estaban más ó menos tranquilos, pero Atila ya era un poder demasiado grande. Y aunque a veces pactaba con unos, negociaba con otros, guerrera… guerreaba a éstos, hostigaba a aquellos, nunca se había decidido de forma clara a invadir, pero había llegado el momento. El año cuatrocientos cuarenta y nueve es un año muy triste para Atila, dos de sus principales esposas, dos de sus más queridas esposas mueren, una víctima de la enfermedad, y otra en el parto de uno de sus hijos. También intentan asesinarle – dicen que enviados por el imperio romano de oriente. Y ya decide tomar una decisión, junto a miles de guerreros de tribus vasallas, vamos a dar una gran batida por la pálida. Cuentan las crónicas que logró reunir más de quinientos mil guerreros. Ahí estaban los ostrogodos, estaban los estitas, de innumerables tribus se acercaron para combatir al lado de Atila. La promesa de premios era inmensa. E hicieron incursión en el norte de Italia, Suiza, las galias. Sitiaron muchas ciudades, entre ellas París. En París – habéis hablado… habéis oído hablar todos de Santa Genoveva – pues Santa Genoveva tuvo mucho que ver contra la no invasión de París, por que Atila vio a Genoveva y decidió levantar el sitio. Cosa muy frecuente en la historia de Atila. Pero sí, en cambio, tomó Orleáns. Y así fue, ¿como se llama?… diferentes ciudades. Fue arrasando todas las ciudades, muchas veces, no arrasaba, no tenía necesidad de arrasar, por que el miedo era tal al “Azote de Dios”, que muchas veces se rendían sin presentar batalla. Pero no ocurrió lo mismo en el campo de los Cataláunicos.

 

Nos encontramos entre la ciudad de Châlons y Troyes. Junio del año cuatrocientos cincuenta y uno. Aquí tenemos al imperio romano de occidente, que ha logrado unificar también algunas tribus. Con ellos están los visigodos, los francos. Y se disponen a presentar batalla a los hunos, que venían con sus aliados ostrogodos y demás. Dicen que el choque fue brutal, pero que los romanos utilizaron una táctica que los hunos no dominaban del todo, y era la del combate a pie. Sí es cierto que los hunos dominaban en número, pero los romanos, con sus legionarios muy curtidos, sus formaciones de tortuga, y sobre todo, el ímpetu y el odio que tenían los visigodos y los francos a los hunos, pues propició que la victoria fuera para los romanos. La última gran victoria de los romanos en los campos de los Cataláunicos, y todo fue por luchar a pie. Aecio, que era el gran general romano – dicen, de origen huno, de hecho, su porte era huno, su guardia imperial, su guardia pretoriana eran hunos – luchó fantásticamente bien. Las crónicas imperiales hablan que entre los hunos y aliados se crearon más de ciento sesenta mil bajas – ciento sesenta y dos mil bajas hemos podido leer – pero bueno, siendo cronistas de la Roma imperial, hay que bajar en algunos miles la cifra. Lo cierto es que Atila, incluso llegó a formar una gran fila para quemarse, para evitar se apresado por los romanos. Pero Aecio, a lo mejor fruto de aquella vieja amistad que tuvieron los dos – por que es cierto que fueron amigos – no persiguió a Atila, le dejó escapar. Y Atila volvió a su colonia a lamerse las heridas. Y en Colonia estaba, cuando pensó en nuevas invasiones, sobre todo pensó en la venganza. Y organizó la expedición definitiva a Italia. Aecio no estaba en Italia en ese momento. Había pocas legiones, había poco que oponer al avance de Atila, y fue tomando una tras otra, diferentes ciudades, en algunas de ellas causó gran mortandad. Incluso propició la invasión de Atila, en este año, cuatrocientos cincuenta y dos, propició que se creara una ciudad, por que después de… haber destruido una ciudad, los supervivientes tuvieron que irse a los pantanos para evitar el avance de Atila, para evitar el castigo de Atila. Y en esos pantanos se asentaron, y no les fue nada mal, por que la ciudad que crearon fue Venecia. Venecia se creó gracias – de forma directa, claro – al avance de los hunos. Pero Atila no quería precisamente fomentar la cultura en esos momentos. 3 de Julio del año cuatrocientos cincuenta y dos. Atila y sus miles de guerreros están frente a las murallas de Roma. Están dispuestos al saqueo, dispuestos a llenar de oro sus arcas, y sobre todo, dispuestos a vengar a sus muertos en los Cataláunicos. Y los romanos están debatiendo si presentan batalla, si… si abandonan la ciudad, ó qué narices hacen con aquellos salvajes que están a punto de… dominar al imperio romano de occidente. Pero a alguien se le ocurre una idea: que vaya el Papa. El Papa era León I, llamado el grande, después sería San León, y claro, méritos más que suficientes para lo de santo. El Papa accede, y con una corte de unos cien cristianos, una comitiva de unos cien cristianos, diez sacerdotes, y una decuria romana – la decuria era un fragmento de la legión romana, unos diez legionarios – se dirige hacia esa reunión con Atila. Atila le está esperando, expectante. 4 de Julio del año cuatrocientos cincuenta y dos. La embajada de León habla con los enviados de Atila. Se propicia una… una reunión, se crea la situación propicia para una reunión. Atila estaba también deseando conocer al Papa. A ese personaje, dicen cristiano, adorador de un solo Dios, tan extraño para él en esos momentos – el cristianismo era muy extraño para todos en esos momentos, aunque ya era la… casi la religión oficial. Y León le habla de cosas, sobre todo, hay un dato que impresiona primero a… a Atila, y es que tiene nombre de animal, y los hunos, eso lo respetan mucho. Los hunos le tienen mucho miedo a las personas que tienen nombre de animal. Entonces, que un Papa, que un líder religioso se llame León, eso le llama la atención, y empiezan a hablar. Y el Papa seguramente le habla de leyendas, le cuenta acerca de los que saqueen Roma llevarán siempre el castigo divino. Y claro, Atila no creía en Dios, pero por si acaso, no se enfrentaba a Él. Y claro, pensar que la leyenda le puede perseguir – era muy supersticioso – pensar que algún mal le puede perseguir, que puede morir a consecuencia de algo oscuro, no en batalla, le preocupa. Y si a eso sumamos que León le lleva una inmensa arca de oro, y que además le promete dar tributo todos los años, pues claro, Atila dice: “bueno, a fin y al cabo están hostigando a mis tribus en la Panonia, y yo aquí estoy perdiendo el tiempo, si me dan el oro que pretendo buscar, pues levantemos el campamento”. Esa puede ser una explicación, pero quién sabe, dejemos que la leyenda corra. El caso es que León I llega a Roma con la buena noticia: los hunos se van. En Roma, la gente salta a la calle, es como si hubiesen ganado la guerra. Atila simplemente los menospreció, y se volvió hacia su reino.

 

Año cuatrocientos cincuenta y tres. Después de unas campañas, después de… de algunas avanzadas sobre diferentes tribus, después de pacificar aquí y allá, llega a su campamento, llega a su zona, y se encuentra con que los bactrianos – que era una tribu mitad griegos, mitad indios – habían sido apresados después de algunos combates por los hunos. El hijo de Atila le ofrece un príncipe, y es un príncipe bactriano, y Atila dice: “bueno, ¿y éstos qué tienen que ofrecer?”. – “Pues poca cosa, pero este príncipe no quiere trabajar, no quiere cumplir con los trabajos forzados.” Atila desenvaina su espada, y está dispuesto a darle muerte, cuando una voz surge de unos metros más atrás: “¡No, por favor, no lo hagas!” Atila se da la vuelta, y contempla posiblemente la imagen más hermosa que haya visto en su vida: una joven de diecisiete años, rubia, con los ojos azules, cuerpo bien formado, vamos, una belleza. Y dice: “¿Y tú quien eres?” – “Soy Ilico, hija del príncipe al que estás a punto de matar” Rápidamente Atila llama a su hijo, dice: “esta niña ha sido violada, ¿no?” Dice: “pues no, al ser princesa, hija de un príncipe, pues no, he preferido respetarla por que así podemos sacar un mejor rescate.” Y Atila dijo: “ah, muy bien, muy bien, muy bien. ¿Entonces no ha sido violada?” Dice: “no, no”.

 

Hay un pequeño detalle, es que Atila sabía que para casarse con una niña así, hija de un príncipe, había que matar al príncipe, por que los hunos tenían esa pequeña costumbre, matar al rey, matar al príncipe gobernante, y luego, pues, como gesto de gratitud, se casaban con sus mujeres, ó con las hijas de éstos, y claro, Atila le asesta un mandoble con la espada de Marte al príncipe que lo deja ahí tieso. Pero bueno, Ilico, que se desmaya ante la escena, al final, acepta resignada su suerte, y se organizan las bodas, se organizan los festejos. Los hunos lo pasaban bien, muy bien en una boda, disfrutaban muchísimo – su principal atracción era beber hasta perder el control. Ilico, no soporta que además de su padre, haya matado a sus dos hermanos. Eran pequeños detalles de la época que, pasan desapercibidos casi siempre. Ilico se enfrenta a la noche de bodas, y ahí estaba Atila. Ella estaba con una túnica, y Atila, pues… en fin, estaba pensando en todo, menos en la guerra, estaba pensando en otro tipo de guerra, pero en esos momentos, la enfermedad llega a él. Alguien dijo que fue envenenado, otros que fue traicionado, pero no hay que darle pábulo a esas historias, lo cierto es que Atila arrastraba una tremenda enfermedad desde hace algún tiempo – en ese momento tiene cincuenta y ocho años – él sufría frecuentes hemorragias, hemorragias nasales, que le dejaban casi desvanecido, y justo en esa noche de bodas, después de haber bebido hasta la saciedad, completamente borracho, ebrio, ebrio de alcohol y de gozo, pues sufrió una terrible hemorragia, murió ahogado en su propia sangre, no consumó el matrimonio. A la mañana siguiente, cuando buscaron a buscarle sus generales, encontraron el cuerpo de Atila bañado en su propia sangre, a Ilico la encontraron en un rincón de la estancia, se había parapetado detrás de una piel, ella estaba temerosa, con los ojos muy, muy, muy abiertos. Los generales enseguida quisieron darle muerte, pero alguien les frenó y dijo: “no, ella no ha sido. Yo conocía la enfermedad de Atila. Ella no ha podido ser la causante. Vamos a respetarla como emperatriz del imperio huno”. Y la respetaron, pero ya fue demasiado tarde para el imperio huno. Las tribus, demasiado, demasiado arrasadas por los hunos en los últimos años, demasiado hostigadas, demasiado arruinadas, supieron que Atila, el “Azote de Dios”, el rey de los hunos, había muerto. Rápidamente, los germanos se unieron, y presentaron batalla a los hunos. Los hunos ya muy divididos, al no tener un líder claro – por que el hijo murió enseguida, murió al poco tiempo – pues los hunos se dividieron, se volvieron a dividir como siempre, y después de una serie de fracasos, una serie de estrepitosas pérdidas, los hunos – los escasos hunos que quedaban – se entroncaron con los ostrogodos, y ahí se perdió la pista de los hunos, ahí se perdió el poder de los hunos. Un imperio grande, muy grande, pero efímero, sólo duró el fulgor que pudo proporcionar su líder guerrero Atila. No dejaron legado alguno, lo que sí tenemos es una leyenda preciosa que contar, y es la muerte y el enterramiento de Atila, por que dice la leyenda que Atila fue enterrado en tres ataúdes: uno de hierro, como hombre fuerte y férreo, otro de plata, y otro de oro, con el inmenso oro que había recaudado a lo largo de toda su vida. Algunos soldados se ofrecieron voluntarios para buscar un sitio oculto, escondido, para enterrar a Atila, y los cuatro generales más afamados de Atila fueron a ese lugar. Los cuatro se conjuraron para jamás desvelar el sitio, y los soldados que habían excavado la tumba, aceptaron gustosos el honor de suicidarse para no contar jamás dónde estaba enterrado su líder, se suicidaron para no hablar. Y desde entonces, siempre se ha buscado la tumba de Atila, y jamás se ha encontrado. Es como la tumba de Alejandro, creo que jamás se encontrará. Atila fue un gran estratega, supo ser algo burócrata, supo ser diplomático, era culto, muy culto para la época, ó para lo que le atribuían los romanos. Atila, el rey de los hunos, murió en el cuatrocientos cincuenta y tres, a la edad de cincuenta y ocho años. Y nos quedamos con esa imagen, Atila al frente de sus tropas, avanzando por las llanuras de la Panonia rumana, dicen que por donde pasaba el caballo de Atila nunca volvió a crecer la hierba. Es muy difícil afirmar eso, formaba parte de la leyenda negra creada por los romanos. Lo que sí es cierto, es que claro, si un ejército como el que fue hacia los campos de los Cataláunicos de quinientos mil guerreros pasaba por algún sitio, era difícil que creciera la hierba y algo más durante mucho, mucho tiempo. Pero fue el “Azote de Dios” verdaderamente, fue el azote del imperio romano, de sus dos franjas, la de oriente, y la de occidente. La historia de Atila, una historia fascinante, la historia de los hunos, aquellos que no nos legaron nada.