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Historias de nuestra Historia (España), La conquista de México

Es tiempo para nuestros pasajes de la historia. Es tiempo de conquista, tiempo de héroes, tiempo de mitos, tiempo de dioses, que llegaron a las nuevas tierras. Es el tiempo de un grupo al que llamamos todos los conquistadores. Y entre ellos el más descollante, el que más fulgor obtuvo, el más curtido, el más laureado por la leyenda. La historia, en nuestros pasajes de la historia, de Hernán Cortés.

Por que hablar de la conquista de América es hablar de Hernán Cortés, y otros que como él, buscaron la aventura, buscaron el sueño, buscaron la riqueza y la fama, en los nuevos territorios a punto de ser conquistados. Y en esa cuna de conquistadores, Extremadura, nacía Hernán Cortés en 1485, en la ciudad de Medellín. Dicen los colonistas que nació en familia de buena cuna y de asidua fortuna. Pero la buena cuna propició que desde jovenzuelo Hernán Cortés viajara a la edad de catorce años a Salamanca, a buscar la virtud, a buscar la enseñanza, a buscar la sabiduría. Era el año 1499 cuando Hernán Cortés llega a Salamanca, y en ese tiempo se publicaba un libro magno “La Celestina”, y en ese contexto llega el joven Hernán a la ciudad de Salamanca, en tendido afán de ilustrarse, privilegio para muy pocos en la época, y él, la verdad es que no supo aprovechar ese don que le dieron sus padres, esa facultad que le entregaron sus padres, y en tan sólo dos años, poco pudo hacer, pero sí que supo aprender, por que despabilado era. Despabilado, impetuoso, entusiasta. Dicen que consiguió dominar la disciplina del latín, que conseguía hablar con fluidez el latín, pero no consiguió terminar sus estudios. Así, en 1501 los abandona, cuando tenía tan sólo dieciséis años, y aquí empieza ya a fraguarse la leyenda de Hernán Cortés, por que dicen que el tramo de 1501 a 1504 buscó fortuna en las lejanas tierras de Italia, bajo las órdenes del gran capitán, aunque después hemos podido ver, comprobar, contrastar en las crónicas, que ese repetido viaje a Valencia primero, y a Italia después, no existió en realidad, así que debemos decir que en esos tres años Hernán Cortés llegó a Valladolid y bajo la tutela de un lejano tío suyo, fue escribano. Los pocos conocimientos que obtuvo en Salamanca los supo aplicar muy bien a lo largo de toda su vida como ya veremos. Tres años dedicados más que a trabajar, a la holganza, por que el chico era dicharachero, seductor, y como hemos dicho antes, muy entusiasta, y entusiasmado por las aventuras, y las aventuras no estaban en ese momento en España ni en Italia, las aventuras llamaban desde la lejana América, desde la recién inaugurada América, el nuevo continente.

Así, en 1504, con diecinueve años, se embarca en su aventura definitiva: rumbo hacia las Américas, rumbo hacia una isla, La Española. Y ahí se encuentra como en su propia casa. Se desenvuelve como jamás él había pensado que se iba a desenvolver en cualquier ambiente. Entraba amistad con muchos de la época, con muchos de la zona, con muchos del lugar. Se hace amigo de Diego Velásquez. En principio amigos, luego tremendos enemigos. Pero Diego Velásquez confía en ese joven, y le sugiere la posibilidad de embarcarse en una nueva aventura. En este momento, rumbo hacia Cuba. 1511. Diego Velásquez, buscando más riquezas que gloria, llega a la isla de Cuba, y con él, un joven y aplomado Hernán Cortés. Diego Velásquez le nombra alcalde de Santiago de Cuba. Y ahí empieza unos años de cierta paz, de cierta dignidad, y ya empiezan los recelos con Diego Velásquez. Recelos que llegarían a consumarse años más tarde. Aquí incluso, Hernán Cortés llega a tener ciertos amoríos y llega a casarse con Catalina Juárez. Además, la hermana de Catalina Juárez también andaba enamorada de Diego Velásquez. Es decir, que la historia estuvo a punto de hacerles cuñados. Y sí, se casó con Catalina. Desgraciadamente la abandonaría al muy poco y se olvidaría de ella. Las promesas que hizo a Catalina quedarían atrás, por que se acercaba el glorioso año de 1519.

Unos meses antes, Diego Velásquez empieza a recibir informaciones del nuevo continente. Hablan de oro, hablan de riquezas inmensas, y hablan de pueblos salvajes que deben ser prestamente evangelizados. Diego Velásquez, por supuesto no piensa en la evangelización, piensa en el inmenso caudal de oro que va a llegar a sus arcas, y empieza a preparar la estrategia para acercarse a los territorios de la Nueva España, de lo que sería la Nueva España, los territorios de México. Esas informaciones llegaron a cargo de los adelantados. Adelantados que por ahí estuvieron. Uno de ellos, Jerónimo de Aguilar, que conocía perfectamente la lengua maya. Sería un buen traductor para entrar en contacto con las tribus aborígenes y llegar a ese intercambio - ya sabéis que los españoles siempre hacemos los negocios – cuentas de colores a cambio de oro. Por tanto los barcos iban cargados de armas, sí, pero la mitad del barco, la otra mitad de cuentas de colores. Diego Velásquez se entera que Hernán Cortés está preparando su plan aparte, y entonces esto no hace confiar mucho a Diego Velásquez, y decide quitarle el mando de la expedición, pero ya es demasiado tarde, Hernán Cortés ha metido en la expedición a muchísimos marineros, a muchísimos españoles, dispuestos a su aventura. Más que soldados, eran aventureros. Estaban dispuestos a ofrecer su vida, su sacrificio, a cambio de riquezas inmensas que en España no podían obtener. Ya con unos cuantos reclutados, y antes de que Diego Velásquez, el gobernador, decida actuar, Hernán Cortés consigue flotar una flotilla de once barcos, con quinientos cincuenta hombres y dieciséis caballos, diez piezas de cobre y cuatro ligeras. Y en ella embarca al traductor Jerónimo de Aguilar, y se embarca con sus hombres, con sus curas, y con algunos científicos. Eran once barcos, la cifra de hombres en torno a los quinientos cincuenta, rumbo hacia México.

Era el 10 de Febrero de 1519. Días más tarde, llegan a las costas de México, cerca de Tabasco, ahí desembarca la tropa española, ahí toman posesión de los nuevos territorios, y ahí se enfrentan a su primer gran problema: los mayas. En principio, no eran muy combativos, pero luego, es como si intuyeran el peligro que se cernía sobre ellos, y rápidamente forman un ejército de doce mil hombres. Doce mil guerreros, cuyos rostros iban pintados de blanco y negro, los cuerpos acorazados, las hachas de guerra, las lanzas preparadas, y forman frente a los españoles. Los españoles no se amedran. Habían llegado demasiado lejos como para retirarse. Hernán Cortés forma a sus hombres. Los caballos quedan enjaretados y adornados con mil y un cascabeles. Aquello deja estupefactos a los indios. Los mayas contemplan extasiados el espectáculo que ante ellos se ofrece. Dieciséis caballos tan sólo pudo reunir Hernán Cortés, pero la impresión era que aquellos no eran sino centauros, hombre hibridados con caballos, formaban una sola pieza, y comienzan los ataques mayas, y comienzan a caer víctimas de los arcabuces y de las piezas de cobre. La caballería de Hernán Cortés embiste a los mayas, y causa estragos entre ellos, que más que morir a manos de los españoles, mueren aplastados entre ellos por el estrépito ocasionado por los caballos. En esa primera batalla cercana a Tabasco, mueren más de ochocientos mayas. Los españoles después del combate se pertrechan, se fortifican, y esperan noticias de los mayas. Los mayas envían una delegación, en principio esclavos, por que desconfían de los españoles. Esos esclavos reciben un mensaje de agrado y de ánimo por parte de Hernán Cortés – sabía perfectamente acerca de su inferioridad numérica, y que tarde ó temprano esas batallas serían insostenibles – y los mayas empiezan a acercarse, cada vez con menos miedo. Después de los esclavos, envían embajadores, envían caciques. Y al final empiezan a establecerse pactos, acuerdos, llegan las cuentas de colores, y los mayas, claro, traen el oro. Y además del oro, traen veinte esclavas, por que los mayas sabían… se habían fijado en un pequeño detalle, y es que los españoles no traían mujeres, y eso no lo podían entender, no tenían mujeres que les cuidaran y que molieran el maíz. En ese grupo de esclavas, hay una que destaca por su belleza, de cuerpo pequeño, pero de belleza resultona, ojos muy vivaces. El nombre es Malinche. Tenía dieciséis años. Acerca del origen de Malinche, se cuenta que era hija de un cacique local, por tanto, una princesa local, podemos decirlo así, y que después, al morir su padre, la madre decide venderla como esclava, y en esas, se aparece en el mundo de Hernán Cortés. Hernán Cortés se fija en ella, y se la entrega a uno de sus más valerosos capitanes. Claro, ellos no podían crear habituamiento carnal con esclavas mayas al no estar evangelizadas, así que deciden bautizarlas a todas, para poder hacer el habituamiento carnal. Un pequeño trámite. Y en el caso de Malinche, el nombre que le toca en suerte, es el nombre de aquella santa que murió martirizada junto a sus siete hermanos en Orense: Marina. Ahí nació la historia, ahí nació la leyenda de Doña Marina, de esclava maya a compañera fiel e inseparable de los españoles. Un pequeño detalle también a tener en cuenta, Marina no sólo hablaba la lengua maya, sino por su instrucción, también hablaba el náhuatl, la lengua de los aztecas, detalle muy importante para los acontecimientos posteriores.

Los españoles estaban asentados en el territorio, y en eso que Moctezuma, era el líder carismático del imperio azteca, decide enviar embajadores y espías para comprobar lo que está ocurriendo. La vieja leyenda de los aztecas hablaba de Quetzalcóatl. Quetzalcóatl era el dios azteca. Aquel que vivió con los aztecas durante un tiempo, y que después éstos le dieron la espalda, y se fue del mundo azteca, con la promesa de volver algún día. Cuando aparecen los españoles, los aztecas creen interpretar que Quetzalcóatl ha regresado, ha vuelto, que las leyendas de sus ancestros tienen sentido, que cobran sentido. Y envían espías y embajadores para averiguar qué narices está pasando. Cuando llegan los aztecas a los territorios de los españoles, claro, había una confusión por que Jerónimo de Aguilar sólo conocía el maya, y nadie se podía entender bien con aquellos aztecas que habían llegado. Pero de repente, la joven Doña Marina, la joven Malinche, se acerca a los aztecas y les habla en su lengua. De forma muy vivaz, muy lenguaraz, ella se los transmite a Jerónimo de Aguilar y Jerónimo de Aguilar a Hernán Cortés – imaginad la situación – ahí para decir cualquier cosa deben querer reunirse cuatro ó cinco.

Pero la situación empieza a ponerse propicia para Hernán Cortés. Empieza a frotarse las manos, y con sus hombres empieza a adentrarse en el territorio azteca. A principio todo iba bien, pero se empezaron a topar con una suerte de tribus muy guerreras, muy belicosas, y así, llegaron al territorio de los tlaxcaltecas, más belicosos jamás hayan visto. Los tlaxcaltecas atacaban de forma incesante, hostigaban de forma incesante a los españoles, pero no podían con ellos. Los españoles estaban muy determinados a vencer, eran conscientes de su superioridad, sus armaduras, sus piezas de cobre, sus cañones, sus arcabuces, sus ballestas, les hacían casi invencibles. Los tlaxcaltecas reúnen a sus brujos, reúnen a sus shamanes, y éstos determinan que al ser hijos de los dioses, al ser hijos del sol, durante el día no podían ser vencidos, pero sí en la noche, y los tlaxcaltecas deciden atacar por la noche. Pero Doña Marina comprende el peligro, ve llegar a los primeros camuflados, avisa a Hernán Cortés, y éste pone fin a la internada. Al fin, después de ser sometidos los tlaxcaltecas, consigue una alianza que sería duradera a lo largo de toda la conquista de México. Hernán Cortés, ya que, tal vez mermado por algunas bajas, funda la ciudad de Veracruz. Ahí deja una pequeña guarnición, y sigue avanzando, por que el gran objetivo de Hernán Cortés era Tenochtitlán, la gran capital del imperio azteca. Avanza con menos de cuatrocientos hombres y unos cuatro mil guerreros tlaxcaltecas, y todos hacia Tenochtitlán. Sigue teniendo cierta oposición local, aunque los aztecas están más curiosos que belicosos, quieren saber a qué demonios se están enfrentando. ¿Quiénes son esos que vienen montados en esas bestias? ¿Quiénes son esos que arrastran piezas que sacuden fuego desde sus bocas? ¿Quiénes son esos que logran disparar y matar a distancia? Intentan averiguar qué está ocurriendo. Los españoles y sus aliados llegan a la ciudad imperial de Tenochtitlán. Un joven y valeroso capitán español sube al volcán Popocatépetl y desde ahí con un grupo de españoles contempla extasiado lo que ante él se ve: una ciudad casi flotante, muy parecida – por que aquellos soldados españoles habían sido curtidos en las guerras de Italia – muy parecida a Venecia, sobre lagunas, una ciudad inmensa, se puede decir que cubierta por centenares de miles de aztecas – se cuenta que la población de Tenochtitlán llegó a tener un millón de habitantes. Ante ese millón de habitantes, ante el máximo esplendor del imperio azteca, se encontraban poco menos de cuatrocientos españoles y unos tres mil, cuatro mil tlaxcaltecas. ¿Qué harían? ¿Qué pasaría? Moctezuma quiso conocer a su enemigo, y provocaron, provocaron un encuentro. El encuentro entre Moctezuma y Hernán Cortés pasará a la historia. Hernán Cortés incluso intentó abrazarle, cosa que impidieron los allegados de Moctezuma, al tener a Moctezuma como un ser divino. En definitiva, se resuelve la entrada de los españoles de forma pacífica en Tenochtitlán, y la entrada de los españoles también quedó impresionada en las retinas de los aztecas – imaginad la situación – cinco líneas crearon los españoles para entrar, en una primera línea, Hernán Cortés y tres de sus capitanes, subidos a lomos de sus caballos, llenos de cascabeles, los caballos enjaretados, la impresión debió ser tremenda para los aztecas. Detrás de esa línea, un grupo de ballesteros, con las ballestas cargadas, por supuesto. Detrás, el grueso de la caballería, que en este caso eran doce, y detrás de esos doce, los arcabuceros. La infantería, y detrás de toda la infantería, el grupo de aliados tlaxcaltecas. Y así, de forma parsimoniosa, entraron en Tenochtitlán. Aquellos cuatro, siendo vanguardia de un grupo de un poco más de cuatrocientos, entraron en la ciudad más importante de América. Fueron respetados. Se asentaron en el centro de la ciudad. Tomaron un palacio, y ahí se establecieron. Pero rápidamente los capitanes comprendían que su situación era muy forzada. Los capitanes allegados a Hernán Cortés no confiaban en aquella situación. Pensaban que era una tremenda encerrona, que Moctezuma tarde ó temprano pondría fin a sus vidas. A todo esto, llegan noticias de la recién fundada ciudad de Veracruz: los españoles allá asentados han sido masacrados por los indios, y cuentan que esos indios eran aztecas, que eran enviados de Moctezuma. Los capitanes desconfían. Le sugieren a Hernán Cortés la posibilidad de apresar a Moctezuma, de tenerle como rehén para salvaguardar sus vidas. Hernán Cortés, llevaría seis días establecido en Tenochtitlán, accede, y con cinco capitanes, y su traductora, la eterna Doña Marina, se acercan al palacio real, al palacio de Moctezuma, y le cuentan la situación, y le dicen lo que ha ocurrido en Veracruz, y exigen justicia. La situación se pone muy tensa. Hernán Cortés opta por el diálogo. Moctezuma también, diciendo que él es inocente, que no tiene nada que ver con la muerte de los españoles. Los capitanes, más bravos que diplomáticos, empiezan a ponerse muy nerviosos. La situación la resuelve Doña Marina, hablando a Moctezuma diciendo que es mejor que se entregue por que ahí puede correr la sangre. Moctezuma se entrega, y es llevado cautivo a la zona de los españoles. Todo empieza a ponerse muy raro. A todo esto, no nos olvidamos de nuestro querido compañero Diego Velásquez, que decide organizar una nueva flota para ir a por Hernán Cortés. ????... hay que darle un castigo, y prepara una flota de dieciocho naves, y en esas dieciocho naves, casi mil soldados, ochenta jinetes, buena… buen número de piezas de cobre, de artillería, una flota que sin duda alguna, no va a ser oposición para Hernán Cortés, por que van a pasar por encima y simplemente eso. Y la envían. Y al frente de esa flota - ¡Oh, qué nombre tan carismático, oh, qué nombre tan significativo! – un tal Pánfilo de Narváez. Pues el bueno de Pánfilo iba muy confiado al frente de sus mil hombres. Arriba en las costas de México, y ahí empiezan a propagar el mensaje: vienen a por Hernán Cortés, lo que no sabía el bueno de Pánfilo es que entre los mil hombres casi todos estaban a favor de Hernán Cortés, por que habían oído hablar de las hazañas, de las proezas, del oro que había conseguido, sobre todo esto último, y no estaban muy con la labor de apresar a su héroe, pero bueno, hasta entonces no habían dicho nada. Hernán Cortés conoce la noticia, toma una parte de su asidua tropa, y se dirige hacia el encuentro, con los españoles que venían a apresarle, que venían a presentar batalla.

Mayo de 1520. Veintisiete de mayo de 1520. Hernán Cortés con doscientos cincuenta hombres frente a su ejército opositor de más de mil, con Pánfilo de Narváez al frente. Pánfilo se había pertrechado en una pirámide. Una pirámide de diez metros de altura, y Hernán Cortés enseguida comprende su delicada situación: jamás podría vencer a ese ejército. Y decide iniciar una acción que podemos considerar casi, casi de comando: escoge a un par ó tres de capitanes valientes, y con ellos, se interna en la pirámide. Pánfilo estaba tan confiado de su superioridad que no había puesto mucha guardia, y los capitanes llegan a la estancia donde está Pánfilo de Narváez. Se levanta sobresaltado, decide oponer alguna resistencia, le asestan un mandoble, le saltan un ojo, y aturdido pensando que su fin ha llegado, se entrega. Los soldados que iban bajo las órdenes de Pánfilo de Narváez, pues deciden pasarse a Hernán Cortés, porque ya lo tenían más ó menos pensado. Así que, lo que podía ser la gran derrota de Hernán Cortés se convierte en la gran victoria, la que le da la fama, y ya no con doscientos cincuenta, sino con mil doscientos cincuenta hombres, vuelve hasta Tenochtitlán, pero ahí están ocurriendo cosas terribles. Pedro de Alvarado, uno de los lugartenientes de Hernán Cortés, se había quedado al mando de la guarnición de Tenochtitlán. Contaba con unos ochenta hombres, y en esos momentos, llegaban las grandes fiestas para los aztecas. Los aztecas tenían la curiosa costumbre de sacrificar vidas humanas a sus dioses, y a tal fin, preparaban a unos jovenzuelos, unos jovenzuelos, decían, de cuerpo perfecto, que durante un año les daban toda clase de privilegios, privilegios en todos los sentidos: sexuales, litúrgicos. Dos jovenzuelos eran preparados para un sacrificio ritual. Y ese sacrificio se estaba preparando en esos días, curiosamente en esos días. Y claro, Pedro de Alvarado, no estaba dispuesto a consentir que se produjeran sacrificios humanos en presencia de españoles cristianos, y decide prohibir por su cuenta esos sacrificios. Moctezuma entra en cólera, y aún así, decide llevar a cabo el ritual. Una jornada sangrienta, por que cuando están a punto de sacrificar a los jóvenes, aparece la tropa española y realizan una masacre entre la nobleza azteca que se encontraba en esa montaña dispuestos a sacrificar a los jóvenes. Cuentan las crónicas que entre seiscientos y mil nobles aztecas murieron víctimas de las espadas españolas. Dicen que Pedro de Alvarado no le movió el afán de hacer justicia ó de evitar sacrificios humanos, sino que ya habían llegado rumores al cuartel español sobre la inquietud de los aztecas y que todo se estaba preparando para que fueran pasados por las armas los españoles, así que decide adelantarse a los acontecimientos. Cuando llega Hernán Cortés, ve lo que ha ocurrido: los españoles rodeados, los aztecas, muy violentos y dispuestos a guerrear, y estamos hablando de miles de guerreros aztecas, miles de fieros guerreros aztecas, y muy fieros, por que habían tocado lo más hondo, habían tocado su religión, sus creencias, habían tocado su idiosincrasia, estaban dispuestos a morir, no querían más a esos españoles. No eran dioses, eran hombres, barbudos, eso sí, pero hombres. Había que acabar con el peligro que había llegado del mar. Hernán Cortés entra a la ciudad. Entra con sus nuevos hombres, con sus mil doscientos hombres, y con una estupenda tropa auxiliar de tlaxcaltecas, siempre fieles a Hernán Cortés. La tragedia está a punto de consumarse. Es el treinta de junio de 1520. Ha llegado el momento de huir. Hernán Cortés sabe que se juega demasiado. Sabe que no puede perder ni un solo hombre, por que el objetivo final es demasiado importante como para desvirtuarlo en pequeños enfrentamientos. Y deciden elegir la noche para escapar. Más ó menos eran unos siete mil, entre españoles y aliados, y aquí cometen un gran error: deciden elegir una vía de escape y Hernán Cortés da la orden de que cada hombre se aprovisione con todo el oro que pueda, dicen que algunos incluso dejaron las armas para llevarse el oro, todo el oro que pudieran traer sus mochilas. Con esos mil doscientos, mil trescientos españoles, una parte de la tropa que ya había recién llegado a cargo de Pánfilo de Narváez, y sus aliados tlaxcaltecas se van. Pero una joven azteca les ve, y profiriendo gritos de alarma, hace que los miles de guerreros aztecas caigan sobre ellos. A partir de entonces será recordada como la noche triste. Las bajas se cuentan por cientos. En las crónicas que Hernán Cortés envió al emperador, decía que habían caído ciento cincuenta españoles y tres mil indios. Sabemos por crónicas más fehacientes, más fiables – por que tampoco Hernán Cortés estaba como para decir a su emperador que le estaban matando a todos los soldados – sabemos que las cifras más certeras, hablan en torno a unos ochocientos cincuenta muertos españoles, y unos cuatro mil aliados tlaxcaltecas. La noche triste. Aún así, Hernán Cortés, muy mal herido, en las manos y en la cabeza, consigue escapar. Con lo que le queda, sigue presentando batalla, los aztecas le siguen hostigando. Una batalla tras otra, centenares, miles de batallas, cada día una. Pero al fin, consigue llegar al territorio de los tlaxcaltecas, sus grandes aliados. Ahí, incluso llega a perder dos dedos en una batalla, pero consigue encontrar un territorio de paz, los aztecas no llegan hasta ahí. Se recupera y ve que a su alrededor vuelven a quedar poco menos de cuatrocientos hombres. Y con éstos, y con una buena tropa auxiliar, vuelve otra vez al ataque. Moctezuma ha caído en desgracia: sus hombres no le siguen, sus hombres no lo creen. Nuevos líderes, jóvenes líderes hacen con el poder del imperio azteca. Un gran aliado también surge para los españoles, y son las enfermedades. Con los españoles, llegó la gripe, llegó el tifus, y sobre todo, llegó la viruela, que dicen que fue transmitida por un esclavo negro. La viruela hace estragos, causa muchas más bajas que las propias espadas españolas. La gripe también, pero sobre todo la viruela. Mueren a centenares. Mueren a miles. Moctezuma también es víctima, no de la gripe ni la viruela, sino de una pedrada que le da el joven líder azteca, queda con sus huesos en el suelo, y después entre delirios moriría agonizando.

Y el último líder azteca, Cuauhtémoc, es apresado y colgado también por Hernán Cortés, y Tenochtitlán cae. Y ahí se sienta Hernán Cortés. La historia curiosa de la conquista, y Doña Marina siempre a su lado. Se puede decir que, técnicamente, la conquista de México termina en Septiembre de 1521, o sea que duró poco más de dos años y medio, aproximadamente dos años y medio, aunque, bueno, hubo reviertas, hubo combates, incluso rebeliones en la propia tropa española que duró hasta 1523. El tiempo que estuvo Hernán Cortés en América va desde 1519 a 1540, y desde ahí, pues comenzó una serie de exploraciones, por ejemplo descubrió la Baja California, que se pensaba que era una isla, hasta que se constató que no, que era simplemente una península. Llegó al Pacífico. Y sobre todo sus narraciones, las obras de su autoría, que eran tremendamente descriptivas, también fue una gran aportación a la nueva geografía que se estaba empezando a conocer en los territorios de la Nueva España. Y tuvo un hijo, tuvo un hijo con Doña Marina. Dicen que la amaba profundamente. Que estaba enamorado de aquellos ojos vivaces. Con Doña Marina tuvo un hijo, Martín, que claro, no fue reconocido. No fue reconocido por que llegó Catalina Juárez – ¿Os acordáis de Catalina Juárez? Os hablamos de ella al principio, se había casado con ella – y claro, reivindicó su derecho de esposa, y más con el nuevo y enriquecido Hernán Cortés. Aquí hay un dato terrible en la historia de Hernán Cortés. Llegó más ó menos en Octubre de 1522 cuando Doña Marina ya estaba a punto de dar a luz, y claro, Catalina estaba negra, estaba enrabietada; y después de una cena muy suculenta, muy apetitosa, y con mucha bronca, Catalina se va a dormir a sus aposentos, y detrás de va Hernán Cortés. Todos miran complacidos, diciendo: “bueno, han reñido pero ahora harán las paces”. Al poco, Hernán Cortés sale profiriendo gritos, muy alarmado, diciendo que su mujer había muerto. Todos acuden, y encuentran a Catalina postrada en el lecho, con unos moratones tremendos en el cuello, y con su collar de oro roto. Era el uno de Noviembre de 1522. ¿Qué había pasado con Catalina? No pudieron echarle la culpa a Hernán Cortés, no se atrevieron, pero siempre esa leyenda pesó sobre la historia de Hernán Cortés. Era la historia negra de Hernán Cortés. Posiblemente asesinó a su primera mujer. La historia de Hernán Cortés, que en 1540 regresaba a España, para ponerse al servicio del emperador, el emperador Carlos I de España y V de Alemania. Hernán Cortés siempre había cumplido con su emperador. Cada botín, de cada botín, un quinto era extraído para el emperador, para cubrir las guerras en otros sitios, en otros lugares. En 1540 regresa a España ya muy cansado, con cincuenta y cinco años de edad. Y aún así, decide emprender una nueva campaña militar al lado de su emperador, la campaña de Argel, a tierras africanas se va. Pero luego, ya muy mermado, se casó de nuevo, fue nombrado marqués, y con su segunda esposa – la oficial – tuvo cuatro hijos, aunque luego ya por fin, se consiguió reconocer a Martín, al primogénito de Doña Marina. Qué tiempos para Hernán Cortés, que luego entró en el olvido. Fue abandonado por su emperador, eso es al menos lo que él pensaba. Y con sesenta y un años moría recordando sus aventuras, sus viejas aventuras en México, conquistando Tenochtitlán, sometiendo a Moctezuma, ahorcando a Cuauhtémoc. Cerca de Sevilla moría en 1547, no llegó a cumplir los sesenta y dos años. Aquel que salió lleno de esperanzas y sueños de su Medellín natal, y que regresó a España casi cargado de cadenas por asuntos legales. Héroe, conquistador, asesino, la historia no puede juzgar ahora las cosas que ocurrieron en el siglo XVI. Eran otros tiempos, eran otras épocas, otra concepción de la vida, otra concepción del mundo. Nosotros hicimos esto, igual que hicieron los ingleses lo suyo, los franceses aquello. Eran los tiempos de la conquista, los tiempos de averiguar, los tiempos de evangelizar, los tiempos en que mataba, bajo el amparo de la cruz. La historia de la conquista de México, la historia de la Nueva España, la historia de Hernán Cortés, el más descollante de los conquistadores.

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Es tiempo para nuestros pasajes de la historia. Es tiempo de conquista, tiempo de héroes, tiempo de mitos, tiempo de dioses, que llegaron a las nuevas tierras. Es el tiempo de un grupo al que llamamos todos los conquistadores. Y entre ellos el más descollante, el que más fulgor obtuvo, el más curtido, el más laureado por la leyenda. La historia, en nuestros pasajes de la historia, de Hernán Cortés.

Por que hablar de la conquista de América es hablar de Hernán Cortés, y otros que como él, buscaron la aventura, buscaron el sueño, buscaron la riqueza y la fama, en los nuevos territorios a punto de ser conquistados. Y en esa cuna de conquistadores, Extremadura, nacía Hernán Cortés en 1485, en la ciudad de Medellín. Dicen los colonistas que nació en familia de buena cuna y de asidua fortuna. Pero la buena cuna propició que desde jovenzuelo Hernán Cortés viajara a la edad de catorce años a Salamanca, a buscar la virtud, a buscar la enseñanza, a buscar la sabiduría. Era el año 1499 cuando Hernán Cortés llega a Salamanca, y en ese tiempo se publicaba un libro magno “La Celestina”, y en ese contexto llega el joven Hernán a la ciudad de Salamanca, en tendido afán de ilustrarse, privilegio para muy pocos en la época, y él, la verdad es que no supo aprovechar ese don que le dieron sus padres, esa facultad que le entregaron sus padres, y en tan sólo dos años, poco pudo hacer, pero sí que supo aprender, por que despabilado era. Despabilado, impetuoso, entusiasta. Dicen que consiguió dominar la disciplina del latín, que conseguía hablar con fluidez el latín, pero no consiguió terminar sus estudios. Así, en 1501 los abandona, cuando tenía tan sólo dieciséis años, y aquí empieza ya a fraguarse la leyenda de Hernán Cortés, por que dicen que el tramo de 1501 a 1504 buscó fortuna en las lejanas tierras de Italia, bajo las órdenes del gran capitán, aunque después hemos podido ver, comprobar, contrastar en las crónicas, que ese repetido viaje a Valencia primero, y a Italia después, no existió en realidad, así que debemos decir que en esos tres años Hernán Cortés llegó a Valladolid y bajo la tutela de un lejano tío suyo, fue escribano. Los pocos conocimientos que obtuvo en Salamanca los supo aplicar muy bien a lo largo de toda su vida como ya veremos. Tres años dedicados más que a trabajar, a la holganza, por que el chico era dicharachero, seductor, y como hemos dicho antes, muy entusiasta, y entusiasmado por las aventuras, y las aventuras no estaban en ese momento en España ni en Italia, las aventuras llamaban desde la lejana América, desde la recién inaugurada América, el nuevo continente.

 

Así, en 1504, con diecinueve años, se embarca en su aventura definitiva: rumbo hacia las Américas, rumbo hacia una isla, La Española. Y ahí se encuentra como en su propia casa. Se desenvuelve como jamás él había pensado que se iba a desenvolver en cualquier ambiente. Entraba amistad con muchos de la época, con muchos de la zona, con muchos del lugar. Se hace amigo de Diego Velásquez. En principio amigos, luego tremendos enemigos. Pero Diego Velásquez confía en ese joven, y le sugiere la posibilidad de embarcarse en una nueva aventura. En este momento, rumbo hacia Cuba. 1511. Diego Velásquez, buscando más riquezas que gloria, llega a la isla de Cuba, y con él, un joven y aplomado Hernán Cortés. Diego Velásquez le nombra alcalde de Santiago de Cuba. Y ahí empieza unos años de cierta paz, de cierta dignidad, y ya empiezan los recelos con Diego Velásquez. Recelos que llegarían a consumarse años más tarde. Aquí incluso, Hernán Cortés llega a tener ciertos amoríos y llega a casarse con Catalina Juárez. Además, la hermana de Catalina Juárez también andaba enamorada de Diego Velásquez. Es decir, que la historia estuvo a punto de hacerles cuñados. Y sí, se casó con Catalina. Desgraciadamente la abandonaría al muy poco y se olvidaría de ella. Las promesas que hizo a Catalina quedarían atrás, por que se acercaba el glorioso año de 1519.

 

Unos meses antes, Diego Velásquez empieza a recibir informaciones del nuevo continente. Hablan de oro, hablan de riquezas inmensas, y hablan de pueblos salvajes que deben ser prestamente evangelizados. Diego Velásquez, por supuesto no piensa en la evangelización, piensa en el inmenso caudal de oro que va a llegar a sus arcas, y empieza a preparar la estrategia para acercarse a los territorios de la Nueva España, de lo que sería la Nueva España, los territorios de México. Esas informaciones llegaron a cargo de los adelantados. Adelantados que por ahí estuvieron. Uno de ellos, Jerónimo de Aguilar, que conocía perfectamente la lengua maya. Sería un buen traductor para entrar en contacto con las tribus aborígenes y llegar a ese intercambio - ya sabéis que los españoles siempre hacemos los negocios – cuentas de colores a cambio de oro. Por tanto los barcos iban cargados de armas, sí, pero la mitad del barco, la otra mitad de cuentas de colores. Diego Velásquez se entera que Hernán Cortés está preparando su plan aparte, y entonces esto no hace confiar mucho a Diego Velásquez, y decide quitarle el mando de la expedición, pero ya es demasiado tarde, Hernán Cortés ha metido en la expedición a muchísimos marineros, a muchísimos españoles, dispuestos a su aventura. Más que soldados, eran aventureros. Estaban dispuestos a ofrecer su vida, su sacrificio, a cambio de riquezas inmensas que en España no podían obtener. Ya con unos cuantos reclutados, y antes de que Diego Velásquez, el gobernador, decida actuar, Hernán Cortés consigue flotar una flotilla de once barcos, con quinientos cincuenta hombres y dieciséis caballos, diez piezas de cobre y cuatro ligeras. Y en ella embarca al traductor Jerónimo de Aguilar, y se embarca con sus hombres, con sus curas, y con algunos científicos. Eran once barcos, la cifra de hombres en torno a los quinientos cincuenta, rumbo hacia México.

 

Era el 10 de Febrero de 1519. Días más tarde, llegan a las costas de México, cerca de Tabasco, ahí desembarca la tropa española, ahí toman posesión de los nuevos territorios, y ahí se enfrentan a su primer gran problema: los mayas. En principio, no eran muy combativos, pero luego, es como si intuyeran el peligro que se cernía sobre ellos, y rápidamente forman un ejército de doce mil hombres. Doce mil guerreros, cuyos rostros iban pintados de blanco y negro, los cuerpos acorazados, las hachas de guerra, las lanzas preparadas, y forman frente a los españoles. Los españoles no se amedran. Habían llegado demasiado lejos como para retirarse. Hernán Cortés forma a sus hombres. Los caballos quedan enjaretados y adornados con mil y un cascabeles. Aquello deja estupefactos a los indios. Los mayas contemplan extasiados el espectáculo que ante ellos se ofrece. Dieciséis caballos tan sólo pudo reunir Hernán Cortés, pero la impresión era que aquellos no eran sino centauros, hombre hibridados con caballos, formaban una sola pieza, y comienzan los ataques mayas, y comienzan a caer víctimas de los arcabuces y de las piezas de cobre. La caballería de Hernán Cortés embiste a los mayas, y causa estragos entre ellos, que más que morir a manos de los españoles, mueren aplastados entre ellos por el estrépito ocasionado por los caballos. En esa primera batalla cercana a Tabasco, mueren más de ochocientos mayas. Los españoles después del combate se pertrechan, se fortifican, y esperan noticias de los mayas. Los mayas envían una delegación, en principio esclavos, por que desconfían de los españoles. Esos esclavos reciben un mensaje de agrado y de ánimo por parte de Hernán Cortés – sabía perfectamente acerca de su inferioridad numérica, y que tarde ó temprano esas batallas serían insostenibles – y los mayas empiezan a acercarse, cada vez con menos miedo. Después de los esclavos, envían embajadores, envían caciques. Y al final empiezan a establecerse pactos, acuerdos, llegan las cuentas de colores, y los mayas, claro, traen el oro. Y además del oro, traen veinte esclavas, por que los mayas sabían… se habían fijado en un pequeño detalle, y es que los españoles no traían mujeres, y eso no lo podían entender, no tenían mujeres que les cuidaran y que molieran el maíz. En ese grupo de esclavas, hay una que destaca por su belleza, de cuerpo pequeño, pero de belleza resultona, ojos muy vivaces. El nombre es Malinche. Tenía dieciséis años. Acerca del origen de Malinche, se cuenta que era hija de un cacique local, por tanto, una princesa local, podemos decirlo así, y que después, al morir su padre, la madre decide venderla como esclava, y en esas, se aparece en el mundo de Hernán Cortés. Hernán Cortés se fija en ella, y se la entrega a uno de sus más valerosos capitanes. Claro, ellos no podían crear habituamiento carnal con esclavas mayas al no estar evangelizadas, así que deciden bautizarlas a todas, para poder hacer el habituamiento carnal. Un pequeño trámite. Y en el caso de Malinche, el nombre que le toca en suerte, es el nombre de aquella santa que murió martirizada junto a sus siete hermanos en Orense: Marina. Ahí nació la historia, ahí nació la leyenda de Doña Marina, de esclava maya a compañera fiel e inseparable de los españoles. Un pequeño detalle también a tener en cuenta, Marina no sólo hablaba la lengua maya, sino por su instrucción, también hablaba el náhuatl, la lengua de los aztecas, detalle muy importante para los acontecimientos posteriores.

 

Los españoles estaban asentados en el territorio, y en eso que Moctezuma, era el líder carismático del imperio azteca, decide enviar embajadores y espías para comprobar lo que está ocurriendo. La vieja leyenda de los aztecas hablaba de Quetzalcóatl. Quetzalcóatl era el dios azteca. Aquel que vivió con los aztecas durante un tiempo, y que después éstos le dieron la espalda, y se fue del mundo azteca, con la promesa de volver algún día. Cuando aparecen los españoles, los aztecas creen interpretar que Quetzalcóatl ha regresado, ha vuelto, que las leyendas de sus ancestros tienen sentido, que cobran sentido. Y envían espías y embajadores para averiguar qué narices está pasando. Cuando llegan los aztecas a los territorios de los españoles, claro, había una confusión por que Jerónimo de Aguilar sólo conocía el maya, y nadie se podía entender bien con aquellos aztecas que habían llegado. Pero de repente, la joven Doña Marina, la joven Malinche, se acerca a los aztecas y les habla en su lengua. De forma muy vivaz, muy lenguaraz, ella se los transmite a Jerónimo de Aguilar y Jerónimo de Aguilar a Hernán Cortés – imaginad la situación – ahí para decir cualquier cosa deben querer reunirse cuatro ó cinco.

 

Pero la situación empieza a ponerse propicia para Hernán Cortés. Empieza a frotarse las manos, y con sus hombres empieza a adentrarse en el territorio azteca. A principio todo iba bien, pero se empezaron a topar con una suerte de tribus muy guerreras, muy belicosas, y así, llegaron al territorio de los tlaxcaltecas, más belicosos jamás hayan visto. Los tlaxcaltecas atacaban de forma incesante, hostigaban de forma incesante a los españoles, pero no podían con ellos. Los españoles estaban muy determinados a vencer, eran conscientes de su superioridad, sus armaduras, sus piezas de cobre, sus cañones, sus arcabuces, sus ballestas, les hacían casi invencibles. Los tlaxcaltecas reúnen a sus brujos, reúnen a sus shamanes, y éstos determinan que al ser hijos de los dioses, al ser hijos del sol, durante el día no podían ser vencidos, pero sí en la noche, y los tlaxcaltecas deciden atacar por la noche. Pero Doña Marina comprende el peligro, ve llegar a los primeros camuflados, avisa a Hernán Cortés, y éste pone fin a la internada. Al fin, después de ser sometidos los tlaxcaltecas, consigue una alianza que sería duradera a lo largo de toda la conquista de México. Hernán Cortés, ya que, tal vez mermado por algunas bajas, funda la ciudad de Veracruz. Ahí deja una pequeña guarnición, y sigue avanzando, por que el gran objetivo de Hernán Cortés era Tenochtitlán, la gran capital del imperio azteca. Avanza con menos de cuatrocientos hombres y unos cuatro mil guerreros tlaxcaltecas, y todos hacia Tenochtitlán. Sigue teniendo cierta oposición local, aunque los aztecas están más curiosos que belicosos, quieren saber a qué demonios se están enfrentando. ¿Quiénes son esos que vienen montados en esas bestias? ¿Quiénes son esos que arrastran piezas que sacuden fuego desde sus bocas? ¿Quiénes son esos que logran disparar y matar a distancia? Intentan averiguar qué está ocurriendo. Los españoles y sus aliados llegan a la ciudad imperial de Tenochtitlán. Un joven y valeroso capitán español sube al volcán Popocatépetl y desde ahí con un grupo de españoles contempla extasiado lo que ante él se ve: una ciudad casi flotante, muy parecida – por que aquellos soldados españoles habían sido curtidos en las guerras de Italia – muy parecida a Venecia, sobre lagunas, una ciudad inmensa, se puede decir que cubierta por centenares de miles de aztecas – se cuenta que la población de Tenochtitlán llegó a tener un millón de habitantes. Ante ese millón de habitantes, ante el máximo esplendor del imperio azteca, se encontraban poco menos de cuatrocientos españoles y unos tres mil, cuatro mil tlaxcaltecas. ¿Qué harían? ¿Qué pasaría? Moctezuma quiso conocer a su enemigo, y provocaron, provocaron un encuentro. El encuentro entre Moctezuma y Hernán Cortés pasará a la historia. Hernán Cortés incluso intentó abrazarle, cosa que impidieron los allegados de Moctezuma, al tener a Moctezuma como un ser divino. En definitiva, se resuelve la entrada de los españoles de forma pacífica en Tenochtitlán, y la entrada de los españoles también quedó impresionada en las retinas de los aztecas – imaginad la situación – cinco líneas crearon los españoles para entrar, en una primera línea, Hernán Cortés y tres de sus capitanes, subidos a lomos de sus caballos, llenos de cascabeles, los caballos enjaretados, la impresión debió ser tremenda para los aztecas. Detrás de esa línea, un grupo de ballesteros, con las ballestas cargadas, por supuesto. Detrás, el grueso de la caballería, que en este caso eran doce, y detrás de esos doce, los arcabuceros. La infantería, y detrás de toda la infantería, el grupo de aliados tlaxcaltecas. Y así, de forma parsimoniosa, entraron en Tenochtitlán. Aquellos cuatro, siendo vanguardia de un grupo de un poco más de cuatrocientos, entraron en la ciudad más importante de América. Fueron respetados. Se asentaron en el centro de la ciudad. Tomaron un palacio, y ahí se establecieron. Pero rápidamente los capitanes comprendían que su situación era muy forzada. Los capitanes allegados a Hernán Cortés no confiaban en aquella situación. Pensaban que era una tremenda encerrona, que Moctezuma tarde ó temprano pondría fin a sus vidas. A todo esto, llegan noticias de la recién fundada ciudad de Veracruz: los españoles allá asentados han sido masacrados por los indios, y cuentan que esos indios eran aztecas, que eran enviados de Moctezuma. Los capitanes desconfían. Le sugieren a Hernán Cortés la posibilidad de apresar a Moctezuma, de tenerle como rehén para salvaguardar sus vidas. Hernán Cortés, llevaría seis días establecido en Tenochtitlán, accede, y con cinco capitanes, y su traductora, la eterna Doña Marina, se acercan al palacio real, al palacio de Moctezuma, y le cuentan la situación, y le dicen lo que ha ocurrido en Veracruz, y exigen justicia. La situación se pone muy tensa. Hernán Cortés opta por el diálogo. Moctezuma también, diciendo que él es inocente, que no tiene nada que ver con la muerte de los españoles. Los capitanes, más bravos que diplomáticos, empiezan a ponerse muy nerviosos. La situación la resuelve Doña Marina, hablando a Moctezuma diciendo que es mejor que se entregue por que ahí puede correr la sangre. Moctezuma se entrega, y es llevado cautivo a la zona de los españoles. Todo empieza a ponerse muy raro. A todo esto, no nos olvidamos de nuestro querido compañero Diego Velásquez, que decide organizar una nueva flota para ir a por Hernán Cortés. ????... hay que darle un castigo, y prepara una flota de dieciocho naves, y en esas dieciocho naves, casi mil soldados, ochenta jinetes, buena… buen número de piezas de cobre, de artillería, una flota que sin duda alguna, no va a ser oposición para Hernán Cortés, por que van a pasar por encima y simplemente eso. Y la envían. Y al frente de esa flota - ¡Oh, qué nombre tan carismático, oh, qué nombre tan significativo! – un tal Pánfilo de Narváez. Pues el bueno de Pánfilo iba muy confiado al frente de sus mil hombres. Arriba en las costas de México, y ahí empiezan a propagar el mensaje: vienen a por Hernán Cortés, lo que no sabía el bueno de Pánfilo es que entre los mil hombres casi todos estaban a favor de Hernán Cortés, por que habían oído hablar de las hazañas, de las proezas, del oro que había conseguido, sobre todo esto último, y no estaban muy con la labor de apresar a su héroe, pero bueno, hasta entonces no habían dicho nada. Hernán Cortés conoce la noticia, toma una parte de su asidua tropa, y se dirige hacia el encuentro, con los españoles que venían a apresarle, que venían a presentar batalla.

 

Mayo de 1520. Veintisiete de mayo de 1520. Hernán Cortés con doscientos cincuenta hombres frente a su ejército opositor de más de mil, con Pánfilo de Narváez al frente. Pánfilo se había pertrechado en una pirámide. Una pirámide de diez metros de altura, y Hernán Cortés enseguida comprende su delicada situación: jamás podría vencer a ese ejército. Y decide iniciar una acción que podemos considerar casi, casi de comando: escoge a un par ó tres de capitanes valientes, y con ellos, se interna en la pirámide. Pánfilo estaba tan confiado de su superioridad que no había puesto mucha guardia, y los capitanes llegan a la estancia donde está Pánfilo de Narváez. Se levanta sobresaltado, decide oponer alguna resistencia, le asestan un mandoble, le saltan un ojo, y aturdido pensando que su fin ha llegado, se entrega. Los soldados que iban bajo las órdenes de Pánfilo de Narváez, pues deciden pasarse a Hernán Cortés, porque ya lo tenían más ó menos pensado. Así que, lo que podía ser la gran derrota de Hernán Cortés se convierte en la gran victoria, la que le da la fama, y ya no con doscientos cincuenta, sino con mil doscientos cincuenta hombres, vuelve hasta Tenochtitlán, pero ahí están ocurriendo cosas terribles. Pedro de Alvarado, uno de los lugartenientes de Hernán Cortés, se había quedado al mando de la guarnición de Tenochtitlán. Contaba con unos ochenta hombres, y en esos momentos, llegaban las grandes fiestas para los aztecas. Los aztecas tenían la curiosa costumbre de sacrificar vidas humanas a sus dioses, y a tal fin, preparaban a unos jovenzuelos, unos jovenzuelos, decían, de cuerpo perfecto, que durante un año les daban toda clase de privilegios, privilegios en todos los sentidos: sexuales, litúrgicos. Dos jovenzuelos eran preparados para un sacrificio ritual. Y ese sacrificio se estaba preparando en esos días, curiosamente en esos días. Y claro, Pedro de Alvarado, no estaba dispuesto a consentir que se produjeran sacrificios humanos en presencia de españoles cristianos, y decide prohibir por su cuenta esos sacrificios. Moctezuma entra en cólera, y aún así, decide llevar a cabo el ritual. Una jornada sangrienta, por que cuando están a punto de sacrificar a los jóvenes, aparece la tropa española y realizan una masacre entre la nobleza azteca que se encontraba en esa montaña dispuestos a sacrificar a los jóvenes. Cuentan las crónicas que entre seiscientos y mil nobles aztecas murieron víctimas de las espadas españolas. Dicen que Pedro de Alvarado no le movió el afán de hacer justicia ó de evitar sacrificios humanos, sino que ya habían llegado rumores al cuartel español sobre la inquietud de los aztecas y que todo se estaba preparando para que fueran pasados por las armas los españoles, así que decide adelantarse a los acontecimientos. Cuando llega Hernán Cortés, ve lo que ha ocurrido: los españoles rodeados, los aztecas, muy violentos y dispuestos a guerrear, y estamos hablando de miles de guerreros aztecas, miles de fieros guerreros aztecas, y muy fieros, por que habían tocado lo más hondo, habían tocado su religión, sus creencias, habían tocado su idiosincrasia, estaban dispuestos a morir, no querían más a esos españoles. No eran dioses, eran hombres, barbudos, eso sí, pero hombres. Había que acabar con el peligro que había llegado del mar. Hernán Cortés entra a la ciudad. Entra con sus nuevos hombres, con sus mil doscientos hombres, y con una estupenda tropa auxiliar de tlaxcaltecas, siempre fieles a Hernán Cortés. La tragedia está a punto de consumarse. Es el treinta de junio de 1520. Ha llegado el momento de huir. Hernán Cortés sabe que se juega demasiado. Sabe que no puede perder ni un solo hombre, por que el objetivo final es demasiado importante como para desvirtuarlo en pequeños enfrentamientos. Y deciden elegir la noche para escapar. Más ó menos eran unos siete mil, entre españoles y aliados, y aquí cometen un gran error: deciden elegir una vía de escape y Hernán Cortés da la orden de que cada hombre se aprovisione con todo el oro que pueda, dicen que algunos incluso dejaron las armas para llevarse el oro, todo el oro que pudieran traer sus mochilas. Con esos mil doscientos, mil trescientos españoles, una parte de la tropa que ya había recién llegado a cargo de Pánfilo de Narváez, y sus aliados tlaxcaltecas se van. Pero una joven azteca les ve, y profiriendo gritos de alarma, hace que los miles de guerreros aztecas caigan sobre ellos. A partir de entonces será recordada como la noche triste. Las bajas se cuentan por cientos. En las crónicas que Hernán Cortés envió al emperador, decía que habían caído ciento cincuenta españoles y tres mil indios. Sabemos por crónicas más fehacientes, más fiables – por que tampoco Hernán Cortés estaba como para decir a su emperador que le estaban matando a todos los soldados – sabemos que las cifras más certeras, hablan en torno a unos ochocientos cincuenta muertos españoles, y unos cuatro mil aliados tlaxcaltecas. La noche triste. Aún así, Hernán Cortés, muy mal herido, en las manos y en la cabeza, consigue escapar. Con lo que le queda, sigue presentando batalla, los aztecas le siguen hostigando. Una batalla tras otra, centenares, miles de batallas, cada día una. Pero al fin, consigue llegar al territorio de los tlaxcaltecas, sus grandes aliados. Ahí, incluso llega a perder dos dedos en una batalla, pero consigue encontrar un territorio de paz, los aztecas no llegan hasta ahí. Se recupera y ve que a su alrededor vuelven a quedar poco menos de cuatrocientos hombres. Y con éstos, y con una buena tropa auxiliar, vuelve otra vez al ataque. Moctezuma ha caído en desgracia: sus hombres no le siguen, sus hombres no lo creen. Nuevos líderes, jóvenes líderes hacen con el poder del imperio azteca. Un gran aliado también surge para los españoles, y son las enfermedades. Con los españoles, llegó la gripe, llegó el tifus, y sobre todo, llegó la viruela, que dicen que fue transmitida por un esclavo negro. La viruela hace estragos, causa muchas más bajas que las propias espadas españolas. La gripe también, pero sobre todo la viruela. Mueren a centenares. Mueren a miles. Moctezuma también es víctima, no de la gripe ni la viruela, sino de una pedrada que le da el joven líder azteca, queda con sus huesos en el suelo, y después entre delirios moriría agonizando.

 

Y el último líder azteca, Cuauhtémoc, es apresado y colgado también por Hernán Cortés, y Tenochtitlán cae. Y ahí se sienta Hernán Cortés. La historia curiosa de la conquista, y Doña Marina siempre a su lado. Se puede decir que, técnicamente, la conquista de México termina en Septiembre de 1521, o sea que duró poco más de dos años y medio, aproximadamente dos años y medio, aunque, bueno, hubo reviertas, hubo combates, incluso rebeliones en la propia tropa española que duró hasta 1523. El tiempo que estuvo Hernán Cortés en América va desde 1519 a 1540, y desde ahí, pues comenzó una serie de exploraciones, por ejemplo descubrió la Baja California, que se pensaba que era una isla, hasta que se constató que no, que era simplemente una península. Llegó al Pacífico. Y sobre todo sus narraciones, las obras de su autoría, que eran tremendamente descriptivas, también fue una gran aportación a la nueva geografía que se estaba empezando a conocer en los territorios de la Nueva España. Y tuvo un hijo, tuvo un hijo con Doña Marina. Dicen que la amaba profundamente. Que estaba enamorado de aquellos ojos vivaces. Con Doña Marina tuvo un hijo, Martín, que claro, no fue reconocido. No fue reconocido por que llegó Catalina Juárez – ¿Os acordáis de Catalina Juárez? Os hablamos de ella al principio, se había casado con ella – y claro, reivindicó su derecho de esposa, y más con el nuevo y enriquecido Hernán Cortés. Aquí hay un dato terrible en la historia de Hernán Cortés. Llegó más ó menos en Octubre de 1522 cuando Doña Marina ya estaba a punto de dar a luz, y claro, Catalina estaba negra, estaba enrabietada; y después de una cena muy suculenta, muy apetitosa, y con mucha bronca, Catalina se va a dormir a sus aposentos, y detrás de va Hernán Cortés. Todos miran complacidos, diciendo: “bueno, han reñido pero ahora harán las paces”. Al poco, Hernán Cortés sale profiriendo gritos, muy alarmado, diciendo que su mujer había muerto. Todos acuden, y encuentran a Catalina postrada en el lecho, con unos moratones tremendos en el cuello, y con su collar de oro roto. Era el uno de Noviembre de 1522. ¿Qué había pasado con Catalina? No pudieron echarle la culpa a Hernán Cortés, no se atrevieron, pero siempre esa leyenda pesó sobre la historia de Hernán Cortés. Era la historia negra de Hernán Cortés. Posiblemente asesinó a su primera mujer. La historia de Hernán Cortés, que en 1540 regresaba a España, para ponerse al servicio del emperador, el emperador Carlos I de España y V de Alemania. Hernán Cortés siempre había cumplido con su emperador. Cada botín, de cada botín, un quinto era extraído para el emperador, para cubrir las guerras en otros sitios, en otros lugares. En 1540 regresa a España ya muy cansado, con cincuenta y cinco años de edad. Y aún así, decide emprender una nueva campaña militar al lado de su emperador, la campaña de Argel, a tierras africanas se va. Pero luego, ya muy mermado, se casó de nuevo, fue nombrado marqués, y con su segunda esposa – la oficial – tuvo cuatro hijos, aunque luego ya por fin, se consiguió reconocer a Martín, al primogénito de Doña Marina. Qué tiempos para Hernán Cortés, que luego entró en el olvido. Fue abandonado por su emperador, eso es al menos lo que él pensaba. Y con sesenta y un años moría recordando sus aventuras, sus viejas aventuras en México, conquistando Tenochtitlán, sometiendo a Moctezuma, ahorcando a Cuauhtémoc. Cerca de Sevilla moría en 1547, no llegó a cumplir los sesenta y dos años. Aquel que salió lleno de esperanzas y sueños de su Medellín natal, y que regresó a España casi cargado de cadenas por asuntos legales. Héroe, conquistador, asesino, la historia no puede juzgar ahora las cosas que ocurrieron en el siglo XVI. Eran otros tiempos, eran otras épocas, otra concepción de la vida, otra concepción del mundo. Nosotros hicimos esto, igual que hicieron los ingleses lo suyo, los franceses aquello. Eran los tiempos de la conquista, los tiempos de averiguar, los tiempos de evangelizar, los tiempos en que mataba, bajo el amparo de la cruz. La historia de la conquista de México, la historia de la Nueva España, la historia de Hernán Cortés, el más descollante de los conquistadores.

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