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Historias de nuestra Historia (España), Los últimos de Filipinas

A lo largo del siglo XIX, los imperios murieron y también nacieron. Nacía, por ejemplo, la emergente potencia norteamericana, y desfallecía el imperio español. A lo largo del siglo XIX se perdieron las colonias americanas; primero continentales y finalizando ese siglo, las insulares, incluso el archipiélago de las Filipinas. Cuba, Puerto Rico, Guam. En definitiva, el imperio español se desmoronaba. Comenzaba la crisis más severa a la que se había enfrentado nuestro país. Lo único positivo, que el pesar se trasladó a las hojas, a las hojas en blanco, y nació toda una generación literaria, la del noventa y ocho. Pero cabe, cabe rendir homenaje a esos héroes que murieron en tierras lejanas, defendiendo su bandera, defendiendo su país, y muchos muriendo por que no tenían las dos mil pesetas necesarias para librarse del servicio militar, por que fue una guerra injusta, en todos los sentidos. Pero sí que es cierto, que miles de españoles salieron de sus huertas, de sus fábricas, de sus pueblos, de sus aldeas, simplemente por el hecho de ser pobres, y por eso, sólo por eso, fueron a la guerra y murieron en ella. Hoy, rendimos homenaje a nuestros héroes del noventa y ocho.

La situación era sumamente compleja. Como os digo, a finales del siglo XIX, Norteamérica se abría paso a codazos. Compraba territorios como Alaska, ó se apropiaba de ellos, como Hawai, pero Cuba y Puerto Rico estaban tan cerca de Norteamérica, que constituían una sólida oposición, un serio obstáculo a la expansión colonial de los Estados Unidos. Los dueños de Cuba y Puerto Rico eran los españoles. Había que buscar un pretexto, había que buscar una excusa para limpiar de españoles esas islas. Y el pretexto llegó en Abril de 1898. En Cuba, saltaba por los aires el Maine, la justificación oportuna para declarar una guerra. Como sabemos, lo del Maine no fue un sabotaje, fue un mero accidente, pero sirvió para proclamar esa guerra el veinticinco de Abril de 1898. El sarcasmo llegó cuando dijeron que esa guerra era con efecto retroactivo, por lo tanto, aunque la proclamaron el veinticinco de Abril, la trasladaron al veintiuno. Por tanto, los españoles se enteraron el veinticinco de Abril, que llevaban cuatro días en guerra con los Estados Unidos de América. El objetivo de Estados Unidos no era sólo Cuba y Puerto Rico, sino también puestos para abastecer de carbón a sus buques en Asia, y las Filipinas eran realmente apetitosas, realmente jugosas. En Filipinas los españoles estaban cómodamente instalados, y todo gracias a las deserciones entre tribus, etnias, poblaciones autóctonas. Fijaos que, mientras que eran necesarios más de cien mil efectivos para aguantar los combates en Cuba, para luchar contra la insurgencia, y también contra lo que se venía encima, en Filipinas tan sólo fueron necesarios veintiocho mil en principio para aguantar aquella situación. Al final fueron insuficientes por los desastres que ya conocemos. Hoy nos centraremos en los últimos de Filipinas. Pero antes, diremos que los filipinos también lucharon desde el año 1896. Los guerrilleros, el ejército revolucionario filipino luchó con ardor, con denuedo. Los diferentes capitanes generales destacados en Filipinas poco pudieron hacer, fue el caso de Ramón Blanco. El capitán general Fernando Primo de Rivera en cambio, actuó de otra manera, de una manera un poco más inteligente, poco más brillante. Consiguió un acuerdo de paz en 1897, Biak-na-Bato, y tras ese acuerdo de paz, el líder de la oposición, el líder guerrillero Emilio Aguinaldo marchó al exilio, eso sí, con los bolsillos bien llenos de pesos filipinos, cientos de miles… cientos de miles, una auténtica fortuna, y se refugió en Hong Kong a la espera de mejores noticias. La paz, por el momento, en Filipinas, se había asegurado. Pero estalló la crisis de Abril, Abril de 1898, y la guerra se reactivó con total crudeza. Aguinaldo regresó a Filipinas para encabezar las acciones militares. Los filipinos, en superioridad abrumadora, fueron batiendo posiciones, fortificaciones, acuartelamientos de los españoles. Los veintiocho mil efectivos ahí desplazados ya no eran suficientes para repeler todo el ataque de los filipinos, bien apoyados desde la costa por los buques norteamericanos. Finalmente, llegó el desastre de Cavite. Toda la flota española fue hundida en tan sólo hora y media, un auténtico desastre con más de cuatrocientas bajas, por su parte, los norteamericanos apenas tuvieron ocho heridos. En una hora y media se habían esfumado todas las esperanzas en el Pacífico para España. Sin suministros, sin posibilidad de escapar ni de recibir refuerzos, los españoles sólo tuvieron que capitular. Llegaría la capitulación tarde ó temprano. Pero así, se produjeron hechos asombrosos, hechos que desconcertaron a todos. La resistencia, el heroísmo de un puñado de hombres conmovió a la sociedad pública internacional.

Nos encontramos en la isla de Luzón, la isla principal del archipiélago filipino. En su lado oriental se encontraba la pequeña población de Baler. En Baler tan sólo se tenían que dedicar a perseguir contrabandistas, la primera posición española en aquel pueblo, en aquella localidad, consistía en tan sólo un cabo y cuatro guardias civiles aborígenes, cuatro guardias civiles filipinos, pero muy pronto, con la consecuencia de la guerra, se tuvieron que incrementar las medidas y enviar una nueva dotación. Al frente de esa dotación se encontraba el teniente Mota, con cincuenta efectivos, con cincuenta cazadores. Los cazadores eran la tropa de choque española en aquellas altitudes. Era el grupo expedicionario de cazadores. Pues aquella posición defendida por un joven teniente Mota de dieciocho, diecinueve años fue literalmente barrida por los filipinos, masacrada. El propio teniente Mota se suicidó ante el desastre. Desde Manila, la capital, a unos doscientos, doscientos veinte kilómetros de Baler, se tomaron medidas y se envió una nueva dotación. En esta ocasión, con oficiales de mayor experiencia. Al frente de esa dotación de cincuenta cazadores, se encontraba el capitán Enrique De Las Morenas, asistido por dos tenientes, dos brillantes tenientes; uno de ellos, Saturnino Martín Cerezo, curtido en Cuba y en Marruecos; el otro, Juan Alonso Zayas. Junto a estos oficiales, un teniente médico: Rogelio Vigil de Quiñones; y como hemos dicho, cincuenta cazadores. Cincuenta fusileros dispuestos a defender Baler. En Febrero de 1898 salía la expedición de Manila. Fue la última vez que tuvieron contacto con las tropas españolas, ya no se les volvería a ver hasta Junio de 1899. Llegaron a Baler, se establecieron en el pueblo y fortificaron la comandancia. En aquellas zonas – recordemos que en Luzón, los españoles… en la isla de Luzón, los españoles habían fundado unos mil cuatrocientos pueblos, pueblos y aldeas. La… el principal edificio de cada pueblo era sin duda alguna la iglesia, y la iglesia estaba sumamente fortificada y además muy fortalecida, por que en aquella zona, era una zona de huracanes, era costumbre hacer iglesias muy poderosas. En el caso de Baler, la iglesia tenía unos muros de más ó menos un metro, metro y medio de ancho, y una longitud de fachada de unos veinte metros. Ése era el principal edificio de Baler. Enrique De Las Morenas se fijó en aquella iglesia, y habló con el párroco de aquella iglesia, con el padre Carreño. Si las cosas se ponían feas, sin duda alguna, se deberían refugiar ahí. La guerra se incrementó, las noticias eran terribles, y finalmente, en Junio de 1898, a fin de evitar un desastre parecido al que le había ocurrido a la dotación del teniente Mota, el capitán Enrique De Las Morenas decide meterse con todos sus hombres en la iglesia del pueblo. Defenderán a ultranza la posición, a la espera de noticias, a la espera de refuerzos, a la espera de nuevas órdenes. Los filipinos reunidos en torno al Katipunan – el Katipunan era, pues el… un especie de ejército revolucionario, una hermandad de hombres libres de Filipinas, a cuyo frente estaba Emilio Aguinaldo. Había otros líderes, como Novicio Luna. Un distintivo al Katipunan tenía miles de efectivos a su disposición, y Baler era una… era un acuartelamiento muy deseado, muy jugoso. Sería muy fácil tomar aquellos cincuenta y cuatro hombres, pero las cosas iban a ser muy distintas como la historia nos ha dicho. El veintisiete de Junio de 1898, el capitán De Las Morenas, sus tenientes y los cazadores reúnen toda la alimentación posible, todas las armas disponibles, todo lo que son capaces de acarrear, lo internan en la iglesia. Comienza la resistencia de Baler. Serán trescientos treinta y siete días con sus noches. Lo que al principio iba a ser una resistencia a la espera de refuerzos, se convierte en una resistencia heroica. A las pocas horas, los filipinos atacan la iglesia de Baler. El capitán De Las Morenas ordena iniciar el fuego. Los tagalos, los insurgentes, son cientos, salen de todos los sitios, de cualquier parte de los bosques cercanos. El pueblo se convierte en una auténtica llamarada de fuego. Los Máuser españoles responden a todos los ataques, logran repeler todos esos ataques, todas esas ofensivas de las primeras horas. No hay bajas entre los españoles, pero decenas de muertos cubren la población de Baler, y son tagalos. Afortunadamente los españoles han hecho buen acopio de munición, y pueden responder con éxito a todas las ofensivas tagalas. Los días van pasando, tenían muchos problemas con la intendencia, con la alimentación. Tenían cuatro mil quinientos kilos de… de arroz, pero arroz en mal estado, habichuelas, tocino… tocino muy agrio, y no tenían sal para conservar los alimentos frescos. Eso sí, enormes cantidades de azúcar, pero sal no tenían. La situación empieza a ser delicada, pero los españoles, los cazadores de Baler siguen aguantando. Los tagalos, cada vez que se reorganizan, vuelven al ataque, vuelven a la ofensiva, y los españoles responden con fuego graneado. Son días intensísimos. Por si fuera poco, la enfermedad empieza a hacer mella entre los cazadores españoles. El peligro de aquella zona se llamaba Beri Beri. Muchos soldados se… se ven presas, se ven presos del Beri Beri, pero también de la disentería. El capitán De Las Morenas se desespera, sus tenientes siguen aguantando, pero ya hay desertores entre ellos. A lo largo del sitio de Baler, se produjeron ocho deserciones. Seis se escaparon mientras otros dos fueron fusilados faltando un día para la liberación. Los desertores también estuvieron entre ellos, pero lo principal, la enfermería se empezó a llenar de pacientes, entre ellos, el propio capitán Enrique De Las Morenas. El Beri Beri, la disentería. En esos años todavía no se conocían las vitaminas. Se descascarillaba el arroz, ignorando que en esa cáscara se encontraba la tan necesaria vitamina B. Se comía lo que se podía. Cuando empezaron a escasear las raciones de carne, utilizaban latas de carne en conserva, que venían de Australia. Empezaron a tomar otro tipo de carne: lagartijas, ratas, serpientes, todo lo que se movía era apto para el consumo. Y los hombres comenzaron a fallecer, comenzaron a morir. Algunos, por las heridas del combate, los más, por las enfermedades y por el hambre. Finalmente, fallece el capitán Enrique De Las Morenas, también lo hace el teniente Juan Alfonso Zayas. Mueren algunos soldados. La situación es desesperada. Al frente de la guarnición, queda el teniente Saturnino Martín Cerezo, un extremeño bravísimo, determinado a aguantar hasta el último hombre, hasta el final, hasta que lleguen nuevas órdenes. Los tagalos siguen atacando, traen incluso artillería desde Manila, por que a estas alturas, Manila ya había caído, España se había rendido, había capitulado. El trece de Agosto de 1898, efectivos norteamericanos entraban en la capital, Manila. La guerra había terminado. Un tratado ridículo por el que Estados Unidos se apropiaba de Cuba y Puerto Rico, esta última isla en pago al impuesto de guerra. Por su parte, en el Pacífico, Guam ya era de propiedad norteamericana, y por las Filipinas tan sólo se pagarían veinte millones de dólares. A España no le quedó más remedio que firmar, estaba absolutamente hundida, desmoralizada, en una gravísima crisis económica, todo se había perdido. ¿Pero qué sería de los hombres de Filipinas? Comenzaron las repatriaciones, pero en la iglesia de Baler, el teniente Martín Cerezo seguía resistiendo con sus hombres. Nadie les dijo nada, nadie les informó. Cuando las noticias llegaron a Manila, los hombres que se estaban encargando, los españoles, el pueblo de hermanos españoles que se estaba encargando de las repatriaciones y de ordenar poco más ó menos lo que quedaba del imperio español en el Pacífico, enviaron algunos emisarios para animar a Martín Cerezo, pues en ese momento, no se sabía que Martín Cerezo estaba al frente de la guarnición, se pensaba que seguía vivo el capitán De Las Morenas. Pues enviaron algunos emisarios, tal fue el caso del capitán Olmedo. Pero Martín Cerezo desconfiaba de todos. Son cinco las veces que se intentó calmar a Martín Cerezo y decirle que la guerra había terminado. En cinco ocasiones, fueron oficiales españoles, fueron filipinos, lo intentaron de todas las maneras, pero Martín Cerezo siempre desconfió, desconfió de todos. Iban pasando los días, llegó la navidad de 1898. La situación era angustiosa, muchos hombres habían muerto. Martín Cerezo estaba solo, tan sólo tenía el apoyo y la confianza, la complicidad del teniente Vigil de Quiñones, del teniente médico. Un médico espléndido, naturalista también, y que había creado una pequeña huerta en el patio de la iglesia, que era a todas luces insuficiente para abastecer la enfermería. Deciden… deciden salir de la iglesia, van de cacería, van a intentar conseguir comida, alimentos. A este paso estaban ya tomando infusiones de naranja amarga, tomaban hojas, hojas de árbol, todo lo que… lo que pudieran coger era bueno para ser ingerido. Pero antes de las navidades, había que tomar alguna determinación. Martín Cerezo destacó diez hombres y esos salieron de la iglesia. Y a tiro limpio, se hicieron con una buena, con una buena pieza. Protegidos por los tiros de sus compañeros, consiguieron llegar a la iglesia con un carabao. El carabao es una especie de búfalo que además es muy eficaz en los terrenos de… de Filipinas, es más eficaz incluso que el caballo por que puede pasar por el barro, por las tierras movedizas. Es pesado pero muy, muy útil. Pues con ese carabao, se internaron de nuevo en la iglesia, y tuvieron carne para… para tres días. La lástima es que no la podían conservar, por que como ya hemos dicho, no había sal dentro de Baler, de la iglesia de Baler. Los soldados españoles siguieron ofreciendo grandes muestras de heroísmo. Heroísmo sublime, seguían aguantando haciendo oídos sordos a los diferentes emisarios que iban llegando a la iglesia. Y los días iban sucediendo, la guerra había terminado, pero ahora los filipinos luchaban contra los norteamericanos, se sentían engañados, y luchaban por su independencia. Los norteamericanos, en un gesto, entre comillas, de bondad, deciden ir a por los defensores de Baler. Nos encontramos en el trece de Abril de 1899. Cerca de las playas de Baler, se divisa un cañonero. Este cañonero, con su reflector, un reflector de luz, ilumina la iglesia de Baler. El teniente Martín Cerezo responde con un paño impregnado de petróleo. “¿Serán los refuerzos? ¿Vendrán a por nosotros?” Se escucha un cañoneo en el oeste, se escucha ese cañoneo. Todo hace ver que Baler va a ser liberado. Los españoles se muestran eufóricos. “¡Por fin, por fin la tan ansiada ayuda! ¡Por fin nos van a liberar!” En efecto, la intención era esa, el cañonero Yorktown – así se llamaba – el cañonero Yorktown intentaba sacar a aquellos cazadores de Baler, y dar por concluida la guerra, por fin. Pero tan sólo tenían dieciséis fusileros, y con los dieciséis fusileros iban a intentar la hazaña. No fue nada fácil. Los tagalos respondieron con un intensísimo fuego. Y aquellos fusileros norteamericanos murieron, murieron en Baler, con su teniente al frente, pero los dieciséis cayeron. Y Yorktown se retiró, apesadumbrado. Los norteamericanos por lo menos tuvieron el gesto de intentar la salvación de los cazadores de Baler. Martín Cerezo, un poco apesadumbrado por lo que había ocurrido, ordenó seguir con la resistencia. Los tagalos estaban enfurecidos, querían acabar con aquella situación. Ellos estaban luchando ya contra los norteamericanos, y aquello de los españoles era un amargo vestigio del pasado, pero ahí seguían, con la bandera clavada, y empeñándose en una defensa a ultranza, hasta el final, hasta el último hombre, eso si no llegaban nuevas órdenes, nuevas noticias desde Manila. Finalmente, llegaron noticias. El teniente coronel Aguilar, llegaba desde Manila, y llegaba a bordo de un cañonero, el Uranus. Martín Cerezo vio la llegada del barco, pero ya en ese momento, la paranoia lo cubría todo. Estaba harto, y estaba seguramente envuelto por el delirio de la guerra, por el delirio del encierro, y creyó ver en el Uranus, en aquel cañonero, un lanchón tagalo, un lanchón filipino, que lo habían camuflado y era una treta, un engaño para que salieran de la iglesia, y de esa manera ser masacrados. El teniente coronel Aguilar se desespera: “¿Pero cómo puedo hacerle entrar en razones? ¿Pero cómo puedo hacerle convencer, cómo puedo convencerle, de que la guerra ha terminado y que España ya no tiene nada que hacer en las Filipinas? Que ya no son de nuestra propiedad, ahora son norteamericanas”. Martín Cerezo sigue ofuscado, y se niega a salir de la iglesia. El teniente coronel Aguilar le suministra unos periódicos, entre ellos “El Imparcial”. Le conmina a que lea esos periódicos, a que se haga cargo de la realidad, que asuma la realidad. Y Martín Cerezo lee los periódicos.

Antes, el uno de Junio, había ordenado el fusilamiento de los dos que habían intentado desertar. Son fusilados, y le pide a su amigo, al teniente médico Vigil de Quiñones que inscriba ese suceso como “dos muertos por la enfermedad”.

Lee “El Imparcial”. Y para su asombro, descubre una noticia: “El teniente Francisco Díaz Navarro solicita su traslado a Málaga”. Martín Cerezo abre los ojos, y los abre mucho, por que ese nombre le sonaba. Claro que le sonaba, el teniente Francisco Díaz Navarro era amigo íntimo del teniente Martín Cerezo, y sólo él podía saber que tras la campaña de Cuba, iba a solicitar su traslado a Málaga. Estaban en lo cierto, todos tenían razón, nadie le había engañado, él era el único ofuscado en esto. Pero él había resistido, él había cumplido con el reglamento militar, él había resistido en esa plaza, había defendido la plaza. Los tagalos esperaban ansiosos la respuesta de Martín Cerezo y sus hombres. Y el dos de Junio de 1899, trescientos treinta y siete días después, la bandera española era arriada, y en su lugar, la bandera blanca. Ahora sí, Martín Cerezo quiso negociar la rendición, y firmó una rendición muy honrosa, más incluso de la que habían firmado sus oficiales, sus superiores en Manila unos meses antes. En esa rendición, en esa capitulación, más ó menos se venía decir que las dos partes habían decidido por igual abandonar las hostilidades, que los españoles serían respetados, que saldrían de la iglesia portando sus armas, y que serían escoltados hasta las tropas españolas ó un lugar seguro. Martín Cerezo entraba con honores en la historia militar de España. Miró a su alrededor, de todos los hombres que se habían internado en la iglesia de Baler, tan sólo quedaban treinta y tres, atrás dejaban diecisiete compañeros muertos, y los seis que se habían escapado, los desertores. Eran acompañados – hasta el cura Carreño, el cura de Baler, había fallecido – eran acompañados por dos frailes, dos frailes que habían ya negociado en los primeros días y que luego, posteriormente se habían quedado, muy útiles por cierto, por que uno de ellos, el padre Minaya, elaboró una crónica de todo lo sucedido.

Y aquí les tenemos, el dos de junio de 1899, desfilando en formación de tres y de fondo, desfilando por las calles de Baler. Harapientos, con los Máuser enmohecidos, sin municiones, mucho de ellos desdentados, desaliñados hasta decir basta, pero desfilando con marcialidad, y saliendo con honor de la iglesia que les había recogido durante trescientos treinta y siete días. Nadie se explica cómo pudieron resistir tanto. Nadie se explica cómo pudieron solventar enfermedades como el Beri Beri y la disentería. Nadie se explica cómo la mayor parte de las bajas fue por enfermedad y no por combate, después de haber infringido al enemigo centenares de bajas, pero lo habían conseguido. El teniente Saturnino Martín Cerezo fue condecorado con la laureada de San Fernando. Y por cierto, nadie se explica por qué no se concedió una laureada colectiva a los compañeros del teniente Martín Cerezo. Pero los treinta y tres soldados y los dos frailes salieron de Baler. En Septiembre de 1899, llegaban a España. A la familia del capitán Enrique De Las Morenas se le concedió una pensión anual de cinco mil pesetas, válida para su viuda y para sus herederos. A los soldados – os lo podéis imaginar que… que no se les concedió lo mismo – sesenta pesetas de pensión. Algunos de ellos morirían años más tarde, bueno, tres de ellos murieron de forma inmediata, a consecuencia de la enfermedad, nada más llegar a España. Alguno de ellos moriría como mendigo en las calles de España. Tan sólo una docena llegaron a la guerra civil. Alguno de aquellos murió fusilado en la guerra civil. En cuanto al teniente Saturnino Martín Cerezo llegó a cargo, al rango de general. Pero en Filipinas, habían quedado más de cinco mil españoles. Cinco mil españoles considerados como desaparecidos en combate, dispersados por las selvas filipinas. ¿Qué habría sido de ellos? Vamos a contar brevemente la historia de alguno de ellos.

Aquí tenemos a uno de esos héroes. Se llamaba Mariano Mediano, el teniente Mariano Mediano, un aragonés corpulento, de un metro ochenta, pelirrojo, un hombre muy bien parecido. Se había curtido como carabinero en los pirineos aragoneses, y posteriormente había pasado al ejército. Con afán de gloria, con afán de ascenso, había llegado a las Filipinas. Y había luchado como… como soldado. Posteriormente pidió su ingreso en la guardia civil, y al frente de la guardia civil nativa, estuvo contra… bueno, contra los guerrilleros, contra los contrabandistas, hasta que finalmente se vio en la encerrona de Tayaba. Tayaba era una localidad, pues que cubría más ó menos el nudo, el nudo principal en las comunicaciones en la isla de Luzón. Con el inicio de las hostilidades, las guarniciones cercanas a Tayaba, se reagruparon en torno a esa localidad. Una localidad de unos veinte mil habitantes. Al frente de esa guarnición se encontraba el comandante Pacheco, y consiguió reunir unos cuatrocientos cincuenta efectivos. Unidades de toda índole, cazadores, y también guardia civil nativa. Cuatrocientos cincuenta hombres que pronto se vieron copados por unos quince mil efectivos de los tagalos, quince mil filipinos. La situación en Tayaba iba a ser dramática, por que los españoles no se rindieron. El doce de Junio quedaron copados y el veinticuatro, se produjeron los primeros combates. Los filipinos estaban muy bien preparados, muy bien pertrechados, tenían muchísima artillería. Los españoles también, pero con único problema, no tenían pólvora para los cañones. No pudieron disparar los cañones. Los combates fueron crueles, feroces. Fue un tipo de resistencia distinta a la de Baler. Los españoles tenían los Máuser, eso sí, y eran muy buenos tiradores. Los oficiales habían creado un anillo defensivo utilizando las mejores edificaciones de Tayaba. Ahí se encontraba el teniente Mariano Mediano, y estuvieron resistiendo toda la guerra. Los ataques eran incesantes, tremendos, feroces, crueles. La población de Tayaba había huido. Veinte mil… veinte mil filipinos habían huido en una sola noche, sólo habían quedado los cuatrocientos cincuenta españoles y algunas tropas auxiliares. Día tras día, las balas se cruzaron, y finalmente, el quince de Agosto de 1898, Tayaba se rendía. Los filipinos habían perdido mil quinientos hombres. Mil quinientos muertos en el contingente filipino. Los españoles, de los cuatrocientos cincuenta que eran, se entregaron ciento setenta y cinco soldados y veinte oficiales. Más de doscientos muertos habían tenido en aquellos días. Uno de los prisioneros era el teniente Mariano Mediano.

Y esta es la tragedia del ejército español. Yo os digo que más de cinco mil españoles quedaron en esa situación. Heridos, prisioneros, aislados, olvidados. España no se quiso hacer cargo de ellos. Se olvidó casi totalmente de ellos. Y quedaron recluidos en campos de concentración. Sirvieron como esclavos a los nuevos amos filipinos. Los hombres del comandante Pacheco intentaron escapar para advertir de lo que les había ocurrido, llegar a Manila, pero en Manila la situación no estaba para… para esos bollos. Las tentativas de escapada finalmente dieron con la captura de todos los evadidos, y fueron internados en cuevas miserables, en cuevas donde, cuando creía el río, ahogaba literalmente a los prisioneros. Curiosamente, el teniente Mariano Mediano se salvó, por su altura, un metro ochenta, inusual para la época, y gracias a eso, y gracias a que los compañeros se aferraban a él, se sujetaban a él, consiguieron salvar la vida en numerosas ocasiones. Él, en concreto estuvo ante un pelotón de fusilamiento en tres ocasiones. Había jurado no cortarse la barba hasta ser liberado, y su aspecto asemejaba al de un fraile, y los filipinos odiaban a los frailes, les echaban la culpa de todos los males que habían ocurrido en Filipinas. Fueron a fusilarlo, y él aseguró que no era un fraile, que era un soldado, que era un militar español. Los filipinos no le creyeron, y cuando estaban a punto de dar la orden de “fuego”, la suerte, la casualidad hizo que el teniente Mediano sacara su anillo de bodas, un anillo que había guardado hasta entonces para que no se lo robaran. Sacó el anillo y lo besó, elevando su último pensamiento a su mujer y a sus dos hijos. Los filipinos vieron el gesto, y conmovidos – vaya usted a saber por qué – le perdonaron la vida. Finalmente, los supervivientes de Tayaba fueron llevados a una localidad llamada Rosario. Y ahí estaban, en enero del año 1900. Ya habían pasado algunos meses después del fin de la guerra – fijaos que el acuerdo de París se firmó en 1898. Pues algunos consiguieron escapar de ese campo de concentración de… de Rosario, y advirtieron a un regimiento de voluntarios norteamericanos sobre la presencia de militares españoles en Rosario. Los norteamericanos, en guerra con los filipinos, no tenían como objetivo militar Rosario. Pero una treta de un español muy avispado, consiguió desorientar a los norteamericanos y provocó que éstos, al asalto de la caballería, liberaran Rosario. De esta manera, la caballería norteamericana, el treinta y ocho regimiento de voluntarios norteamericanos, liberaron un campo de concentración en el que estaban cientos de españoles. Así, la caballería siempre al ataque. Lo que no hicieron las autoridades españolas, para vergüenza nuestra, lo resolvieron al final, los que nos habían quitado las Filipinas.

Y así terminaba la historia de aquellos españoles. De miles de ellos no se volvió a saber, otros regresaron a casa, pero recibieron la vergüenza, la humillación de la derrota. Tan sólo Martín Cerezo y pocos más fueron recibidos en casa con honores. Miles de muertos en Cuba, miles de muertos en Filipinas, y todo perdido, y la grave crisis del noventa y ocho para España. Pero bien merecen unos minutos esos héroes de Baler, esos cazadores de Baler. Años más tarde, en esa misma zona, se rodaba una película. Esa película llevaba por título “Apocalypsis Now”. Los norteamericanos tuvieron su Vietnam, los rusos su Afganistán.

A lo largo del siglo XIX, los imperios murieron y también nacieron. Nacía, por ejemplo, la emergente potencia norteamericana, y desfallecía el imperio español. A lo largo del siglo XIX se perdieron las colonias americanas; primero continentales y finalizando ese siglo, las insulares, incluso el archipiélago de las Filipinas. Cuba, Puerto Rico, Guam. En definitiva, el imperio español se desmoronaba. Comenzaba la crisis más severa a la que se había enfrentado nuestro país. Lo único positivo, que el pesar se trasladó a las hojas, a las hojas en blanco, y nació toda una generación literaria, la del noventa y ocho. Pero cabe, cabe rendir homenaje a esos héroes que murieron en tierras lejanas, defendiendo su bandera, defendiendo su país, y muchos muriendo por que no tenían las dos mil pesetas necesarias para librarse del servicio militar, por que fue una guerra injusta, en todos los sentidos. Pero sí que es cierto, que miles de españoles salieron de sus huertas, de sus fábricas, de sus pueblos, de sus aldeas, simplemente por el hecho de ser pobres, y por eso, sólo por eso, fueron a la guerra y murieron en ella. Hoy, rendimos homenaje a nuestros héroes del noventa y ocho.

La situación era sumamente compleja. Como os digo, a finales del siglo XIX, Norteamérica se abría paso a codazos. Compraba territorios como Alaska, ó se apropiaba de ellos, como Hawai, pero Cuba y Puerto Rico estaban tan cerca de Norteamérica, que constituían una sólida oposición, un serio obstáculo a la expansión colonial de los Estados Unidos. Los dueños de Cuba y Puerto Rico eran los españoles. Había que buscar un pretexto, había que buscar una excusa para limpiar de españoles esas islas. Y el pretexto llegó en Abril de 1898. En Cuba, saltaba por los aires el Maine, la justificación oportuna para declarar una guerra. Como sabemos, lo del Maine no fue un sabotaje, fue un mero accidente, pero sirvió para proclamar esa guerra el veinticinco de Abril de 1898. El sarcasmo llegó cuando dijeron que esa guerra era con efecto retroactivo, por lo tanto, aunque la proclamaron el veinticinco de Abril, la trasladaron al veintiuno. Por tanto, los españoles se enteraron el veinticinco de Abril, que llevaban cuatro días en guerra con los Estados Unidos de América. El objetivo de Estados Unidos no era sólo Cuba y Puerto Rico, sino también puestos para abastecer de carbón a sus buques en Asia, y las Filipinas eran realmente apetitosas, realmente jugosas. En Filipinas los españoles estaban cómodamente instalados, y todo gracias a las deserciones entre tribus, etnias, poblaciones autóctonas. Fijaos que, mientras que eran necesarios más de cien mil efectivos para aguantar los combates en Cuba, para luchar contra la insurgencia, y también contra lo que se venía encima, en Filipinas tan sólo fueron necesarios veintiocho mil en principio para aguantar aquella situación. Al final fueron insuficientes por los desastres que ya conocemos. Hoy nos centraremos en los últimos de Filipinas. Pero antes, diremos que los filipinos también lucharon desde el año 1896. Los guerrilleros, el ejército revolucionario filipino luchó con ardor, con denuedo. Los diferentes capitanes generales destacados en Filipinas poco pudieron hacer, fue el caso de Ramón Blanco. El capitán general Fernando Primo de Rivera en cambio, actuó de otra manera, de una manera un poco más inteligente, poco más brillante. Consiguió un acuerdo de paz en 1897, Biak-na-Bato, y tras ese acuerdo de paz, el líder de la oposición, el líder guerrillero Emilio Aguinaldo marchó al exilio, eso sí, con los bolsillos bien llenos de pesos filipinos, cientos de miles… cientos de miles, una auténtica fortuna, y se refugió en Hong Kong a la espera de mejores noticias. La paz, por el momento, en Filipinas, se había asegurado. Pero estalló la crisis de Abril, Abril de 1898, y la guerra se reactivó con total crudeza. Aguinaldo regresó a Filipinas para encabezar las acciones militares. Los filipinos, en superioridad abrumadora, fueron batiendo posiciones, fortificaciones, acuartelamientos de los españoles. Los veintiocho mil efectivos ahí desplazados ya no eran suficientes para repeler todo el ataque de los filipinos, bien apoyados desde la costa por los buques norteamericanos. Finalmente, llegó el desastre de Cavite. Toda la flota española fue hundida en tan sólo hora y media, un auténtico desastre con más de cuatrocientas bajas, por su parte, los norteamericanos apenas tuvieron ocho heridos. En una hora y media se habían esfumado todas las esperanzas en el Pacífico para España. Sin suministros, sin posibilidad de escapar ni de recibir refuerzos, los españoles sólo tuvieron que capitular. Llegaría la capitulación tarde ó temprano. Pero así, se produjeron hechos asombrosos, hechos que desconcertaron a todos. La resistencia, el heroísmo de un puñado de hombres conmovió a la sociedad pública internacional.

Nos encontramos en la isla de Luzón, la isla principal del archipiélago filipino. En su lado oriental se encontraba la pequeña población de Baler. En Baler tan sólo se tenían que dedicar a perseguir contrabandistas, la primera posición española en aquel pueblo, en aquella localidad, consistía en tan sólo un cabo y cuatro guardias civiles aborígenes, cuatro guardias civiles filipinos, pero muy pronto, con la consecuencia de la guerra, se tuvieron que incrementar las medidas y enviar una nueva dotación. Al frente de esa dotación se encontraba el teniente Mota, con cincuenta efectivos, con cincuenta cazadores. Los cazadores eran la tropa de choque española en aquellas altitudes. Era el grupo expedicionario de cazadores. Pues aquella posición defendida por un joven teniente Mota de dieciocho, diecinueve años fue literalmente barrida por los filipinos, masacrada. El propio teniente Mota se suicidó ante el desastre. Desde Manila, la capital, a unos doscientos, doscientos veinte kilómetros de Baler, se tomaron medidas y se envió una nueva dotación. En esta ocasión, con oficiales de mayor experiencia. Al frente de esa dotación de cincuenta cazadores, se encontraba el capitán Enrique De Las Morenas, asistido por dos tenientes, dos brillantes tenientes; uno de ellos, Saturnino Martín Cerezo, curtido en Cuba y en Marruecos; el otro, Juan Alonso Zayas. Junto a estos oficiales, un teniente médico: Rogelio Vigil de Quiñones; y como hemos dicho, cincuenta cazadores. Cincuenta fusileros dispuestos a defender Baler. En Febrero de 1898 salía la expedición de Manila. Fue la última vez que tuvieron contacto con las tropas españolas, ya no se les volvería a ver hasta Junio de 1899. Llegaron a Baler, se establecieron en el pueblo y fortificaron la comandancia. En aquellas zonas – recordemos que en Luzón, los españoles… en la isla de Luzón, los españoles habían fundado unos mil cuatrocientos pueblos, pueblos y aldeas. La… el principal edificio de cada pueblo era sin duda alguna la iglesia, y la iglesia estaba sumamente fortificada y además muy fortalecida, por que en aquella zona, era una zona de huracanes, era costumbre hacer iglesias muy poderosas. En el caso de Baler, la iglesia tenía unos muros de más ó menos un metro, metro y medio de ancho, y una longitud de fachada de unos veinte metros. Ése era el principal edificio de Baler. Enrique De Las Morenas se fijó en aquella iglesia, y habló con el párroco de aquella iglesia, con el padre Carreño. Si las cosas se ponían feas, sin duda alguna, se deberían refugiar ahí. La guerra se incrementó, las noticias eran terribles, y finalmente, en Junio de 1898, a fin de evitar un desastre parecido al que le había ocurrido a la dotación del teniente Mota, el capitán Enrique De Las Morenas decide meterse con todos sus hombres en la iglesia del pueblo. Defenderán a ultranza la posición, a la espera de noticias, a la espera de refuerzos, a la espera de nuevas órdenes. Los filipinos reunidos en torno al Katipunan – el Katipunan era, pues el… un especie de ejército revolucionario, una hermandad de hombres libres de Filipinas, a cuyo frente estaba Emilio Aguinaldo. Había otros líderes, como Novicio Luna. Un distintivo al Katipunan tenía miles de efectivos a su disposición, y Baler era una… era un acuartelamiento muy deseado, muy jugoso. Sería muy fácil tomar aquellos cincuenta y cuatro hombres, pero las cosas iban a ser muy distintas como la historia nos ha dicho. El veintisiete de Junio de 1898, el capitán De Las Morenas, sus tenientes y los cazadores reúnen toda la alimentación posible, todas las armas disponibles, todo lo que son capaces de acarrear, lo internan en la iglesia. Comienza la resistencia de Baler. Serán trescientos treinta y siete días con sus noches. Lo que al principio iba a ser una resistencia a la espera de refuerzos, se convierte en una resistencia heroica. A las pocas horas, los filipinos atacan la iglesia de Baler. El capitán De Las Morenas ordena iniciar el fuego. Los tagalos, los insurgentes, son cientos, salen de todos los sitios, de cualquier parte de los bosques cercanos. El pueblo se convierte en una auténtica llamarada de fuego. Los Máuser españoles responden a todos los ataques, logran repeler todos esos ataques, todas esas ofensivas de las primeras horas. No hay bajas entre los españoles, pero decenas de muertos cubren la población de Baler, y son tagalos. Afortunadamente los españoles han hecho buen acopio de munición, y pueden responder con éxito a todas las ofensivas tagalas. Los días van pasando, tenían muchos problemas con la intendencia, con la alimentación. Tenían cuatro mil quinientos kilos de… de arroz, pero arroz en mal estado, habichuelas, tocino… tocino muy agrio, y no tenían sal para conservar los alimentos frescos. Eso sí, enormes cantidades de azúcar, pero sal no tenían. La situación empieza a ser delicada, pero los españoles, los cazadores de Baler siguen aguantando. Los tagalos, cada vez que se reorganizan, vuelven al ataque, vuelven a la ofensiva, y los españoles responden con fuego graneado. Son días intensísimos. Por si fuera poco, la enfermedad empieza a hacer mella entre los cazadores españoles. El peligro de aquella zona se llamaba Beri Beri. Muchos soldados se… se ven presas, se ven presos del Beri Beri, pero también de la disentería. El capitán De Las Morenas se desespera, sus tenientes siguen aguantando, pero ya hay desertores entre ellos. A lo largo del sitio de Baler, se produjeron ocho deserciones. Seis se escaparon mientras otros dos fueron fusilados faltando un día para la liberación. Los desertores también estuvieron entre ellos, pero lo principal, la enfermería se empezó a llenar de pacientes, entre ellos, el propio capitán Enrique De Las Morenas. El Beri Beri, la disentería. En esos años todavía no se conocían las vitaminas. Se descascarillaba el arroz, ignorando que en esa cáscara se encontraba la tan necesaria vitamina B. Se comía lo que se podía. Cuando empezaron a escasear las raciones de carne, utilizaban latas de carne en conserva, que venían de Australia. Empezaron a tomar otro tipo de carne: lagartijas, ratas, serpientes, todo lo que se movía era apto para el consumo. Y los hombres comenzaron a fallecer, comenzaron a morir. Algunos, por las heridas del combate, los más, por las enfermedades y por el hambre. Finalmente, fallece el capitán Enrique De Las Morenas, también lo hace el teniente Juan Alfonso Zayas. Mueren algunos soldados. La situación es desesperada. Al frente de la guarnición, queda el teniente Saturnino Martín Cerezo, un extremeño bravísimo, determinado a aguantar hasta el último hombre, hasta el final, hasta que lleguen nuevas órdenes. Los tagalos siguen atacando, traen incluso artillería desde Manila, por que a estas alturas, Manila ya había caído, España se había rendido, había capitulado. El trece de Agosto de 1898, efectivos norteamericanos entraban en la capital, Manila. La guerra había terminado. Un tratado ridículo por el que Estados Unidos se apropiaba de Cuba y Puerto Rico, esta última isla en pago al impuesto de guerra. Por su parte, en el Pacífico, Guam ya era de propiedad norteamericana, y por las Filipinas tan sólo se pagarían veinte millones de dólares. A España no le quedó más remedio que firmar, estaba absolutamente hundida, desmoralizada, en una gravísima crisis económica, todo se había perdido. ¿Pero qué sería de los hombres de Filipinas? Comenzaron las repatriaciones, pero en la iglesia de Baler, el teniente Martín Cerezo seguía resistiendo con sus hombres. Nadie les dijo nada, nadie les informó. Cuando las noticias llegaron a Manila, los hombres que se estaban encargando, los españoles, el pueblo de hermanos españoles que se estaba encargando de las repatriaciones y de ordenar poco más ó menos lo que quedaba del imperio español en el Pacífico, enviaron algunos emisarios para animar a Martín Cerezo, pues en ese momento, no se sabía que Martín Cerezo estaba al frente de la guarnición, se pensaba que seguía vivo el capitán De Las Morenas. Pues enviaron algunos emisarios, tal fue el caso del capitán Olmedo. Pero Martín Cerezo desconfiaba de todos. Son cinco las veces que se intentó calmar a Martín Cerezo y decirle que la guerra había terminado. En cinco ocasiones, fueron oficiales españoles, fueron filipinos, lo intentaron de todas las maneras, pero Martín Cerezo siempre desconfió, desconfió de todos.
Iban pasando los días, llegó la navidad de 1898. La situación era angustiosa, muchos hombres habían muerto. Martín Cerezo estaba solo, tan sólo tenía el apoyo y la confianza, la complicidad del teniente Vigil de Quiñones, del teniente médico. Un médico espléndido, naturalista también, y que había creado una pequeña huerta en el patio de la iglesia, que era a todas luces insuficiente para abastecer la enfermería. Deciden… deciden salir de la iglesia, van de cacería, van a intentar conseguir comida, alimentos. A este paso estaban ya tomando infusiones de naranja amarga, tomaban hojas, hojas de árbol, todo lo que… lo que pudieran coger era bueno para ser ingerido. Pero antes de las navidades, había que tomar alguna determinación. Martín Cerezo destacó diez hombres y esos salieron de la iglesia. Y a tiro limpio, se hicieron con una buena, con una buena pieza. Protegidos por los tiros de sus compañeros, consiguieron llegar a la iglesia con un carabao. El carabao es una especie de búfalo que además es muy eficaz en los terrenos de… de Filipinas, es más eficaz incluso que el caballo por que puede pasar por el barro, por las tierras movedizas. Es pesado pero muy, muy útil. Pues con ese carabao, se internaron de nuevo en la iglesia, y tuvieron carne para… para tres días. La lástima es que no la podían conservar, por que como ya hemos dicho, no había sal dentro de Baler, de la iglesia de Baler. Los soldados españoles siguieron ofreciendo grandes muestras de heroísmo. Heroísmo sublime, seguían aguantando haciendo oídos sordos a los diferentes emisarios que iban llegando a la iglesia. Y los días iban sucediendo, la guerra había terminado, pero ahora los filipinos luchaban contra los norteamericanos, se sentían engañados, y luchaban por su independencia. Los norteamericanos, en un gesto, entre comillas, de bondad, deciden ir a por los defensores de Baler. Nos encontramos en el trece de Abril de 1899. Cerca de las playas de Baler, se divisa un cañonero. Este cañonero, con su reflector, un reflector de luz, ilumina la iglesia de Baler. El teniente Martín Cerezo responde con un paño impregnado de petróleo. “¿Serán los refuerzos? ¿Vendrán a por nosotros?” Se escucha un cañoneo en el oeste, se escucha ese cañoneo. Todo hace ver que Baler va a ser liberado. Los españoles se muestran eufóricos. “¡Por fin, por fin la tan ansiada ayuda! ¡Por fin nos van a liberar!” En efecto, la intención era esa, el cañonero Yorktown – así se llamaba – el cañonero Yorktown intentaba sacar a aquellos cazadores de Baler, y dar por concluida la guerra, por fin. Pero tan sólo tenían dieciséis fusileros, y con los dieciséis fusileros iban a intentar la hazaña. No fue nada fácil. Los tagalos respondieron con un intensísimo fuego. Y aquellos fusileros norteamericanos murieron, murieron en Baler, con su teniente al frente, pero los dieciséis cayeron. Y Yorktown se retiró, apesadumbrado. Los norteamericanos por lo menos tuvieron el gesto de intentar la salvación de los cazadores de Baler. Martín Cerezo, un poco apesadumbrado por lo que había ocurrido, ordenó seguir con la resistencia. Los tagalos estaban enfurecidos, querían acabar con aquella situación. Ellos estaban luchando ya contra los norteamericanos, y aquello de los españoles era un amargo vestigio del pasado, pero ahí seguían, con la bandera clavada, y empeñándose en una defensa a ultranza, hasta el final, hasta el último hombre, eso si no llegaban nuevas órdenes, nuevas noticias desde Manila. Finalmente, llegaron noticias. El teniente coronel Aguilar, llegaba desde Manila, y llegaba a bordo de un cañonero, el Uranus. Martín Cerezo vio la llegada del barco, pero ya en ese momento, la paranoia lo cubría todo. Estaba harto, y estaba seguramente envuelto por el delirio de la guerra, por el delirio del encierro, y creyó ver en el Uranus, en aquel cañonero, un lanchón tagalo, un lanchón filipino, que lo habían camuflado y era una treta, un engaño para que salieran de la iglesia, y de esa manera ser masacrados. El teniente coronel Aguilar se desespera: “¿Pero cómo puedo hacerle entrar en razones? ¿Pero cómo puedo hacerle convencer, cómo puedo convencerle, de que la guerra ha terminado y que España ya no tiene nada que hacer en las Filipinas? Que ya no son de nuestra propiedad, ahora son norteamericanas”. Martín Cerezo sigue ofuscado, y se niega a salir de la iglesia. El teniente coronel Aguilar le suministra unos periódicos, entre ellos “El Imparcial”. Le conmina a que lea esos periódicos, a que se haga cargo de la realidad, que asuma la realidad. Y Martín Cerezo lee los periódicos.

Antes, el uno de Junio, había ordenado el fusilamiento de los dos que habían intentado desertar. Son fusilados, y le pide a su amigo, al teniente médico Vigil de Quiñones que inscriba ese suceso como “dos muertos por la enfermedad”.

Lee “El Imparcial”. Y para su asombro, descubre una noticia: “El teniente Francisco Díaz Navarro solicita su traslado a Málaga”. Martín Cerezo abre los ojos, y los abre mucho, por que ese nombre le sonaba. Claro que le sonaba, el teniente Francisco Díaz Navarro era amigo íntimo del teniente Martín Cerezo, y sólo él podía saber que tras la campaña de Cuba, iba a solicitar su traslado a Málaga. Estaban en lo cierto, todos tenían razón, nadie le había engañado, él era el único ofuscado en esto. Pero él había resistido, él había cumplido con el reglamento militar, él había resistido en esa plaza, había defendido la plaza. Los tagalos esperaban ansiosos la respuesta de Martín Cerezo y sus hombres. Y el dos de Junio de 1899, trescientos treinta y siete días después, la bandera española era arriada, y en su lugar, la bandera blanca. Ahora sí, Martín Cerezo quiso negociar la rendición, y firmó una rendición muy honrosa, más incluso de la que habían firmado sus oficiales, sus superiores en Manila unos meses antes. En esa rendición, en esa capitulación, más ó menos se venía decir que las dos partes habían decidido por igual abandonar las hostilidades, que los españoles serían respetados, que saldrían de la iglesia portando sus armas, y que serían escoltados hasta las tropas españolas ó un lugar seguro. Martín Cerezo entraba con honores en la historia militar de España. Miró a su alrededor, de todos los hombres que se habían internado en la iglesia de Baler, tan sólo quedaban treinta y tres, atrás dejaban diecisiete compañeros muertos, y los seis que se habían escapado, los desertores. Eran acompañados – hasta el cura Carreño, el cura de Baler, había fallecido – eran acompañados por dos frailes, dos frailes que habían ya negociado en los primeros días y que luego, posteriormente se habían quedado, muy útiles por cierto, por que uno de ellos, el padre Minaya, elaboró una crónica de todo lo sucedido.

Y aquí les tenemos, el dos de junio de 1899, desfilando en formación de tres y de fondo, desfilando por las calles de Baler. Harapientos, con los Máuser enmohecidos, sin municiones, mucho de ellos desdentados, desaliñados hasta decir basta, pero desfilando con marcialidad, y saliendo con honor de la iglesia que les había recogido durante trescientos treinta y siete días. Nadie se explica cómo pudieron resistir tanto. Nadie se explica cómo pudieron solventar enfermedades como el Beri Beri y la disentería. Nadie se explica cómo la mayor parte de las bajas fue por enfermedad y no por combate, después de haber infringido al enemigo centenares de bajas, pero lo habían conseguido. El teniente Saturnino Martín Cerezo fue condecorado con la laureada de San Fernando. Y por cierto, nadie se explica por qué no se concedió una laureada colectiva a los compañeros del teniente Martín Cerezo. Pero los treinta y tres soldados y los dos frailes salieron de Baler. En Septiembre de 1899, llegaban a España. A la familia del capitán Enrique De Las Morenas se le concedió una pensión anual de cinco mil pesetas, válida para su viuda y para sus herederos. A los soldados – os lo podéis imaginar que… que no se les concedió lo mismo – sesenta pesetas de pensión. Algunos de ellos morirían años más tarde, bueno, tres de ellos murieron de forma inmediata, a consecuencia de la enfermedad, nada más llegar a España. Alguno de ellos moriría como mendigo en las calles de España. Tan sólo una docena llegaron a la guerra civil. Alguno de aquellos murió fusilado en la guerra civil. En cuanto al teniente Saturnino Martín Cerezo llegó a cargo, al rango de general. Pero en Filipinas, habían quedado más de cinco mil españoles. Cinco mil españoles considerados como desaparecidos en combate, dispersados por las selvas filipinas. ¿Qué habría sido de ellos? Vamos a contar brevemente la historia de alguno de ellos.

Aquí tenemos a uno de esos héroes. Se llamaba Mariano Mediano, el teniente Mariano Mediano, un aragonés corpulento, de un metro ochenta, pelirrojo, un hombre muy bien parecido. Se había curtido como carabinero en los pirineos aragoneses, y posteriormente había pasado al ejército. Con afán de gloria, con afán de ascenso, había llegado a las Filipinas. Y había luchado como… como soldado. Posteriormente pidió su ingreso en la guardia civil, y al frente de la guardia civil nativa, estuvo contra… bueno, contra los guerrilleros, contra los contrabandistas, hasta que finalmente se vio en la encerrona de Tayaba. Tayaba era una localidad, pues que cubría más ó menos el nudo, el nudo principal en las comunicaciones en la isla de Luzón. Con el inicio de las hostilidades, las guarniciones cercanas a Tayaba, se reagruparon en torno a esa localidad. Una localidad de unos veinte mil habitantes. Al frente de esa guarnición se encontraba el comandante Pacheco, y consiguió reunir unos cuatrocientos cincuenta efectivos. Unidades de toda índole, cazadores, y también guardia civil nativa. Cuatrocientos cincuenta hombres que pronto se vieron copados por unos quince mil efectivos de los tagalos, quince mil filipinos. La situación en Tayaba iba a ser dramática, por que los españoles no se rindieron. El doce de Junio quedaron copados y el veinticuatro, se produjeron los primeros combates. Los filipinos estaban muy bien preparados, muy bien pertrechados, tenían muchísima artillería. Los españoles también, pero con único problema, no tenían pólvora para los cañones. No pudieron disparar los cañones. Los combates fueron crueles, feroces. Fue un tipo de resistencia distinta a la de Baler. Los españoles tenían los Máuser, eso sí, y eran muy buenos tiradores. Los oficiales habían creado un anillo defensivo utilizando las mejores edificaciones de Tayaba. Ahí se encontraba el teniente Mariano Mediano, y estuvieron resistiendo toda la guerra. Los ataques eran incesantes, tremendos, feroces, crueles. La población de Tayaba había huido. Veinte mil… veinte mil filipinos habían huido en una sola noche, sólo habían quedado los cuatrocientos cincuenta españoles y algunas tropas auxiliares. Día tras día, las balas se cruzaron, y finalmente, el quince de Agosto de 1898, Tayaba se rendía. Los filipinos habían perdido mil quinientos hombres. Mil quinientos muertos en el contingente filipino. Los españoles, de los cuatrocientos cincuenta que eran, se entregaron ciento setenta y cinco soldados y veinte oficiales. Más de doscientos muertos habían tenido en aquellos días. Uno de los prisioneros era el teniente Mariano Mediano.

Y esta es la tragedia del ejército español. Yo os digo que más de cinco mil españoles quedaron en esa situación. Heridos, prisioneros, aislados, olvidados. España no se quiso hacer cargo de ellos. Se olvidó casi totalmente de ellos. Y quedaron recluidos en campos de concentración. Sirvieron como esclavos a los nuevos amos filipinos. Los hombres del comandante Pacheco intentaron escapar para advertir de lo que les había ocurrido, llegar a Manila, pero en Manila la situación no estaba para… para esos bollos. Las tentativas de escapada finalmente dieron con la captura de todos los evadidos, y fueron internados en cuevas miserables, en cuevas donde, cuando creía el río, ahogaba literalmente a los prisioneros. Curiosamente, el teniente Mariano Mediano se salvó, por su altura, un metro ochenta, inusual para la época, y gracias a eso, y gracias a que los compañeros se aferraban a él, se sujetaban a él, consiguieron salvar la vida en numerosas ocasiones. Él, en concreto estuvo ante un pelotón de fusilamiento en tres ocasiones. Había jurado no cortarse la barba hasta ser liberado, y su aspecto asemejaba al de un fraile, y los filipinos odiaban a los frailes, les echaban la culpa de todos los males que habían ocurrido en Filipinas. Fueron a fusilarlo, y él aseguró que no era un fraile, que era un soldado, que era un militar español. Los filipinos no le creyeron, y cuando estaban a punto de dar la orden de “fuego”, la suerte, la casualidad hizo que el teniente Mediano sacara su anillo de bodas, un anillo que había guardado hasta entonces para que no se lo robaran. Sacó el anillo y lo besó, elevando su último pensamiento a su mujer y a sus dos hijos. Los filipinos vieron el gesto, y conmovidos – vaya usted a saber por qué – le perdonaron la vida. Finalmente, los supervivientes de Tayaba fueron llevados a una localidad llamada Rosario. Y ahí estaban, en enero del año 1900. Ya habían pasado algunos meses después del fin de la guerra – fijaos que el acuerdo de París se firmó en 1898. Pues algunos consiguieron escapar de ese campo de concentración de… de Rosario, y advirtieron a un regimiento de voluntarios norteamericanos sobre la presencia de militares españoles en Rosario. Los norteamericanos, en guerra con los filipinos, no tenían como objetivo militar Rosario. Pero una treta de un español muy avispado, consiguió desorientar a los norteamericanos y provocó que éstos, al asalto de la caballería, liberaran Rosario. De esta manera, la caballería norteamericana, el treinta y ocho regimiento de voluntarios norteamericanos, liberaron un campo de concentración en el que estaban cientos de españoles. Así, la caballería siempre al ataque. Lo que no hicieron las autoridades españolas, para vergüenza nuestra, lo resolvieron al final, los que nos habían quitado las Filipinas.

Y así terminaba la historia de aquellos españoles. De miles de ellos no se volvió a saber, otros regresaron a casa, pero recibieron la vergüenza, la humillación de la derrota. Tan sólo Martín Cerezo y pocos más fueron recibidos en casa con honores. Miles de muertos en Cuba, miles de muertos en Filipinas, y todo perdido, y la grave crisis del noventa y ocho para España. Pero bien merecen unos minutos esos héroes de Baler, esos cazadores de Baler. Años más tarde, en esa misma zona, se rodaba una película. Esa película llevaba por título “Apocalypsis Now”. Los norteamericanos tuvieron su Vietnam, los rusos su Afganistán.