Tengo una niña, un hecho muy sorprendente para las personas que me conocen. Cuando era más joven, nunca quería tener hijos, ni siquiera quería casarme. Pero cuando conocí a mi esposo, decidí que quería casarme con él, y nos casamos. Y no sé por qué, tal vez por las hormonas, pero pocos meses después de la boda quise tener un hijo. Así que me quedé embarazada. Durante el embarazo estaba muy feliz. Nunca me sentí tan amada por mi esposo como cuando estuve embarazada.
Después del nacimiento de mi hija, todo cambió. Tenía expectativas acerca del parto y de los primeros meses. En primer lugar, me deprimí un poco porque no pude tener el parto natural que quería. Tuve una cesárea. Mi hija fue una niña prematura, y por alguna razón no pude amamantarla. Creo que la leche materna es muy importante para los bebés, así que decidí usar un sacaleches. Todo eso fue muy estresante, y además dormía muy poco por el hecho de tener un bebé que necesitaba tomar leche cada dos o tres horas.
Creo que nuestro matrimonio también cambió mucho. Los primeros meses fue estresante para los dos. A menudo era seca con él y no pasábamos mucho tiempo juntos. A veces teníamos opiniones opuestas acerca de la crianza de nuestra niña. Era difícil, y no lo había previsto en absoluto.
Tampoco pude anticipar el sentimiento de culpabilidad que tenía constantemente. Estuve con ella todo el tiempo hasta los 9 meses. La inscribí en una guardería, y me sentí muy culpable por ello. Sus llantos cuando la dejaba en la guardería me hacían sentir aún más culpable. También me sentía mal porque no quería estar con ella todo el tiempo. Me sentía culpable porque quería hacer cosas sin ella. No quería convertirme en una ama de casa (aunque las admiro por todo su esfuerzo).
Ahora, me he acostumbrado a tener una hija. Tiene 4 años y es más independiente. Me siento capaz de cuidarla, de no ignorar a mi esposo y de cuidarme yo también.