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Historias de nuestra Historia (España), Arthur Conan Doyle

Sabido es que Arthur Conan Doyle abrazó el espiritismo ya en tiempos casi juveniles, dicen que con tan sólo veintidós años participó en su primera sesión espírita. Ese espíritu lo mantuvo durante muchos años, y finalmente, en 1916, declaraba a la revista “Life” que él era espiritista, que abandonaba las prácticas católicas para adentrarse con decisión en el mundo de los espíritus, creía firmemente en ese mundo espiritual. Participó en sociedades científicas británicas muy en boga en aquellos tiempos decimonónicos a caballo entre el siglo XIX y el siglo XX, y desde luego, los espíritus era su auténtica, su real, su acreditada religión. De hecho, cuando falleció, el siete de Julio de 1930, tras setenta y un años de… de asombrosa aventura, ordenó… dejó escrito que en su lápida no figurase la fecha de esa muerte, la fecha del óbito, pues pensaba que la muerte no existía, sólo figuraba en esa lápida esto: “aquí yace Arthur Conan Doyle, nacido el veintidós de Mayo de 1859”.

Y para finalizar ese epitafio, puso una fase rotunda… rotunda que… que… que definía su… su gran biografía: “temple de acero, rectitud de espada”.

En su autobiografía, la verdad es que el propio Arthur Conan Doyle llegó a escribir, que harían falta varios tomos para poder contar con detalle su asombrosa aventura en la vida, y a fe que no faltaron acontecimientos, a fe que no… que no faltaron circunstancias, para dar razón a ese escrito, a esa… a esa afirmación. Arthur Conan Doyle nació en Edimburgo, Escocia, ese veintidós de Mayo de 1859, eran tiempos victorianos, tiempos de conquista, tiempos imperiales, ese imperio en el que él tanto creyó, al igual que otros autores coetáneos suyos como Rudyard Kipling, lo cierto es que Arthur Conan Doyle siempre se distinguió por esa defensa enconada, esa defensa encendida del imperio británico, el gran emanador de cultura, el gran emanador de civilización desde la metrópoli londinense, una especie de nueva Roma, de nuevo imperio romano, pero trasladado a los tiempos de la reina Victoria.

Y vino al mundo en el seno de una familia acomodada, una familia de artistas, de… de burgueses. En ese clan, todos habían prosperado, menos el padre, Charles Doyle. Charles Doyle era un hombre… pues amenazado por la depresión, imbuido en un alcoholismo frenético, y de hecho, acabó sus días en un asilo, recogido – intentó escapar en varias ocasiones – pero desde luego podemos decir que era… la oveja negra de la familia. A él siempre le fue mal, siempre le fue mal. Y su mujer, Mary Foley, apenas podía seguir los dictados, los desaires, los devenires de… de su marido. Pero bueno, la prole intentó crecer, y sobre todo, con el mecenazgo de algunos personajes fundamentales para los primeros años de Arthur Conan Doyle. Su segundo nombre era Ignatius, y el Conan lo adquirió de un tío abuelo suyo llamado Michael Conan, y dicen que fue uno de los que facilitó que el pequeño Arthur estudiase medicina, aunque otras fuentes nos hablan de Bryan Waller. Bryan Waller podía ser un amante – era médico amigo de la familia – pero dicen que era amante de Mary Foley, y que Bryan fue el máximo inspirador para que Arthur entrara en la facultad de medicina de Edimburgo, muy próxima a la casa natal de los Doyle. Lo cierto es que, si fue Bryan ó si fue el tiíto Michael Conan, no lo sabemos, pero sí que podemos contar que Arthur muy pronto recibió una educación, una estricta educación espartana. Con tan sólo once años, ingresó en un colegio de jesuitas – la familia era católica – y ahí empezó a instruirse y a aprender idiomas como el francés y el alemán – muy versado en esas lenguas – que le vendrían muy bien para sus futuros viajes.

En 1876, justo cuando un tal George Armstrong Custer moría en Little Bighorn, allá en los lejanos Estados Unidos de América, víctima de “Caballo Loco” y sus guerreros, pues en ese año de 1876, cien años fundada la nación norteamericana, y Arthur Conan Doyle ingresaba en la facultad de medicina de Edimburgo. Y ahí iba a cursar durante cuatro años esta carrera que le acompañaría buena parte de su vida, y que dio sentido, seguramente a su vocación literaria como luego os explicaremos. En esa facultad, había ímprobos estudiantes y grandes magisters, grandes educantes. Uno de ellos se llamaba Joseph Bell.

Cuentan que el doctor Bell intentaba inculcar en sus alumnos, pues el método deductivo, que no se fiasen de la primera apariencia, que no se… no se dejasen llevar nunca por un primer diagnóstico, que escrutasen al enfermo, al paciente, y que supiesen leer entre líneas – que seguramente gracias a ese método deductivo llegaría la solución para múltiples enfermedades. Arthur Conan Doyle tomó muy buena nota de estas instrucciones de su querido doctor Bell, y dicen, que el propio doctor Bell fue la figura inspiradora para la creación de Sherlock Holmes, un hombre que también se basaba en el método deductivo, era un detective extraordinario, pero que sin duda alguna, esas apreciaciones, a veces subyacentes, a veces un poco… desapercibidas, eran las que luego daban sentido al gran caso, y que acababan siempre en una resolución feliz para este brillante detective fruto de la imaginación de Arthur Conan Doyle.

En 1880 terminó la carrera, y como era un hombre de mente inquieta, un hombre de alma aventurera, se embarcó – y eso sí, se embarcó en… en diferentes navíos, uno de ellos, un ballenero Groenlandés – y… y con ellos, en calidad de médico, viajó al Ártico. También en otro barco fue a las latitudes africanas, donde estuvo a punto de fallecer víctima de un naufragio. Un hombre siempre sometido a los avatares de la historia, y siempre con suerte – decían que tenía baraca, que tenía la facultad de escapar de los más difíciles peligros – pero embarcado como médico, estuvo un tiempo, unos años, finalmente se cansó de tanto trasiego marinero, y decidió establecerse en su Reino Unido, en su querido Reino Unido.

En Southsea, montó una consulta, una consulta que a decir verdad, no le fue nada bien. Los pacientes no abundaban, no se fiaban de aquel joven, pero comprometido galeno, y no visitaban esa consulta. En los tiempos perdidos, en los que el joven doctor Conan Doyle intentaba pues… pescar algún paciente, pues en esos tiempos perdidos, esos tiempos de asueto, de ocio, empezó a… a crear, empezó a imaginar, y sobre todo empezó a sospechar que la literatura – su auténtica vocación, junto a la medicina – le podría proporcionar algunos beneficios.

Y surgieron las primeras obras, que, bien es cierto, no fueron de hondo calado entre la crítica y el público. Apenas se vendieron. Lo que sí llegó en este tiempo fue su boda, su primera boda con Mary Louise Hawkins, con la que tuvo dos hijos. Un matrimonio feliz, siempre unido, a pesar – eso sí – de la tuberculosis que contrajo Mary Louise, nada más casarse con Arthur.

Arthur fue fiel durante unos años a Mary Louise, y a pesar del amor que tuvo años después con Jean Leckie, pues no quiso, no quiso dejar abandonada a su mujer enferma, y siempre estuvo a los pies de su cama, siempre la estuvo cuidando, siempre la estuvo llevando, pues a clínicas, a sanatorios, incluso en… en Suiza, donde por cierto Arthur Conan Doyle se consagró como uno de los introductores del esquí, hasta entonces, hasta finales del siglo XIX, el esquí estaba mal visto. Él lo había… había comprobado cómo se practicaba en Noruega, y quiso llevar esa afición a las tablas, esa cuestión de deslizarse por la nieve, a pesar de… de… bueno, lo rudimentario entonces de… de la práctica del esquí, pero él quiso llevar ese esquí a… a Suiza, y aquí lanzó uno de sus célebres vaticinios, dijo Arthur Conan Doyle, cuando era apenas el único esquiador que se deslizaba por las... lomas, por los montes suizos, dijo: “algún día, algún día, cientos de ingleses vendrán a esquiar a Suiza”.

Ya veis que este pronóstico se cumplió con escrupulosa exactitud, y hoy en día, pues Suiza goza de gran prestigio en cuanto al esquí, y con muchos campeones, bueno, pues el primero de esos campeones fue Arthur Conan Doyle allá en esos tiempos, llevando a su mujer a intentar curarla de la tuberculosis en Suiza.

Pero retomando nuestra historia, diremos que, en este tiempo de 1885, Sherlock Holmes empieza ya a crecer en la imaginación de Arthur Conan Doyle. Un detective con su capa, su gorro característico, su inteligencia, su brillantez, una lucidez extrema para lograr resolver los casos más inauditos, más insospechados. En 1887, llega la primera aparición de Sherlock Holmes en una obra literaria, es “Estudio en Escarlata”. Hay una curiosidad sobre los derechos de autor, y es que Conan Doyle vendió los derechos de autor a la editorial por tan sólo veinticinco libras esterlinas, veinticinco libras, a trabajo terminado, y que se olvidase de cobrar derechos de autor alguno. Bueno, pues, un grave error del autor Nóbel, pero que en ese tiempo era lo que había, las editoriales – bueno, en ese tiempo y ahora – las editoriales son lo que son, y… y Arthur Conan Doyle tuvo que firmar un contrato leonino, en el que sólo recibió veinticinco libras, y a olvidarse de ese “Estudio en Escarlata”. Este acometido le dio pingües beneficios a la editorial. Había comenzado la vida… la vida de Sherlock Holmes, acompañado del militar, el doctor Watson. Siempre Watson, un hombre bueno, un hombre con preguntas siempre sugerentes que provocaban que se encendiera la bombilla en la mente de Sherlock Holmes, una pareja indiscutible, un binomio que triunfó en la literatura universal desde entonces. También debemos comentar que Sherlock Holmes no fue del agrado de su autor, y que intentó acabar con él, intentó matarle, nada más empezar la saga. Llegaron obras de reconocido prestigio ya en tiempos, por ejemplo, pues ese escándalo en bohemia “Las aventuras de Sherlock Holmes” que fue el gran pelotazo, fue el gran éxito editorial, pero cuando llegó el problema final… obra… cuarta obra en la que ya Sherlock Holmes moría, víctima del archicriminal, el terrible profesor Moriarty, pues aquí decidió Arthur Conan Doyle acabar con Sherlock Holmes, sin presumir – aquí no supo intuir el gran éxito que se avecinaba, hasta entonces lo había tenido, pero lo que estaba por llegar era colosal, era tremendo – bueno, pues acabó con él. ¿Y qué… y qué ocurrió? Pues que para pasmo de Arthur Conan Doyle, éste comprobó cómo en muchas calles de las ciudades británicas, los jóvenes, los lectores que ya tenía Sherlock Holmes, incorporaron crespones negros en sus sombreros, en sus ojales, en sus chaquetas, y esto conmovió a Arthur Conan Doyle, no daba crédito a lo que estaba ocurriendo, miles de británicos, pues… sufriendo con dolor la muerte de Sherlock Holmes, una demostración sobre ya lo que había calado la obra de Arthur Conan Doyle.

Aunque la verdadera pasión literaria de… del célebre autor escocés fue sin duda la novela histórica – él quiso triunfar en novela histórica – y a fe que… que lo intentó, bueno, pues… “Sir Nigel y la Compañía Blanca” es uno de esos ejemplos, una excelente novela histórica. Pero la gente, el público, lo que quería era más, más y más sobre Sherlock Holmes. Tardó ocho años en retomar la historia del detective, y seguramente la retomó a instancias de su madre – las madres siempre son decisivas en todas estas cuestiones – y su madre dijo: “querido Arthur, debes… debes hacer… revivir… debes resucitar… a Sherlock Holmes”.

Y ya lo creo que le hizo resucitar, y en una obra, además, que últimamente ha recibido pues… mucho debate, por que me refiero a “El Sabueso de los Baskerville”. Aquí aparece Sherlock Holmes de nuevo, con total intensidad. Ya sabéis que hay mucha polémica sobre esta obra, sobre todo, después de los últimos años, se dice incluso que Arthur Conan Doyle plagió el texto de un amigo suyo que falleció, incluso tuvo la osadía de dedicarle el libro, y bueno, esto está sin confirmar, está sin constatar, pero bueno, es que la vida de Arthur Conan Doyle da para mucho, le acusaron de plagio, pero también de… de asesino, de su amigo. Ahora también se está comentando que pudo haber participado en la propia muerte del mago Houdini. Eso se está diciendo estos días. Bueno, que sea como fuere, nosotros vamos siempre a interesarnos por la actividad literaria y humana de Arthur Conan Doyle, por eso, volvemos a las trincheras, y es que Conan Doyle era un convencido del imperio británico, ya hemos comentado que otros como él, en el caso de Rudyard Kipling, así lo atestiguaron, estaban muy, muy, muy fascinados por el flujo del imperio británico, y desde luego que Arthur Conan Doyle quiso dar fe de ese entusiasmo, pues participando en las diferentes campañas que los ejércitos británicos, los ejércitos de su graciosa majestad emprendían allá por, donde se dieran cita. Por ejemplo, escribió ensayos, enzarzando las virtudes del soldado británico, pues como hizo el propio Kipling, hablando de los ambientes militares en la India, en este caso, Conan Doyle lo hizo con las campañas británicas en el Sudán, en el Sudán británico, y también, por supuesto, en la guerra en la que él estuvo como médico, como médico en campaña. “La guerra de los Bóers” y “La guerra de Sudáfrica” serían dos ensayos que le valieron nada más y nada menos que su nombramiento como “Sir”, como lord del imperio británico, no por Sherlock Holmes, sino por haber apoyado al imperio en momentos difíciles – ya sabéis que en aquel tiempo, los ejércitos de su graciosa majestad no gozaban de mucha fama, los desastres en Isandhlwana a manos de los zulúes, y por supuesto, la creación de campos de concentración para albergar bóers – los descendientes de los holandeses en Sudáfrica. No había buena prensa para estos ejércitos, y autores como Conan Doyle sirvieron para aplacar un poco la ira de la crítica, así que estas dos obras, estos dos ensayos, entonces, considerados valiosos, pues sirvieron para que Arthur Conan Doyle ya fuera “Sir”, Sir Arthur Conan Doyle, 1902. Por cierto, su madre también intervino, por que él no quería asumir el título, no quería recoger ese honor, y la madre le animó, diciéndole que era más que necesario y que sería muy positivo para el imperio británico que alguien como él fuese “Sir”. Una vez las madres. ¡Ay, las queridas madres cómo… cómo intervienen! Arthur Conan Doyle ya estaba… pues henchido de… de orgullo por haber servido a su país, y también en su cuenta corriente gozaba de una salud espectacular. Desde 1891 había abandonado la consulta, ya no se dedicaba oficialmente a la medicina, como vemos, ya se ocupó luego en cuestiones… en campañas militares, pero ya… su consulta ya… ya quedó atrás, ya quedó relegada, y se dedicó a otras cosas, por ejemplo, el espiritismo.

Desde los veintidós años participaba de forma frecuente en esos rituales… espíritas, en esas mesas, en esos veladores. En aquel tiempo, las hermanas Fox habían dado paso a esa corriente espírita, si bien es cierto que en 1888, justo el año en el que actuaba un tal Jack el Destripador en Whitechapel, en Londres, pues justo en ese año, una de las hermanas Fox admitió que… bueno, pues aquellos raps, aquellos sonidos – “toc, toc” ¿os acordáis? – pues eran producidos por los dedos de sus pies, esos chasquidos, esos raps eran un fraude. Arthur Conan Doyle dijo: “no creeré nada de lo que digan”. Estaba realmente interesado en el espiritismo, y por mucho fraude que presentasen las hermanas Fox, él no estaba dispuesto a doblegarse.

Estalló la Primera Guerra Mundial, y él quiso participar como médico, incluso intuyó cosas que iban a suceder, por ejemplo, la guerra submarina. Nadie le hizo caso, salvo un tal Winston Churchill. Winston Churchill era otro tipo intuitivo, ¿verdad? También premio Nóbel como Rudyard Kipling, y bueno, la verdad es que él se fió, ó por lo menos tuvo en cuenta las afirmaciones de Conan Doyle, no como otros lores del almirantazgo que pensaban que era simplemente un… pues un visionario, un loco que afirmaba cosas sin sentido. Pues razón no le faltaba al decir que la guerra submarina sería el peligro más real para el imperio, en aquella guerra tremenda que debería acabar con todas. Miles, centenares de miles, millones de soldados acabaron muertos en las trincheras, una guerra devastadora, cruel, absurda. Y los hijos de Conan Doyle también participaron en aquel conflicto. Con Mary Louise había tenido dos, y tras al fallecimiento de ésta – ya había casado con… con… su mujer, con su amante hasta entonces, ahora su segunda esposa, Jean Leckie – y con ella tuvo otros tres, pero uno de los hijos de Arthur Conan Doyle murió en las trincheras, murió en ese conflicto, en la Primera Guerra Mundial. Fue en 1918, justo el año en que terminó esa guerra. Dos años antes, Arthur Conan Doyle había afirmado en la revista… en la revista “Life” que él era un… fanático defensor de… de la práctica espírita, que había abandonado el catolicismo para convertirse al espiritismo. Y dio pábulo a historias que denostaron su imagen, desde luego, y nos acordamos, lo acontecido precisamente en medio de la… de la guerra mundial, donde los británicos necesitaban historias emocionantes, historias bellas, que les… que les hiciesen olvidar los rigores de la guerra y tantos miles de jóvenes británicos que estaban muriendo en el frente. Bueno, pues aquí llegó la historia de las hadas, unas jóvenes afirmaron haber fotografiado hadas, cinco imágenes, se nos presentaban esas hadas, esos seres féricos, en situaciones ensoñadoras. Y Arthur Conan Doyle dio pábulo, dio sentido a esa historia, se aferró, quiso aferrarse a esa historia de las hadas de Cottingley. Y publicó un libro, un libro que posteriormente, pues se volvería en su contra, al comprobarse que esto fue un simple fraude, fue un montaje en el que cayó Arthur Conan Doyle como en tantos casos. Arthur Conan Doyle como estaba tan convencido, estaba tan creído de… de… de este mundo espiritual, este mundo paranormal, pues cayó con demasiada frecuencia en estos errores, en estos fraudes… bueno, una situación rara. Harry Price, que fue uno de los desmontadores oficiales de estos asuntos paranormales, llegó a decir, tras una conversación con Arthur Conan Doyle: “es un genio inmenso, es un talento inabordable, pero tiene corazón de niño”.

Arthur Conan Doyle llegó a presidir incluso un congreso espírita en… en París, a tal punto llegaba su… su fe en estas cuestiones, en estos asuntos, y mientras tanto, seguían llegando relatos de Sherlock Holmes, hasta más de sesenta, sesenta y ocho, sesenta y ocho narraciones donde se recogían las aventuras de Sherlock Holmes.

El autor escocés era también un gran seguidor de Edgar Allan Poe, cómo no, cómo no, igual que Julio Verne – ¿os acordáis cuando hablábamos de Julio Verne, que éste quiso… pues rendir homenaje al… al autor norteamericano Edgar Allan Poe, que tan joven murió, con cuarenta años tan sólo, pero quiso rendir homenaje con una suerte de relatos viajeros llamados “Viajes Extraordinarios”, pues emulando a sus narraciones extraordinarias – bueno, pues yo creo que Arthur Conan Doyle también quiso rendir homenaje a Edgar Allan Poe en su Sherlock Holmes. Edgar Allan Poe era el gran maestro del terror y del misterio, pero Arthur Conan Doyle para diferenciarse, lo que hizo fue hablar de detectives, novela detectivesca, novela policíaca, el gran detective, el gran indagador, el gran escrutador de se… de seres humanos, de almas, Sherlock Holmes. En sesenta y ocho aventuras fascinó a propios y a ajenos, fue algo tremendo, algo que… bueno… que dio mucho placer, mucha gloria al Reino Unido. Pero llegaron otros personajes de su puño, por ejemplo, el tremendo, el excéntrico Profesor Challenger - ¿os acordáis de “Mundo Perdido”?, la primera gran novela sobre dinosaurios, esa llanura en Sudamérica llena de… de bestias prehistóricas, de mastodontes pretéritos de otros tiempos que habían sobrevivido al paso de los siglos, y que ahora el Profesor Challenger, con un grupo de acompañantes maravilloso, pues… daba sentido y descubrimiento. El Profesor Challenger también hizo de… de las suyas – bueno, los ensayos, las poesías, las novelas históricas, una colección de tomos dedicados a… a la actuación británica en la Primera Guerra Mundial, la verdad es que de todo hubo, una propia autobiografía y muchas… muchas sensaciones albergadas en su mente, su mente inquieta, su mente abierta a todo, el hombre que quiso saberlo todo, un hombre sin duda alguna renacentista. Experto en el esquí, marinero, soldado, médico, escritor, y ante todo, un talento vivo, ingenioso. Falleció el siete de Julio de 1930 con setenta y un años de edad víctima de un infarto, un infarto al corazón. Era un corazón demasiado grande y no pudo sobrevivir a tantas emociones acumuladas durante tantos años, Sir Arthur Conan Doyle, y como digo, en su lápida, ese lema se nos antoja más que apropiado: “Temple de acero, rectitud de espada”. El conservador, el genial, el brillante, el deductivo Sir Arthur Ignatius Conan Doyle. Una de nuestras referencias literarias más claras, y desde luego, marcó la pauta a seguir para otros como él que retomaron las actividades de Sherlock Holmes en nombre de otros… otros personajes, otras creaciones, pero con ese estilo inconfundible que se vio reflejado en tantos escritos.

Hoy le rendimos homenaje en nuestros pasajes de la historia a Arthur Conan Doyle.

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Sabido es que Arthur Conan Doyle abrazó el espiritismo ya en tiempos casi juveniles, dicen que con tan sólo veintidós años participó en su primera sesión espírita. Ese espíritu lo mantuvo durante muchos años, y finalmente, en 1916, declaraba a la revista “Life” que él era espiritista, que abandonaba las prácticas católicas para adentrarse con decisión en el mundo de los espíritus, creía firmemente en ese mundo espiritual. Participó en sociedades científicas británicas muy en boga en aquellos tiempos decimonónicos a caballo entre el siglo XIX y el siglo XX, y desde luego, los espíritus era su auténtica, su real, su acreditada religión. De hecho, cuando falleció, el siete de Julio de 1930, tras setenta y un años de… de asombrosa aventura, ordenó… dejó escrito que en su lápida no figurase la fecha de esa muerte, la fecha del óbito, pues pensaba que la muerte no existía, sólo figuraba en esa lápida esto: “aquí yace Arthur Conan Doyle, nacido el veintidós de Mayo de 1859”.

 

Y para finalizar ese epitafio, puso una fase rotunda… rotunda que… que… que definía su… su gran biografía: “temple de acero, rectitud de espada”.

 

En su autobiografía, la verdad es que el propio Arthur Conan Doyle llegó a escribir, que harían falta varios tomos para poder contar con detalle su asombrosa aventura en la vida, y a fe que no faltaron acontecimientos, a fe que no… que no faltaron circunstancias, para dar razón a ese escrito, a esa… a esa afirmación. Arthur Conan Doyle nació en Edimburgo, Escocia, ese veintidós de Mayo de 1859, eran tiempos victorianos, tiempos de conquista, tiempos imperiales, ese imperio en el que él tanto creyó, al igual que otros autores coetáneos suyos como Rudyard Kipling, lo cierto es que Arthur Conan Doyle siempre se distinguió por esa defensa enconada, esa defensa encendida del imperio británico, el gran emanador de cultura, el gran emanador de civilización desde la metrópoli londinense, una especie de nueva Roma, de nuevo imperio romano, pero trasladado a los tiempos de la reina Victoria.

 

Y vino al mundo en el seno de una familia acomodada, una familia de artistas, de… de burgueses. En ese clan, todos habían prosperado, menos el padre, Charles Doyle. Charles Doyle era un hombre… pues amenazado por la depresión, imbuido en un alcoholismo frenético, y de hecho, acabó sus días en un asilo, recogido – intentó escapar en varias ocasiones – pero desde luego podemos decir que era… la oveja negra de la familia. A él siempre le fue mal, siempre le fue mal. Y su mujer, Mary Foley, apenas podía seguir los dictados, los desaires, los devenires de… de su marido. Pero bueno, la prole intentó crecer, y sobre todo, con el mecenazgo de algunos personajes fundamentales para los primeros años de Arthur Conan Doyle. Su segundo nombre era Ignatius, y el Conan lo adquirió de un tío abuelo suyo llamado Michael Conan, y dicen que fue uno de los que facilitó que el pequeño Arthur estudiase medicina, aunque otras fuentes nos hablan de Bryan Waller. Bryan Waller podía ser un amante – era médico amigo de la familia – pero dicen que era amante de Mary Foley, y que Bryan fue el máximo inspirador para que Arthur entrara en la facultad de medicina de Edimburgo, muy próxima a la casa natal de los Doyle. Lo cierto es que, si fue Bryan ó si fue el tiíto Michael Conan, no lo sabemos, pero sí que podemos contar que Arthur muy pronto recibió una educación, una estricta educación espartana. Con tan sólo once años, ingresó en un colegio de jesuitas – la familia era católica – y ahí empezó a instruirse y a aprender idiomas como el francés y el alemán – muy versado en esas lenguas – que le vendrían muy bien para sus futuros viajes.

 

En 1876, justo cuando un tal George Armstrong Custer moría en Little Bighorn, allá en los lejanos Estados Unidos de América, víctima de “Caballo Loco” y sus guerreros, pues en ese año de 1876, cien años fundada la nación norteamericana, y Arthur Conan Doyle ingresaba en la facultad de medicina de Edimburgo. Y ahí iba a cursar durante cuatro años esta carrera que le acompañaría buena parte de su vida, y que dio sentido, seguramente a su vocación literaria como luego os explicaremos. En esa facultad, había ímprobos estudiantes y grandes magisters, grandes educantes. Uno de ellos se llamaba Joseph Bell.

 

Cuentan que el doctor Bell intentaba inculcar en sus alumnos, pues el método deductivo, que no se fiasen de la primera apariencia, que no se… no se dejasen llevar nunca por un primer diagnóstico, que escrutasen al enfermo, al paciente, y que supiesen leer entre líneas – que seguramente gracias a ese método deductivo llegaría la solución para múltiples enfermedades. Arthur Conan Doyle tomó muy buena nota de estas instrucciones de su querido doctor Bell, y dicen, que el propio doctor Bell fue la figura inspiradora para la creación de Sherlock Holmes, un hombre que también se basaba en el método deductivo, era un detective extraordinario, pero que sin duda alguna, esas apreciaciones, a veces subyacentes, a veces un poco… desapercibidas, eran las que luego daban sentido al gran caso, y que acababan siempre en una resolución feliz para este brillante detective fruto de la imaginación de Arthur Conan Doyle.

 

En 1880 terminó la carrera, y como era un hombre de mente inquieta, un hombre de alma aventurera, se embarcó – y eso sí, se embarcó en… en diferentes navíos, uno de ellos, un ballenero Groenlandés – y… y con ellos, en calidad de médico, viajó al Ártico. También en otro barco fue a las latitudes africanas, donde estuvo a punto de fallecer víctima de un naufragio. Un hombre siempre sometido a los avatares de la historia, y siempre con suerte – decían que tenía baraca, que tenía la facultad de escapar de los más difíciles peligros – pero embarcado como médico, estuvo un tiempo, unos años, finalmente se cansó de tanto trasiego marinero, y decidió establecerse en su Reino Unido, en su querido Reino Unido.

 

En Southsea, montó una consulta, una consulta que a decir verdad, no le fue nada bien. Los pacientes no abundaban, no se fiaban de aquel joven, pero comprometido galeno, y no visitaban esa consulta. En los tiempos perdidos, en los que el joven doctor Conan Doyle intentaba pues… pescar algún paciente, pues en esos tiempos perdidos, esos tiempos de asueto, de ocio, empezó a… a crear, empezó a imaginar, y sobre todo empezó a sospechar que la literatura – su auténtica vocación, junto a la medicina – le podría proporcionar algunos beneficios.

 

Y surgieron las primeras obras, que, bien es cierto, no fueron de hondo calado entre la crítica y el público. Apenas se vendieron. Lo que sí llegó en este tiempo fue su boda, su primera boda con Mary Louise Hawkins, con la que tuvo dos hijos. Un matrimonio feliz, siempre unido, a pesar – eso sí – de la tuberculosis que contrajo Mary Louise, nada más casarse con Arthur.

 

Arthur fue fiel durante unos años a Mary Louise, y a pesar del amor que tuvo años después con Jean Leckie, pues no quiso, no quiso dejar abandonada a su mujer enferma, y siempre estuvo a los pies de su cama, siempre la estuvo cuidando, siempre la estuvo llevando, pues a clínicas, a sanatorios, incluso en… en Suiza, donde por cierto Arthur Conan Doyle se consagró como uno de los introductores del esquí, hasta entonces, hasta finales del siglo XIX, el esquí estaba mal visto. Él lo había… había comprobado cómo se practicaba en Noruega, y quiso llevar esa afición a las tablas, esa cuestión de deslizarse por la nieve, a pesar de… de… bueno, lo rudimentario entonces de… de la práctica del esquí, pero él quiso llevar ese esquí a… a Suiza, y aquí lanzó uno de sus célebres vaticinios, dijo Arthur Conan Doyle, cuando era apenas el único esquiador que se deslizaba por las... lomas, por los montes suizos, dijo: “algún día, algún día, cientos de ingleses vendrán a esquiar a Suiza”.

 

Ya veis que este pronóstico se cumplió con escrupulosa exactitud, y hoy en día, pues Suiza goza de gran prestigio en cuanto al esquí, y con muchos campeones, bueno, pues el primero de esos campeones fue Arthur Conan Doyle allá en esos tiempos, llevando a su mujer a intentar curarla de la tuberculosis en Suiza.

 

Pero retomando nuestra historia, diremos que, en este tiempo de 1885, Sherlock Holmes empieza ya a crecer en la imaginación de Arthur Conan Doyle. Un detective con su capa, su gorro característico, su inteligencia, su brillantez, una lucidez extrema para lograr resolver los casos más inauditos, más insospechados. En 1887, llega la primera aparición de Sherlock Holmes en una obra literaria, es “Estudio en Escarlata”. Hay una curiosidad sobre los derechos de autor, y es que Conan Doyle vendió los derechos de autor a la editorial por tan sólo veinticinco libras esterlinas, veinticinco libras, a trabajo terminado, y que se olvidase de cobrar derechos de autor alguno. Bueno, pues, un grave error del autor Nóbel, pero que en ese tiempo era lo que había, las editoriales – bueno, en ese tiempo y ahora – las editoriales son lo que son, y… y Arthur Conan Doyle tuvo que firmar un contrato leonino, en el que sólo recibió veinticinco libras, y a olvidarse de ese “Estudio en Escarlata”. Este acometido le dio pingües beneficios a la editorial. Había comenzado la vida… la vida de Sherlock Holmes, acompañado del militar, el doctor Watson. Siempre Watson, un hombre bueno, un hombre con preguntas siempre sugerentes que provocaban que se encendiera la bombilla en la mente de Sherlock Holmes, una pareja indiscutible, un binomio que triunfó en la literatura universal desde entonces. También debemos comentar que Sherlock Holmes no fue del agrado de su autor, y que intentó acabar con él, intentó matarle, nada más empezar la saga. Llegaron obras de reconocido prestigio ya en tiempos, por ejemplo, pues ese escándalo en bohemia “Las aventuras de Sherlock Holmes” que fue el gran pelotazo, fue el gran éxito editorial, pero cuando llegó el problema final… obra… cuarta obra en la que ya Sherlock Holmes moría, víctima del archicriminal, el terrible profesor Moriarty, pues aquí decidió Arthur Conan Doyle acabar con Sherlock Holmes, sin presumir – aquí no supo intuir el gran éxito que se avecinaba, hasta entonces lo había tenido, pero lo que estaba por llegar era colosal, era tremendo – bueno, pues acabó con él. ¿Y qué… y qué ocurrió? Pues que para pasmo de Arthur Conan Doyle, éste comprobó cómo en muchas calles de las ciudades británicas, los jóvenes, los lectores que ya tenía Sherlock Holmes, incorporaron crespones negros en sus sombreros, en sus ojales, en sus chaquetas, y esto conmovió a Arthur Conan Doyle, no daba crédito a lo que estaba ocurriendo, miles de británicos, pues… sufriendo con dolor la muerte de Sherlock Holmes, una demostración sobre ya lo que había calado la obra de Arthur Conan Doyle.

 

Aunque la verdadera pasión literaria de… del célebre autor escocés fue sin duda la novela histórica – él quiso triunfar en novela histórica – y a fe que… que lo intentó, bueno, pues… “Sir Nigel y la Compañía Blanca” es uno de esos ejemplos, una excelente novela histórica. Pero la gente, el público, lo que quería era más, más y más sobre Sherlock Holmes. Tardó ocho años en retomar la historia del detective, y seguramente la retomó a instancias de su madre – las madres siempre son decisivas en todas estas cuestiones – y su madre dijo: “querido Arthur, debes… debes hacer… revivir… debes resucitar… a Sherlock Holmes”.

 

Y ya lo creo que le hizo resucitar, y en una obra, además, que últimamente ha recibido pues… mucho debate, por que me refiero a “El Sabueso de los Baskerville”. Aquí aparece Sherlock Holmes de nuevo, con total intensidad. Ya sabéis que hay mucha polémica sobre esta obra, sobre todo, después de los últimos años, se dice incluso que Arthur Conan Doyle plagió el texto de un amigo suyo que falleció, incluso tuvo la osadía de dedicarle el libro, y bueno, esto está sin confirmar, está sin constatar, pero bueno, es que la vida de Arthur Conan Doyle da para mucho, le acusaron de plagio, pero también de… de asesino, de su amigo. Ahora también se está comentando que pudo haber participado en la propia muerte del mago Houdini. Eso se está diciendo estos días. Bueno, que sea como fuere, nosotros vamos siempre a interesarnos por la actividad literaria y humana de Arthur Conan Doyle, por eso, volvemos a las trincheras, y es que Conan Doyle era un convencido del imperio británico, ya hemos comentado que otros como él, en el caso de Rudyard Kipling, así lo atestiguaron, estaban muy, muy, muy fascinados por el flujo del imperio británico, y desde luego que Arthur Conan Doyle quiso dar fe de ese entusiasmo, pues participando en las diferentes campañas que los ejércitos británicos, los ejércitos de su graciosa majestad emprendían allá por, donde se dieran cita. Por ejemplo, escribió ensayos, enzarzando las virtudes del soldado británico, pues como hizo el propio Kipling, hablando de los ambientes militares en la India, en este caso, Conan Doyle lo hizo con las campañas británicas en el Sudán, en el Sudán británico, y también, por supuesto, en la guerra en la que él estuvo como médico, como médico en campaña. “La guerra de los Bóers” y “La guerra de Sudáfrica” serían dos ensayos que le valieron nada más y nada menos que su nombramiento como “Sir”, como lord del imperio británico, no por Sherlock Holmes, sino por haber apoyado al imperio en momentos difíciles – ya sabéis que en aquel tiempo, los ejércitos de su graciosa majestad no gozaban de mucha fama, los desastres en Isandhlwana a manos de los zulúes, y por supuesto, la creación de campos de concentración para albergar bóers – los descendientes de los holandeses en Sudáfrica. No había buena prensa para estos ejércitos, y autores como Conan Doyle sirvieron para aplacar un poco la ira de la crítica, así que estas dos obras, estos dos ensayos, entonces, considerados valiosos, pues sirvieron para que Arthur Conan Doyle ya fuera “Sir”, Sir Arthur Conan Doyle, 1902. Por cierto, su madre también intervino, por que él no quería asumir el título, no quería recoger ese honor, y la madre le animó, diciéndole que era más que necesario y que sería muy positivo para el imperio británico que alguien como él fuese “Sir”. Una vez las madres. ¡Ay, las queridas madres cómo… cómo intervienen! Arthur Conan Doyle ya estaba… pues henchido de… de orgullo por haber servido a su país, y también en su cuenta corriente gozaba de una salud espectacular. Desde 1891 había abandonado la consulta, ya no se dedicaba oficialmente a la medicina, como vemos, ya se ocupó luego en cuestiones… en campañas militares, pero ya… su consulta ya… ya quedó atrás, ya quedó relegada, y se dedicó a otras cosas, por ejemplo, el espiritismo.

 

Desde los veintidós años participaba de forma frecuente en esos rituales… espíritas, en esas mesas, en esos veladores. En aquel tiempo, las hermanas Fox habían dado paso a esa corriente espírita, si bien es cierto que en 1888, justo el año en el que actuaba un tal Jack el Destripador en Whitechapel, en Londres, pues justo en ese año, una de las hermanas Fox admitió que… bueno, pues aquellos raps, aquellos sonidos – “toc, toc” ¿os acordáis? – pues eran producidos por los dedos de sus pies, esos chasquidos, esos raps eran un fraude. Arthur Conan Doyle dijo: “no creeré nada de lo que digan”. Estaba realmente interesado en el espiritismo, y por mucho fraude que presentasen las hermanas Fox, él no estaba dispuesto a doblegarse.

 

Estalló la Primera Guerra Mundial, y él quiso participar como médico, incluso intuyó cosas que iban a suceder, por ejemplo, la guerra submarina. Nadie le hizo caso, salvo un tal Winston Churchill. Winston Churchill era otro tipo intuitivo, ¿verdad? También premio Nóbel como Rudyard Kipling, y bueno, la verdad es que él se fió, ó por lo menos tuvo en cuenta las afirmaciones de Conan Doyle, no como otros lores del almirantazgo que pensaban que era simplemente un… pues un visionario, un loco que afirmaba cosas sin sentido. Pues razón no le faltaba al decir que la guerra submarina sería el peligro más real para el imperio, en aquella guerra tremenda que debería acabar con todas. Miles, centenares de miles, millones de soldados acabaron muertos en las trincheras, una guerra devastadora, cruel, absurda. Y los hijos de Conan Doyle también participaron en aquel conflicto. Con Mary Louise había tenido dos, y tras al fallecimiento de ésta – ya había casado con… con… su mujer, con su amante hasta entonces, ahora su segunda esposa, Jean Leckie – y con ella tuvo otros tres, pero uno de los hijos de Arthur Conan Doyle murió en las trincheras, murió en ese conflicto, en la Primera Guerra Mundial. Fue en 1918, justo el año en que terminó esa guerra. Dos años antes, Arthur Conan Doyle había afirmado en la revista… en la revista “Life” que él era un… fanático defensor de… de la práctica espírita, que había abandonado el catolicismo para convertirse al espiritismo. Y dio pábulo a historias que denostaron su imagen, desde luego, y nos acordamos, lo acontecido precisamente en medio de la… de la guerra mundial, donde los británicos necesitaban historias emocionantes, historias bellas, que les… que les hiciesen olvidar los rigores de la guerra y tantos miles de jóvenes británicos que estaban muriendo en el frente. Bueno, pues aquí llegó la historia de las hadas, unas jóvenes afirmaron haber fotografiado hadas, cinco imágenes, se nos presentaban esas hadas, esos seres féricos, en situaciones ensoñadoras. Y Arthur Conan Doyle dio pábulo, dio sentido a esa historia, se aferró, quiso aferrarse a esa historia de las hadas de Cottingley. Y publicó un libro, un libro que posteriormente, pues se volvería en su contra, al comprobarse que esto fue un simple fraude, fue un montaje en el que cayó Arthur Conan Doyle como en tantos casos. Arthur Conan Doyle como estaba tan convencido, estaba tan creído de… de… de este mundo espiritual, este mundo paranormal, pues cayó con demasiada frecuencia en estos errores, en estos fraudes… bueno, una situación rara. Harry Price, que fue uno de los desmontadores oficiales de estos asuntos paranormales, llegó a decir, tras una conversación con Arthur Conan Doyle: “es un genio inmenso, es un talento inabordable, pero tiene corazón de niño”.

 

Arthur Conan Doyle llegó a presidir incluso un congreso espírita en… en París, a tal punto llegaba su… su fe en estas cuestiones, en estos asuntos, y mientras tanto, seguían llegando relatos de Sherlock Holmes, hasta más de sesenta, sesenta y ocho, sesenta y ocho narraciones donde se recogían las aventuras de Sherlock Holmes.

 

El autor escocés era también un gran seguidor de Edgar Allan Poe, cómo no, cómo no, igual que Julio Verne – ¿os acordáis cuando hablábamos de Julio Verne, que éste quiso… pues rendir homenaje al… al autor norteamericano Edgar Allan Poe, que tan joven murió, con cuarenta años tan sólo, pero quiso rendir homenaje con una suerte de relatos viajeros llamados “Viajes Extraordinarios”, pues emulando a sus narraciones extraordinarias – bueno, pues yo creo que Arthur Conan Doyle también quiso rendir homenaje a Edgar Allan Poe en su Sherlock Holmes. Edgar Allan Poe era el gran maestro del terror y del misterio, pero Arthur Conan Doyle para diferenciarse, lo que hizo fue hablar de detectives, novela detectivesca, novela policíaca, el gran detective, el gran indagador, el gran escrutador de se… de seres humanos, de almas, Sherlock Holmes. En sesenta y ocho aventuras fascinó a propios y a ajenos, fue algo tremendo, algo que… bueno… que dio mucho placer, mucha gloria al Reino Unido. Pero llegaron otros personajes de su puño, por ejemplo, el tremendo, el excéntrico Profesor Challenger - ¿os acordáis de “Mundo Perdido”?, la primera gran novela sobre dinosaurios, esa llanura en Sudamérica llena de… de bestias prehistóricas, de mastodontes pretéritos de otros tiempos que habían sobrevivido al paso de los siglos, y que ahora el Profesor Challenger, con un grupo de acompañantes maravilloso, pues… daba sentido y descubrimiento. El Profesor Challenger también hizo de… de las suyas – bueno, los ensayos, las poesías, las novelas históricas, una colección de tomos dedicados a… a la actuación británica en la Primera Guerra Mundial, la verdad es que de todo hubo, una propia autobiografía y muchas… muchas sensaciones albergadas en su mente, su mente inquieta, su mente abierta a todo, el hombre que quiso saberlo todo, un hombre sin duda alguna renacentista. Experto en el esquí, marinero, soldado, médico, escritor, y ante todo, un talento vivo, ingenioso. Falleció el siete de Julio de 1930 con setenta y un años de edad víctima de un infarto, un infarto al corazón. Era un corazón demasiado grande y no pudo sobrevivir a tantas emociones acumuladas durante tantos años, Sir Arthur Conan Doyle, y como digo, en su lápida, ese lema se nos antoja más que apropiado: “Temple de acero, rectitud de espada”. El conservador, el genial, el brillante, el deductivo Sir Arthur Ignatius Conan Doyle. Una de nuestras referencias literarias más claras, y desde luego, marcó la pauta a seguir para otros como él que retomaron las actividades de Sherlock Holmes en nombre de otros… otros personajes, otras creaciones, pero con ese estilo inconfundible que se vio reflejado en tantos escritos.

 

Hoy le rendimos homenaje en nuestros pasajes de la historia a Arthur Conan Doyle.